24CON entró al Borda y te muestra cómo funciona la Cámara Gesell

24CON presenció una sesión psiquiátrica en la Cámara Gesell del Borda. Cómo funciona y las ventajas que conlleva en el caso de menores víctimas o testigos de crímenes.

Por Cecilia Di Lodovico

En la sala de color blanco inmaculado sólo desentona un enorme espejo oscuro. Una mesa, un par de sillas y un micrófono esperan por los visitantes. Finalmente, ellos llegan y se sientan, pero antes, miran el enigmático vidrio que refleja la escena en la que interpretan el papel principal.

Viajaron juntos desde el conventillo de La Boca en el que viven hasta el Borda, pero no se miran ni se hablan. Sus cuerpos se oponen. Dentro de la sala se respira un aire a rechazo mutuo. La tensa calma se dispersa cuando los terapeutas (un psiquiatra y una psicóloga) entran a la habitación. La charla comienza y los actores dan rienda suelta a sus roles: la mujer, golpeada y golpeadora, se pone el traje de víctima. Habla y llora. Lo escucha y llora. Amenaza con abandonar el hogar y se repliega en el temor que le provoca su marido. Ahora que no le pega, tiene miedo que la mate.

 

Inmersa en el relato de la tiranía cotidiana, parece haber olvidado el espejo no escucha las palabras de la psicóloga que sí la escucha: "La violencia es como la droga, genera abstinencia". La mujer siente que su marido no la quiere porque no le pega. Antes de la terapia, se demostraban cariño a los golpes y, desde que la agresión cesó (al menos física), no tienen sexo. En las relaciones violentas sucede eso: cuando hay paz, el vacío es intenso. El adicto sabe que su adicción es mala, pero no puede dejar de consumir.

Mientras tanto, él sonríe y mira, una y otra vez, sin detenerse y casi frenéticamente, las reacciones de los profesionales ante la narración y las lágrimas de su compañera. “No me molesta que me haya denunciado a la policía pero sí que me pregunte dónde estoy”. Su mujer lo cela, lo persigue y lo asfixia. El hombre, que se crío en la calle y estuvo preso por homicidio, dice que se está conteniendo. No quiere volver a pegarle, pero no soporta que lo insulte. “Me da ganas de darle un martillazo en la cabeza”, confiesa sin perder la sonrisa. Al contrario de su concubina, él sí da pequeños vistazos al vidrio. No se olvida que lo observan desde “el más allá”.

Así, toda la sesión: ella reclamando, él aguantando. Aunque, muchas veces, los roles se intercambian. Todo es reclamo, bronca, rencor. Se les nota en las caras, en el tono de voz, en las palabras, y el lenguaje corporal dice lo ellos no quieren admitir: no se quieren ni ver. Al menos por el momento y en esas condiciones. Están en ese lugar, en una habitación, expuestos a las miradas de extraños, para intentar cambiar, salir adelante, juntos o separados.

Corte. Los terapeutas dejan la sala para conversar con el equipo. Ellos quedan solos y la escena se repite: no se miran ni se hablan, pero, en algún momento, ella se levanta y, dando un toque de dramatismo, se apoya en la ventana con la mirada perdida en el exterior. Las lágrimas vuelven a caer. Él, imperturbable, no saca los ojos del vidrio. ¿Mira su reflejo o busca descubrir algún indicio de “los otros” que lo miran?

Del otro lado, el equipo observa con detenimiento cada movimiento y analiza cada frase que se pronuncia en la sala que los antecede. Pese al material aislante que recubre las habitaciones, escuchan todo gracias a los parlantes que amplifican los sonidos de la sala contigua, y también lo ven todo, gracias al vidrio unilateral de dos metros y medio de longitud y uno de alto, que desnuda la visión hacia el escenario. Ven sin ser vistos. El único lazo entre las dos realidades es un teléfono que, al mismo tiempo, comunica ambas salas y, así, quiebra la reclusión. Pero sucede de forma esporádica. Siempre es mejor no interferir.

“El equipo” cuenta con una ventaja sobre los analistas de “adentro”: ellos pueden apreciar con mayor objetividad lo que sucede porque se encuentran ajenos a la situación en juego, como espectadores privilegiados de una obra costumbrista, pero con la responsabilidad de tener la salud mental de los protagonistas en sus manos.

