Desde que la salud del Papa Francisco comenzó a deteriorarse, las especulaciones sobre su sucesión tomaron fuerza. Y con su reciente fallecimiento, la necesidad de elegir a su reemplazo se convierte en una realidad inminente.
Nacido el 15 de junio de 1945 en Ourous, un remoto pueblo en Guinea, Robert Sarah tiene 79 años, justo al borde de la edad que le permite votar en el próximo cónclave. Es Prefecto Emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y uno de los líderes más influyentes del ala conservadora dentro del Vaticano. Su perfil combina una profunda formación intelectual con una trayectoria marcada por la defensa férrea de la tradición católica.
Sarah es un defensor acérrimo del celibato sacerdotal. Se opone frontalmente a la ordenación de hombres casados, incluso en regiones remotas, y ha llamado cualquier intento de flexibilizar esa regla como una “ruptura peligrosa”.
En materia moral, Sarah ha dicho sin ambigüedades que bendecir parejas homosexuales es una herejía. Rechazó públicamente el documento Fiducia Supplicans, promovido por el Papa Francisco. Su posición no deja espacio a la ambigüedad.
Pero su postura más polémica quizás sea esta: Sarah equipara la ideología de género y el islamismo radical con los totalitarismos del siglo XX: nazismo y comunismo. Los considera amenazas reales para la civilización cristiana.
Su visión sobre Europa también genera debate. Critica la inmigración masiva y defiende que cada pueblo debe prosperar desde su cultura de origen. Acusa a Occidente de imponer un “colonialismo ideológico” sobre África.
Litúrgicamente, Sarah es tradicionalista. Promueve la misa “ad orientem” (dando la espalda al pueblo) y quiere recuperar los elementos preconciliares. Cree que el silencio y la reverencia están desapareciendo de la fe.
Mientras el Colegio Cardenalicio se prepara para tomar una decisión histórica, Robert Sarah se perfila como una figura que —de ser elegido— representaría una Iglesia que mira al futuro, pero con los ojos puestos en su pasado.