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Harta de ser golpeada, denunció a su marido y lo mandó a la cárcel

La historia de Sandra Bravo, su cruel calvario y un desenlace ejemplar para la violencia de género: demostró que ese flagelo puede terminar.
Jueves, 05 de agosto de 2010 a las 13:59
Por Cecilia Di Lodovico

A Sandra (43) le duele. Todavía siente los golpes hundiéndose en su cara una y otra vez. “Con el puño cerrado”, dice angustiada mientras las lágrimas comienzan a surcar sus mejillas. Escucha los gritos y los insultos martillando su inconciente. Cierra los ojos y se toma la cara como si el flagelo al que fue sometida exceda la dimensión de los (malos) recuerdos para volverse realidad en el presente. Pero se tranquiliza y vuelve a abrir los párpados: el hombre que la lastimó en el alma y en los huesos está tras las rejas. Ya no volverá a interrumpir en medio de la noche para amenazarla con su revólver o asfixiarla con sus manos. No habrá más ruleta rusa en su cabeza ni será abusada sexualmente. Ahora Sandra respira: al fin logró enviar a prisión al autor de sus peores pesadillas.


La abogada penalista Sandra Bravo hace honor a su apellido en fiscalías y juzgados de la Provincia porque es conocida por pelear como una leona para defender a los que son considerados lacras sociales: pibes chorros, mujeres asesinas, ladrones de poca monta sin un peso en el bolsillo pero con balas en la mano. Por eso, cuando Georgina se sentó en los sillones de su estudio, ubicado en un barrio de William Morris, y le contó que su marido la azotaba como una bolsa de box viviente, la letrada no pudo comprender por qué la mujer no lo denunciaba. “No seas tonta, le reproché. ¿Cómo podía ser que no lo enfrentara?”, recuerda Bravo a la distancia. Aunque el destino le demostraría en carne propia porque el miedo paraliza a las mujeres golpeadas.


Ese mismo año, en 2002, otra dama desesperada acudió por su ayuda, pero esta vez se trataba de una madre: su hijo Gastón Ziñuque, alias “El Tonga” (35), había sido encerrado por “la gorra” en la comisaría III de Hurlingham por atacar con una botella rota a una pareja con fines de robo. Atenta a su trabajo, Sandra se presentó en la dependencia policial y lo conoció: “Lo vi con la mitad del cuerpo inmovilizado, los dedos fracturados y tan desprotegido que me conmovió profundamente. No pude evitar enamorarme”, reconoce. Tras el atraco, Gastón había sido alcanzado por su víctima que, al notar que el delincuente se tambaleaba borracho y drogado, se abalanzó contra él con una llave cruz y lo apaleó hasta dejarlo inconciente.


Detrás de los barrotes, el desvalido joven miró a los ojos a Sandra y le llegó al corazón: la profesional se bajó de los tacos y se calzó “las llantas” –término carcelario para las zapatillas- para subirse cada fin de semana al micro tumbero que la llevaba a su amor. Abogada y recluso se juraron amor eterno en la Unidad N° 17 de Olmos. Sucedió el 20 de junio de 2003 y fue el primer matrimonio celebrado en esa prisión.


En tanto, Sandra trabajó durante dos años y medio para sacar a Ziñuque de la cárcel. Finalmente, beneficiado por la libertad condicional, en diciembre de 2004, Gastón dejó atrás la oscura vida penitenciaria.
 
El infierno de Sandra


“Dentro del penal Gastón me trataba como un caballero. Yo le compraba ropa de marca y le llevaba milanesitas, me gastaba toda la plata para ayudarlo, quería darle la mejor calidad de vida. Él se mostraba súper agradecido y me había prometido que iba a dejar las drogas, estaba obnubilada y comencé a cometer errores. Pero cuando salió y me miró a los ojos, supe que era otra persona: me aterró su mirada. Me quedé helada cuando se sentó en un bar y se tomó una jarra de cerveza como si fuera agua. Ese mismo día, cuando nos acostamos, me pegó una cachetada. Cometí el grave error de quedarme callada”.