Desde hace un tiempo, la Cámara Gesell –concebida por el psiquiatra Arnold Gesell para observar la conducta de niños sin ser influenciados- no es un misterio: fue retratada en numerosas oportunidades en series y películas de temática policial. Por eso, es difícil que un testigo o víctima no repare en que, detrás del vidrio, varios ojos lo observan. Ahora, los especialistas, prefieren explicar cómo funciona el sistema.

En algunos casos, cámaras de video captan las acciones que escapan al ojo humano y guardan en su interior la exactitud del momento clave,  precisión mecánica que supera a la memoria orgánica de abogados, peritos forenses y jueces que asisten a la cita, pero que no le ganan a la gnosis de los expertos presentes ni a su intuición: un gesto, una mirada o el tono de voz del entrevistado puede resultar esencial en la resolución del problema.

“Antes, no se decía, pero ahora se les informa a los entrevistados sobre el sistema. Al principio, miran, pero después se olvidan”, indicaron el doctor Alberto Mendes y la licenciada Marcela Dionati, a 24CON. Con esta resolución, se eliminó la paranoia que mostraban algunos pacientes ante el enigmático vidrio. “Ahora saben que hay un equipo que está detrás para ayudar al tratamiento”, apuntó Diodati. Ambos profesionales despliegan todo el potencial de la Cámara Gesell, situada en el servicio 21, del Hospital José Tiburcio Borda. Reciben a pacientes del neuropsiquiátrico y a “externos”, a los que analizan bajo la órbita de la teoría sistémica que trabaja con la familia. Lo hacen hace 18 años.

Hace seis, la Justicia Penal echó mano a este sistema – que también se utiliza en ruedas de reconocimiento, en el estudio de casos de chicos autistas y marketing- que ya formaba parte de las audiencias del fuero civil,  para tomar declaración a menores que fueron víctimas (generalmente de abuso de tipo sexual) o testigos de algún crimen.  De esta manera, se busca proteger al menor de la tradicional indagatoria –ejecutada por personas ajenas al ámbito psicológico y/o pediátrico- y evitar la “revictimización”.

En la actualidad, la Justicia porteña cuenta con cinco cámaras Gesell (dos en el Cuerpo Médico Forense, una en la Oficina de Atención a la Víctima de la Procuración,  otra en la Cámara de Apelaciones en lo Civil y, la última, en la comisaría 6ª), en una de ellas se le tomará declaración testimonial a los hijos de Wanda Taddei, Juan Manuel y Facundo, de 6 y 8 años, respectivamente.

Sucede que el juez Eduardo Daffis Niklison, a cargo del caso Taddei, ordenó el uso de esta técnica para esclarecer la muerte de la joven madre. Eduardo Vázquez, el baterista de Callejeros, aparece como principal sospechoso de comprobarse el homicidio.

El testimonio del más pequeño, Juan Manuel, es el que compromete, hasta el momento, la situación de Vázquez, ya que habría escuchado a su madre gritarle al músico “me vas a matar”, desde su cuarto. Asimismo, el padre de Wanda, Jorge Taddei, contó que el niño esa noche oyó ruido de agua (se supone que es de cuando Eduardo Vázquez tiró un colchón que humeaba en una pelopincho del patio) y sintió miedo: "A ver si todavía la ahogó en la pileta", dijo haber pensado.

En este caso, un perito oficial entrevistará a los menores, en tanto que, el equipo detrás del espejo falso estará conformado por el defensor de menores, los abogados y peritos de ambas partes. Por lo general, junto al equipo, los padres o algún familiar de los menores presencian la entrevista, pero, al ser el acusado, Vázquez no podrá estar. 

Por lo pronto, hay gran expectativa por la declaración en Cámara Gesell de los menores: "debido a las condiciones en las que se toma declaratoria, en un ambiente mucho más relajado, en la mayoría de los casos, los chicos se sueltan y cuentan lo que paso", señaló Diodati, visión que coincide con las declaraciones del fiscal de la causa, Martín Niklison: "Si de las declaraciones de estos chicos sale algo, probablemente sea fundamental". Esto es, si Wanda murió a causa de un accidente o Vázquez la quemó viva.
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