Recital, rock, bengala, muerte

Por Jonathan Raed

Recital. Rock. Bengala. Muerte. Luego de la tragedia de Cromañón, cada vez que esas cuatro palabras se encuentran en la misma frase es inevitable hacer conexiones y la primera impresión es la de un dejá vu. Sin embargo, la situación está lejos de ser la misma.

La Renga es una de las bandas más convocantes del país. No menos de 40 mil personas se hacen presentes en cada una de las citas. “Los mismos de siempre” son el brazo fiel de seguidores del grupo, que no discriminan lugar ni fecha a la hora de asistir a un recital de la banda de Mataderos.

En el último show de La Renga, en el Autódromo de La Plata, falleció Miguel Ramírez, uno de “Los mismos de siempre”, al ser alcanzado por una bengala arrojada entre el público. La misma no es una bengala común y silvestre, sino una bengala náutica, que si bien no es explosiva (por lo cual es de venta libre) es de un alto poder lumínico y la temperatura que alcanzan las escorias que suelta pueden provocar daños considerables. Tal como le ocurrió a Miguel.

Chizzo Nápoli y los suyos han interrumpido recitales hasta el hartazgo producto no sólo de bengalas, sino también de personas trepadas a los postes de iluminación (tal como ocurrió en el Autódromo Oscar Alfredo Gálvez, a fines de 2007) o bien por objetos arrojados al escenario (estadio Único de La Plata en 2009, por ejemplo). “Gracias por no tirar bengalas ni cohetes”, expresó el líder de La Renga en el cierre de un show en Vélez, allá por 2005.

De la misma forma, no es común ver entre “Los mismos de siempre” corridas y grandes peleas, ya sea entre el propio público o con las autoridades. La seguridad suele dividirse entre numerosos oficiales de la policía local y seguridad privada. En el caso del último recital, hubo que pasar por tres cacheos antes de acceder al autódromo.

Entonces, ¿los seguidores de La Renga son Carmelitas descalzas? Para nada. La violencia traducida en vehemencia, los pogos, los aislados desmanes y algunas bengalas siguen vigentes; tal como ocurre en otros recitales o bien durante los partidos de fútbol, en las tribunas más “picantes”. Ir a ver a La Renga no es como ir a misa y quienes suben al escenario no son monaguillos. Si desde el grupo, la organización o autoridades tienen su responsabilidad deberán hacerse cargo.

Pero hay que tener en claro que lo ocurrido en el Roberto Mouras no fue por negligente decantación, como lo sucedido en Cromañón a fines de 2004. La bengala náutica que acabó con la vida de Miguel bien pudo haber caído en el cuello de un jugador de fútbol un domingo cualquiera. El problema tiene que ver más con la idiosincrasia de los públicos argentinos que con métodos de prevención que una banda puede tener desde la organización o arriba de un escenario en un recital de rock.

 

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