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Pesares e intolerancias de cierta Clase Media

Martes, 23 de noviembre de 2010 a las 20:16
Por Nicolás Brutti

Hablaba con una amiga días pasados en un bareto de esos de diseño tan a la moda acerca de esta fobia que determinada clase social le tiene especialmente a Cristina y su gobierno.


Una fobia que no se corresponde ni con los índices de superávit en cualquier rubro, ni con medidas que ahora aparecen como normales y de sentido común, pero que ni en sueños nos atrevíamos a pensar que alguna vez pudiesen ponerse en práctica hace menos de diez años.

 

Asignación universal por hijo, informatización en todos los colegios públicos con netbooks para los alumnos, reestatización del sistema jubilatorio con aumentos obligatorios y la posibilidad de muchísimos que habiendo trabajado toda una vida nunca les habían hecho los aportes e igual los jubilaron.

 

Algo similar sucede con el matrimonio igualitario, la ley de medios audiovisuales, la derogación de leyes de impunidad para criminales acusados de delitos de lesa humanidad y el proyecto de reparto de ganancias para empleados de empresas.

 

Imposible pasar por alto en este listado al fútbol para todos, el récord de reservas de divisas y el acuerdo para saldar deuda contraída con anterioridad al 2003 con el Club de París sin que el FMI intervenga. No es un dato menor el hecho de no reprimir ni piquetes ni concentraciones masivas tanto oficialistas como opositoras, tampoco lo es el reacomodamiento de los feriados, los días de carnaval para el aprovechamiento y la explotación del turismo (que no para de generar un récord tras otro) y una diversidad de etcéteras que se acumulan en el haber de esta gestión.


Todas medidas que a efectos teóricos o prácticos, de un modo u otro favorecen a ese sector que odia insanamente a la Presidenta. Porque la verdad sea dicha, conozco mucha gente -por supuesto no es otra cosa esto que un ejercicio sin una base sólida de estadísticas ni números, pero sí que algo indica –que cada vez le va mejor y cada vez putea sin cesar todo lo que sea o tenga que ver directa o indirectamente con este proyecto.

 

Un proyecto integrador, inclusivo, que ha favorecido sin titubeos a un sector importante de la población: véase sino en la demanda de coches cero km, índice de construcción, demanda de alquileres y venta de inmuebles, consumo de ropa, de alimentos, de electrodomésticos, de libros, de salidas, escapadas y de prepagas. Consumo de todo tipo, como fines de semana largos repletos de turistas en cualquier punto de atracción y ocio, records de viajes al exterior y vacaciones en Brasil, Uruguay y Chile, Europa o el mismísimo coño, colegios privados repletos de alumnos y siguen los éxitos. Esta descripción pertenece obviamente a ese sector referido que no se cansa de despotricar.


Mi amiga comentaba no sin cierta sorna que en la previa de una fiesta de egresados de un colegio tradicional y privado (ni mucho menos, el más concheto), en un distinguido lugar de esta ciudad, mientras las madres de los chicos ultimaban los detalles como los centros de mesa y esas cosas, el comentario era: "Con Charlie (Menem, of course) estábamos mejor".

 

Toda una declaración de principios en boca de estas hacendosas mamás (de edades comprendidas entre los cuarenta y pocos y los cincuenta y pico) y que no pertenecen ni por asomo a las clases más pudientes. Son en su mayoría profesionales de medio pelo o comerciantes o pequeños empresarios que hasta hace muy poco vivían tapando agujeros y al día, sus hijos iban a escuelas públicas y no veían la playa ni en fotos durante los veranos.

 

Los mismos que salieron a cacerolear o estuvieron de acuerdo con los cacerolazos como música de fondo de la salida de De la Rúa y las reputeadas al ministro Cavallo por establecer el corralito, la baja en las jubilaciones, el congelamiento de los salarios, la devaluación de la moneda o el creciente desempleo. El mismo Mingo idolatrado en la era Menem por el desguace del Estado, la Corte adicta, las AFJP, el dólar a un peso a costa de las privatizaciones indiscriminadas y un endeudamiento exterior desmesurado.

 

Las hipotecas y los créditos en verdes, los countries privados, la precarización laboral, los indultos, las relaciones carnales con EEUU, el triunfo de la banalización y el éxito instantáneo. La entronización de la trampa y la estafa como métodos comunes y cotidianos o el descaro con que se aplaudieron cada una de las medidas que dejaron al país exhausto, a la deriva, condicionado hasta decir basta tanto económica como políticamente.


Y ahora que con grandes aciertos y algunos errores pueden volver a darse el lujo de irse cuanto fin de semana hay para la costa, vacacionar en Río o Bahía, cambiar el coche, ampliar la casa, organizar una fiesta a todo trapo, gastarse pequeñas fortunas en ropa o restaurantes, tener el tele plano de tropecientas pulgadas, un mejor plan de prepaga, teléfonos móviles y notebook de última generación; se desgañitan por la inseguridad y la inflación, llenando con comentarios de una intolerancia a prueba de balas los portales de noticias que no son funcionales a Magnetto.

 

En los mismos insultan tanto a otros lectores que sí están de acuerdo con el gobierno como al encargado de la titularidad de las notas en cuestión, sin ningún otro argumento que no sea el agravio y la descalificación. "En lo que a mi respecta", comentaba resignado a mi amiga, "soy un mar de dudas en relación a este odio".


Mi amiga, que por algo es mujer y parece conocer el alma humana y sus miserias, expuso su punto de vista: "No podría asegurarlo, pero intuyo que la odian por ser mujer, por ser inteligente, porque todavía está buena, se viste bien, tiene los ovarios bien puestos y calienta a más de un marido. Pero sobre todo la odian porque ellos y ellas presienten que su propio bienestar es una casualidad y que los esfuerzos están puestos en los que menos tienen, en los más desprotegidos, en los vulnerables, en las minorías; algo que determinada clase social no tolera. No toleran ni las netbook, ni las subvenciones, ni los decodificadores para TDT ni que se paseen en los lugares que suponen son suyos. Se creen los elegidos y no se resignan a perder supuestos privilegios que en realidad nunca tuvieron (como si la verdadera clase que siempre manejó el poder los tuviese en cuenta para otra cosa que no sea mandarlos a hacer el trabajo sucio, como cuando pasó lo de las retenciones al campo o consumir su basura, llámese canales de tele, diarios y revistas, que traducido en personajes y publicaciones. Bien pueden ser Majul, Gelblung, Mirtha, Susana, Nelson Castro, Bonelli, Morales Solá, Lanata, Perfil, Gente, Noticias, Clarín –y todo lo que de allí se desprende-, cadenas de comida rápida y supuestas marcas exclusivas, ensayos de escribientes lacayos y toda la parafernalia de boludeces) y que Menem en su momento les concedió en préstamo, meros espejitos de colores que terminaron metiéndose ya sabés dónde".


"Acordate de mi", dijo mi amiga antes de levantarse y dejar el bar, con una sonrisa entre cínica y amarga. "Muchos de esos que ahora la putean, al final la van a terminar votando". "Son naturalmente funcionales a la derecha, pero llegado el momento crucial, tragan sapos como cualquier hijo de vecino". "Eso si, vecinos de un barrio asfaltado, con árboles, sin negros y más o menos céntrico". Pagué los cafés (carísimos) como si esta ciudad fuese Montecarlo y salí.