Desde entonces, el maltrato se recrudeció y su vida se convirtió en calvario. “Él se reía, se reía”, repite al recordar las carcajadas que emitía “El Toga” cada vez que la endeble mujer amenazaba con denunciarlo.


“Ahora quién te va a ayudar”, la amedrentó en una ocasión, mientras jugaba con un revólver 38 plateado en la cabeza de su indefensa esposa. Ziñuque dio vueltas el tambor y apretó el gatillo. La bala no salió. Pero el arma de fuego no fue suficiente: semanas más tarde lo encontró drogándose en la sala sosteniendo un hacha de grandes dimensiones.


La situación se hizo insostenible y la convivencia duró menos de un año. Tras propinarle una golpiza que la dejó en el hospital, Gastón se retiró del hogar, pero la violencia no cesó: “Quedate quietita”, le dijo mientras mantenía la automática calibre 40 en su boca. “Clack clack, clack, hacía”, imita Sandra el sonido que producía el dedo de su ex presionando el percutor. Luego, “me abrió las piernas e introdujo el arma en mi vagina. Todavía siento el frío del metal. Después me apuntó a la cabeza y me obligó a practicarle sexo oral. Me sacó una foto que adjunté a la causa para demostrar el abuso”, detalló.


Cuando las heridas en su rostro se hicieron evidentes, sintió vergüenza y, como consta en la causa, intentó ocultar lo obvio con una mentira absurda: “Me caí de la bicicleta”, le aseguró a un comisario. Por eso, insiste en no ser vista como abogada, sino como una mujer que atravesó el infierno: “Tenía miedo. No lo quería denunciar porque pensaba que iba a entrar por una puerta y salir por la otra. Tenía temor por mi familia porque decía que los iba a matar. Además, a mi me daba mucha vergüenza decir que era una mujer golpeada y pensaba que no me iban a creer porque Gastón, de la puerta para afuera, era simpático y todos lo querían. Yo, en cambio, estaba siempre con mala cara y llorando. No quería asumir que era una víctima y me sentía culpable. Después entendí que nada justifica lo que me hizo”.


Era habitual que “El Tonga” saltara la reja a altas horas de la madrugada, gritara e ingresara a la vivienda de su ex mujer a patadas limpias para luego someterla a salvajes palizas y robarle dinero. El temible hombre llevaba a veces a sus compañeros de parranda con los que consumía cocaína y marihuana en el living de Bravo. “Lo soporté porque lo quería, lo consideraba el amor de mi vida y pensaba que podía cambiar. Le di otra oportunidad y le ofrecí trabajar conmigo como secretario. Me gané que juegue conmigo en la Autopista: yendo a alta velocidad, me abrió la puerta y me empujaba. Yo lloraba y temblaba. Gastón es un ser despreciable”.
 
Atreverse


En mayo de 2007, Sandra Lilian Bravo fue noticia al denunciar a su marido por violencia doméstica. No son muchas las mujeres que se animan a dar el paso y menos quienes se atreven a mostrar al mundo las fotografías de su rostro golpeado. Sandra lo hizo y su caso impactó: la Justicia ordenó prisión preventiva para el violento pero aún restaba superar el escollo más grande en estos casos. ¿Cómo podía Sandra demostrar al Tribunal que su esposo la había sometido a un castigo pletórico y humillante? Y, aún más: ¿Le creerían que su cónyuge había atentado contra su vida en varias oportunidades?
 
