Alejandro Ramos se ganaba la vida pescando mejillones a 30 metros de profuncidad, pero un accidente lo obligó a subir repentinamente
Alejandro Ramos es un buzo peruano que padece un único e inédito caso en la historia del buceo de deformidad en todo su cuerpo. El problema de Willy, como lo llama su familia, es tan extraño que la Marina de Guerra del Perú le ofreció estudiar su caso y, acorralado por los dolores que padece hace más de cuatro años, él aceptó.
Él está convencido de que todos estos males son las secuelas de un accidente laboral que sufrió a finales de 2013 mientras buceaba a más de 30 metros de profundidad en el mar cuando pescaba mejillones en Perú. Minutos después de haber salido a la superficie, el cuerpo de Ramos comenzó a hincharse hasta niveles descomunales.
Aunque no llega a medir 1,60 metros de altura, usa remeras gigantes que parecen sacadas del uniforme de un jugador de fútbol americano. Sus hombros apenas caben en ellas y la campera azul que le resguarda del frío en invierno se la debe a un amigo que le añadió retazos del mismo color para que sus brazos pudieran entrar en las mangas.
Sus extremidades, del codo para arriba, tienen un contorno de 62 y 72 centímetros cada uno, y son el centro de atención de las miradas de toda persona que pasa cerca de él. Sus pectorales, inflados, cuelgan sobre un estómago que, al igual que la espalda, caderas y muslos; también presenta un volumen mayor al que debería. Al factor estético se suman el dolor de huesos que le impide caminar con normalidad y el silbido que emite su pecho cada vez que respira.
Ocho horas bajo el agua
Los buzos mariscadores que trabajan de manera artesanal, como Willy, pasan largas horas pescando bajo las frías aguas de la corriente de Humboldt, cerca de Pisco, la ciudad pesquera a 230 kilómetros al sur de Lima, y solo suben cuando tienen necesidad de orinar.
"Algunas veces subí a orinar, pero para mí era perder el tiempo", le dice Willy a BBC Mundo y recuerda que él podía aguantar hasta ocho horas.
"Si entra una gotita de agua por un huequito, nos mojamos toditos", explica Ramos y agrega que orinar en las profundidades del océano no es una opción cuando uno lleva puesto un traje hecho con cámaras de llantas de camión.
El accidente
Un buzo nunca sale de pesca solo. Varios metros sobre su cabeza, uno o más tripulantes se encargan de recibir el producto recolectado y de alimentar con gasolina cada 90 minutos una máquina que comprime aire y se lo envía a través de una manguera que ha de ponerse directamente en la boca, ya que la mayoría de mariscadores peruanos no cuentan con reguladores, un accesorio que les garantizaría entre 10 y 15 minutos de oxígeno en caso de emergencia.
Aquella tarde, una lancha se acercó demasiado a la embarcación para la que Willy trabajabay donde su hijo y otro compañero le esperaban. La maniobra provocó que una hélice rompiera la manguera y condenó al buzo a tener que subir de golpe 36 metros. Un trayecto de pocos minutos, pero que podía haberle costado la vida.
El aire está compuesto en un 78% por un gas que el cuerpo humano no utiliza: el nitrógeno. La presión del fondo del mar hace que este se disuelva y busque refugio en el tejido graso. Pero, durante el regreso a la superficie, el nitrógeno se mete en el sistema sanguíneo, donde comienza a retomar su condición gaseosa.
Por eso, los buzos necesitan subir a tramos, con paradas cada cierto tiempo. Un ascenso rápido puede empujar al nitrógeno a crear burbujas demasiado grandes que obstruyan la circulación de la sangre, lo que recibe el nombre de síndrome por descompresión.
Una subida lenta, en cambio, le da al gas el tiempo suficiente para viajar por los vasos sanguíneos, mientras aún tiene poco volumen, hasta llegar a los pulmones, que lo expulsarán del organismo.