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“La ruta por la que iba, que une las localidades de Allen y Fernández de Oro, es chica y no tiene buena señalización. Choqué de frente y no tenía puesto el cinturón de seguridad”, recordó en diálogo con 24CON. Por el accidente, se le produjo una lesión en la quinta vértebra cervical, que derivó en un severo daño en la médula espinal. El diagnóstico fue cuadriplejia: desde entonces, no puede movilizar sus piernas ni brazos, y apenas tiene control sobre los dedos de sus manos.
“La recuperación fue muy lenta, primero la hice en Tanti, Córdoba, y después con un kinesiólogo en casa. Estuve dos años sin poder trabajar. Mis hijos tenían 11 y 4 años, y me partía el alma no poder peinarlos o ponerle un vestido a la nena. Pero, cuando se hicieron grandes, aprendieron de esto. Ahora sienten mucho la solidaridad y ayudan a todos los discapacitados”, cuenta sobre la reacción de los chicos, que hoy tienen 22 y 16 años.
“Yo lo viví como cualquier persona vive los duelos. Fue un momento difícil, lloraba mucho. Nicolás tuvo mucha bronca, pero yo no. La religión católica me ayudó y hasta hice retiros espirituales. Nunca tuve rencor contra nadie. No hay explicación para saber por qué me pasó a mí, pero… ¿por qué no a mí?”, reflexiona.
Sin embargo, el golpe más duro lo tuvo cuando el padre de sus hijos decidió poner fin a su relación de 15 años. “Fue la única persona que no siguió a mi lado. Eso fue muy doloroso. Vivíamos en la casa de mis padres y, después del accidente, las cosas se complicaron”, cuenta Marga, que tras la separación alquiló una casa a la vuelta del Instituto Nuestra Señora de Fátima, donde asistían sus hijos y donde ella pudo seguir dando clases de biología.
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Así, los dos cursos que tiene a su cargo se transformaron en “clases comunitarias”, donde todos hacen su aporte y colaboran con la “profe”. “Me cuesta mucho preparar las lecciones y corregir los exámenes, pero me ayudan en todo. Me doy vuelta en la silla, les doy las indicaciones, y ellos hacen lo demás. En los trabajos prácticos de laboratorio, colaboran con los materiales, porque yo no puedo agarrar todo con las manos”, describe sobre un día común en la escuela.
En cuanto a su vida en el hogar, Marga cuenta con una empleada a la mañana, que realiza las tareas domésticas, y otra a la noche, que “prepara la cena y me higieniza. Cuando te pasa algo así, tenés que reeducarte en todo. Tengo una conducta para organizarme mientras estoy acompañada, y no necesitar nada cuando me quedo sola”, explica, y asegura: “Mas allá del dolor, sigo viviendo como cualquiera y me río de las mismas cosas”.
Tocar el cielo
La experiencia inolvidable en el Lanín neuquino surgió en noviembre de 2004, después de que le prestaran su primera silla de ruedas. “Siempre quise escalar el volcán pero, con lo que me había pasado, pensaba que nunca más iba a poder concretarlo. Me llevaron en un grupo de 16 personas, con mis amigos, mis hermanos, doctores y un kinesiólogo, que prepararon todo. Teníamos un aparato especial, para que la silla atraviese las piedras, y esquíes para la nieve. Gendarmería ayudó con las mulas que llevaban el equipaje”, rememora.
“Fue algo espectacular, sobre todo por esa sensación que tenía, de pensar que nunca iba a poder lograrlo. No todos me tiraron buena onda, así que algún miedo me quedó, pero estaba tranquila. Llegar ahí es como estar tocando las puertas del cielo”, asegura.
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La hazaña de Marga fue tan difundida en su provincia que una empresa le donó el dinero para comprar su propia silla de ruedas, con la que se traslada desde entonces. “Una alemana tipo ‘cuatri’, para andar en la chacra cuando hago los trabajos de verano”, dice.
A 12 años del accidente, la valiente profesional aprendió que, en ocasiones, la solidaridad de la gente no hay que esperarla, sino buscarla: “Mis amigas me cargan y me dicen que soy una rompebolas, pero yo pido todo de buena manera. Muchas veces la gente no ayuda, no porque no quiera, sino porque no sabe cómo. Hay que acostumbrarse a pedir las cosas”.
Más allá de su lucha diaria contra las dificultades, ella no cree tener una fuerza muy distinta a la del resto de las mujeres. “Todas hacemos algo por la vida, a su medida y a su manera, para que las cosas salgan mejor y seamos mejores personas. Los roles de madre o de hija no se pueden explicar con palabras. Llevamos con nosotras esa mirada comprensiva y esa esperanza de que todo va a salir bien. Y, en mi caso, eso fue muy importante para que siguiera adelante”, reconoce.
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