-¿Cuándo dijiste “basta” y te animaste a denunciar a tu marido?
Él siempre venía a pedirme plata y yo para que se vaya le daba un billete de 100 pesos, pero no se conformaba con nada, se llevaba la matrícula para que no pueda ir a trabajar o me cortaba los cables del auto. Una maldad atrás de la otra. Y mi hermano explotó: “¿Qué vamos a hacer? Esta situación no se soporta más”, me dijo y me alentó a denunciarlo. Fue así como me senté en mi escritorio y redacté la denuncia de mi calvario. Para mí, que soy abogada penalista, fue muy difícil entrar a la comisaría y hacer una denuncia como mujer golpeada porque se me iban a reír y porque sabía que, por lesiones, el tipo va a entrar y salir. Él también lo sabía porque cuando le decía que lo iba a denunciar se reía y me decía: “Nadie te va a creer”.
 
-¿Cómo lograste llevarlo a juicio?
Lo logré porque soy abogada. Una mujer común y corriente, sin saber de leyes, sin tener autonomía económica, con hijos, no sabe cómo manejarse. Tiene miedo, aunque yo también lo tuve. Cuando llevé la primera denuncia a la fiscalía, el titular, Matías Rapazzo, me preguntó: “¿Cómo aguantaste todo esto dos años de tu vida? ¿Por qué no lo denunciaste antes?” Me sentí respaldada, me llevaron a una oficina donde pude contar todo lo que tenía atragantado, todo lo que me hizo. Fueron más de tres horas. Ellos anotaban y yo lloraba. Tenía mucho miedo porque las penas por estos casos son muy bajas y no podía dejar de pensar en la venganza. Finalmente, la fiscalía me propuso una custodia, asistencia a la víctima y una restricción domiciliaria.


El 7 de abril de 2007, a las 4 de la mañana, se apareció. Saltó la reja y gritaba “abrime” y me insultaba. Estaba todo ensangrentado porque venía de robar un celular. La custodia no venía. Desesperada llamé a la policía y al jefe de la custodia: “Venga rápido, me va a matar”, le dije. Mientras tanto, Gastón hacía “la guitarra” con el arma en la reja de mi puerta. Pateaba, gritaba, me insultaba. Yo temblaba y la policía no venía. No aguanté más, le abrí la puerta y le dije: “Matame”. ¿Para qué seguir luchando? Pero, en ese momento, la policía se le vino encima. Se lo llevaron, hice la denuncia porque si no la hacía, él salía. Y ahí empezó toda la maquinaria: con la denuncia anterior y la violación de domicilio, 30 días más tarde, el juez de Garantías Alfredo Meade le ordenó prisión preventiva. Aparte, el violó su libertad condicional, tenía antecedentes penales por robos menores y una denuncia de una ex novia de nombre Cecilia, a quien había golpeado durante 7 años hasta que lo denunció en una fiscalía de San Martín por amenazas de muerte y disparos de arma de fuego. A ella también la había atacado a balazos. Incorporé este dato a la causa. También, tenía un año de prisión en suspenso por haber atacado a un anciano de 69 años, al que le sacó de lugar la mandíbula y lo fracturó.
 
-¿Cómo demostraste en el debate que eras una mujer golpeada?
Tuve que poner el cuerpo. Aguanté dos años de mi vida de todo: golpes, palizas, disparos, robos, me rompió toda la casa. Aguanté todo lo que pude y documenté todo para agregarlo a la causa: la entrada en el hospital, las fotos, testigos que lo vieron con armas, vino una asistente social y sacó fotos de los destrozos que había provocado en mi casa, las pericias psicológicas, las largas declaraciones en fiscalía y el juicio oral, y el informe de asistencia a la víctima. Los jueces determinaron que soy una mujer creíble. Creyeron en mí aunque la defensa de él intentó mostrarme como una fabuladora. En fin, me tuve que someter a todo esto. Una mujer normal no lo tolera.
 
