¿Cómo viven los trapitos de Vélez que hacen "rancho" debajo de General Paz?

Los pibes le contaron a 24CON cómo les dispara la policía. Dicen que la Federal les prendió fuego lo poco que tenían. Robos, drogas y hambre.

Por Guillermo Zanetto / Ivan Rodriguez Alauzet

A pesar de que millones de personas circulan por su techo todos los días, pocos visitantes acceden al rancho. De hecho, sus habitantes no reciben extraños salvo “a la cana cuando viene a cagarnos a tiros”, grafican.

Es que en los últimos días, la Policía les prendió fuego el caserío donde una cama improvisada y unos trastos viejos eran todo su capital. Y los desayunó bien al estilo de la Federal: a escopetazos. El asunto es que, para los uniformados, los pibes “bardean, afanan y se drogan”. Ellos se niegan a ser llamados “chorros”. Son los trapitos que “trabajan” en la puerta de Vélez y viven en Ciudadela, debajo de General Paz.

Javier y Christian tienen 18 y 19 años respectivamente y se refugian desde hace 10 a pocos metros de avenida Juan B. Justo. Debajo del puente de Liniers (como es reconocido el lugar). Eran apenas unos críos cuando por “problemas familiares”, ambos se “exiliaron” de su casa en el kilómetro 43,200 de Virrey del Pino. En las lejanías de La Matanza se morían de hambre, "porque no se puede laburar de nada", cuentan.

"A veces voy a visitarlos, pero me quedo un día o dos y me voy. Me peleo mucho con mi hermano y además me acostumbré a estar en la calle", explica Christian, mientras su compañero muestra entre sus manos un ejemplar del Kamasutra: “Es que por acá las minitas desfilan como locas”, apura la reflexión y estalla en carcajadas. Todo vale.

La ranchada del puente es un espacio popular. Sobre todo los sábados, porque los jóvenes reciben más chicos que “están en la misma” y hacen grandes comilonas. Eso sí, el plato principal es sopa. Aunque la supervivencia no siempre es así de fácil: cuando pueden, la comida la rescatan del hogar que está en la iglesia San Cayetano, que queda a pocas cuadras de allí y el dueño de la terminal de colectivos de enfrente les da agua.

Los vecinos conocen bien a los pibes de la calle y algunos les llevan ropa y colchones. “Lo más jodido acá es no morirse de frío y estar siempre seco”, señala Javier. Él está más suelto y no le “joden” las fotos. “Sacá, sacá”, invita. Al tiempo que enseña las vainas servidas que le dejó la balacera propiciada hace cinco días por la PFA.

“No te voy a negar que de vez en cuando salgo a robar – revela mientras baja la cabeza- pero es por necesidad”. Christian no está de acuerdo. Se trenzan en una discusión corta: “Nunca se roba por necesidad –asesta el pibe de 19- nosotros no nos morimos de hambre”.

 


El más grande de los trapitos tiene dos hijas que viven con su madre en Puente La Noria. Dice que “con ella van a estar mejor que acá”. La realidad es cruel debajo del puente. Después de la brutal razia, sólo quedó un colchón para los dos y un par de lonas que funcionan como paredes. El techo (la General Paz) amaneció ese día cubierto de hollín y así quedó. Negro. "Te despiertan a palazos a la noche y te obligan a irte. A veces te disparan cerca, para asustarte", expresan con mucha bronca. “Nosotros no jodemos a nadie, nos ganamos las monedas cuidando los autos en Vélez”.

 

Además de los dias de partido (cuando pueden llegar a cobrar hasta $50 la estadía), los jóvenes cuidan autos y hacen changas cerca del estadio para recaudar el sustento diario durante el resto de la semana. Subsisten de las otras actividades que ofrece el club. Con esa plata solventan un "plato de comida más elaborado y los vicios", como ellos mismos llaman a la droga, un protagonista infaltable en el escenario abajo de la avenida.

Pese a la insistencia de la policía y de las autoridades -quienes colocaron un alambrado para tratar de impedirles el acceso a su "hogar"- los trapitos del puente de Liniers resisten en su refugio. Y si algún día los obligan a irse por la fuerza, explican que van mudarse al puente de enfrente, debajo de uno de los carriles que tiene la autovía para retomar hacia Ciudad, como hicieron hasta hace algún tiempo otros jóvenes en su misma situación. No piensan "saltar del barco". Es "su" hogar.

Sin embargo, coinciden en que tienen poco por esperar del futuro. "¿Quién me va a dar laburo, si cuando me preguntan dónde vivo les digo 'en la calle'?", reflexiona Javier. Por eso defienden con uñas y dientes lo poco que tienen y que, al mismo tiempo, es multiuso: "No te vayas, decime tu teléfono", inquiere el más pibe de los trapitos. Lo anota con un capuchón de birome en el impregnado hollín que cubre el techo. Sobre la General Paz.

13 de octubre de 2010

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