-¿Estás conforme con la condena?
A él se lo juzgaba por “doble homicidio en grado de tentativa agravado por el vínculo”, pero lo condenan por un tema de amenazas. Me parece totalmente injusto. Decime vos si llevarte de los pelos desde la sala hasta la habitación, cerrar todas las ventanas, pegarte trompadas en la cara y tirarte en la cama para ahorcarte es una amenaza. No me mató porque entró mi hermano y me lo sacó de encima. Es una tentativa de homicidio y punto. La segunda circunstancia: vino con una 38 y me disparó delante de clientes, vecinos y mi sobrino. Escuché los disparos y pensé que me había pegado porque me estaba apuntando al pecho, pero tuve suerte que un amigo se le había abalanzado para sacarle el arma ¿Eso es una amenaza? Si el tipo tiene la firme intención de matar. Entonces, ¿por qué los jueces del Tribunal N°4 bajan la carátula? Espero que en Casación revoquen el fallo y lo condenen por el delito que cometió, que le corresponde una pena de 15 a 20 años.
 
La condena


Gracias a las pruebas recolectadas por Bravo y al hecho de haberse sometido a varias pericias psicológicas, el Tribunal N°4 de Morón, compuesto por  Carlos Torti, Pedro Rodríguez y Rodolfo Castañares, pudo comprobar que “la víctima no simuló, el matrimonio quedó inmerso en una interrelación doméstica donde imperó la violencia y el maltrato, condiciones degradantes que fueron desarrolladas por el acusado”. Además, determinó que no hubo móvil de “resentimiento, enemistad ni venganza” en la denuncia, también que su veracidad estuvo sostenida en la “persistencia en la incriminación, prolongada en el tiempo, sin ambigüedades ni contradicciones”.


En consecuencia, el 14 de septiembre de 2009, los magistrados resolvieron condenar a Ziñuque por “lesiones leves agravadas por el vínculo, disparo de arma de fuego sin herida agravada por el vínculo, portación de arma de fuego no autorizada agravada por los antecedentes penales y violación de domicilio”, combo que le costó 8 años, once meses y 15 días de prisión.
 
Sandra fue brutalmente golpeada, salvajemente denostada y cruelmente abusada hasta que tomó el valor suficiente para redactar su propia denuncia. La tormenta pasó. Se siente aliviada, pero no está tranquila: quiere que su caso sirva como antecedente en la Justicia, pero sobre todo, para que su relato ayude a otras mujeres a “ver las señales” y para que se aparten, cuanto antes, de la feroz pesadilla.
 
Cronología violenta


El 12 de junio e 2008, la fiscal Claudia Victoria Fernández, titular de la UFI N°7 de Morón, elevó la cusa a juicio oral porque consideró contar con los elementos suficientes para juzgar a Ziñuque por “homicidio calificado por el vínculo en grado de tentativa”, luego de comprobar los siguientes hechos:
-19 de junio de 2005: Ziñuque, “por un motivo pueril, le propinó una feroz golpiza, tomándola luego del cuello fuertemente con la intención de matarla”. Fue hospitalizada.
-mediados de 2006: “Dame las fotos, te voy a matar”. Sandra tenía en su poder fotografías que comprometían la situación penal de “El Tonga”. “Extrajo un revólver y la arrastró de los pelos. Efectuó varios disparos apuntándole a la mujer” pero no logró dar en el blanco.
-8 de abril de 2007: A las 4 de la madrugada, el ex recluso violó la restricción impuesta por la Justicia e ingresó al domicilio de Bravo, intimidándola con la réplica de un revólver. 
 
La estrategia de la defensa


Gastón estuvo representado por la abogada Patricia Danna quien intentó demostrar que la denuncia de Bravo obedeció a una venganza por despecho a raíz de una nueva relación que comenzó con otra mujer. Todos los testigos que presentó “El Tonga” dirigieron sus misiles hacia ese objetivo y el propio acusado manifestó durante el debate que “ella sabe armar causas porque es abogada” e indicó al Tribunal: “Voy a demostrar cómo pasó del amor al odio y del odio al despecho y del desecho a la venganza. Está todo armado”. Además, aseguró que su esposa le proveía cocaína y que ella tomaba “pastillas para la depresión y que él trataba de ayudarla”. Los jueces no le creyeron.

 

05 de agosto de 2010