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Allí es donde Raúl Domínguez (23) fue a parar cuando su madre “prefirió un buen pedazo que a un hijo”, como él mismo ironiza sobre su vida. A los 17 salió de Quilmes sin rumbo. Y llegó a puente Bosch, el límite entre Barracas y el sur del Conurbano. Donde el aire “tiene un particular olor a mierda”. Ya tenía a Romina, su mujer, embarazada. Entonces usó el viaducto como techo. Todo gracias a José, el primer vecino del improvisado caserío de chapas y carritos de bebé destrozados.
De a poco, las cinco familias iniciales triplicaron su número. Entonces, tras el fallo Mendoza en 2008, que instó al inmediato saneamiento del Riachuelo, la promesa de Nación de reinstalarlos en viviendas del Plan Federal los esperanzó. Sin embargo, fue sólo eso: una promesa.
“Somos muchos y todos
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laburantes, por suerte”, recalca Domínguez. Es que entre el rancherío que da al río y el de enfrente hay pica. “Como se meten en el choreo y en las drogas no los contamos como parte del barrio”. Irónicamente, lindar con la mugre en Bosh tiene un preciado valor. Porque la docena de casillas del otro lado de la acera carga con el estigma del afano. “Preferimos dividirnos y vivir tranquilos”, dice el joven mientras “pitu”, uno de sus mellis, muerde un cacho de sanguche.
La cuenca Riachuelo-Matanza es el espejo de agua con los índices de contaminación más altos del país. Atraviesa trece municipios bonaerenses: Almirante Brown, Avellaneda, Esteban Echeverría, Ezeiza, Merlo, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Las Heras, Marcos Paz, Presidente Perón, San Vicente y Cañuelas. Está rodeada por trece villas de emergencia y el 65,9 por ciento de los hogares no tiene cloacas, de acuerdo con un relevamiento de la Auditoría General de la Nación en 2006. Viven 4,5 millones de personas.
Domínguez tiene un nene de 6, una parejita de mellizos y otro por venir. “Gano $70 por día lavando nylon”, apunta. La máquina que usa para el trabajo es extraña. Está parada sobre el vado (todo ahí intenta hacer pié en el lodo) y tira agua en una suerte de hilos. El empleador de Raúl le trae el crudo (bolsones repletos de retazos de nylon industrial) y él los pasa por agua. Los devuelve y estos van a parar a la trituradora. Asunto que ya no le compete.
El monstruo Carrefour
A 100 metros del “barrio de abajo del puente”, por la misma calle (Obreros de La Negra), está emplazada la sucursal Avellaneda del hipermercado Carrefour. En 2008 una denuncia firmada por Alberto Santoro, en representación de la Unión Industrial Argentina (UIA), recayó sobre el suburbio. Seguida de una inminente orden de desalojo: tenían 48 horas para levantar campamento.
“Nosotros suponemos que nos denunció el mismo Carrefour porque dicen que le complicamos el ingreso de mercadería”, comentan los vecinos. Además, sospechan que es un asunto de discriminación: “Varias veces escuchamos a empleados decir que nuestras casas perjudican la imagen del súper”. La denuncia no pasó a mayores.
Con Estela también hay “pica”
El rumor en el barrio es que Estela tiene el “tongo”. ¿Por qué? Según los habitantes, se autoproclamó presidenta del lugar. Vive a una cuadra de allí (en una casa de material) sobre el asfalto, tiene auto (un falcón modelo ochenta y pico color marrón) y se encarga de recibir las viandas de los planes sociales. Debería repartirlas.
Tiene pinta de puntera. Mira con ojos de disgusto la presencia de un extraño. A cara de perro pregunta: “¿Qué hacen por acá?”. Raúl evita el contacto: “Si ella quiere hablar, yo me voy”, sentencia. Entre la disyuntiva, los trapitos salen al sol: “Estela recibe la mercadería de los planes y en vez de repartirla, como debería hacer, nos da una parte y la otra nos la vende”, asegura el padre de “pitu”.
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Aguas turbias bonaerenses
Los Dominguez viven en un valle rodeado de montañas. Los montículos de botellas de plástico ganan protagonismo en la instantánea. Aparecen por la ventana de su habitación. Es que justo allí van a parar los islotes que amontona ACUMAR (ente encargado del saneamiento) para luego ser retirados del cauce. Conviven con la contaminación y la materia fecal.
“Tenemos miedo de morir por culpa del río”, expresan al unísono los vecinos.
Ya es tiempo de la merienda en la cuenca y no hay vasos de leche para repartir. “Los nenes tienen que aprender a tomar mate desde temprano”, aclaran. Así es la vida abajo del puente. Todo vuelve a temblar con el tren de las 18.
Fotos y video: Christian Ugalde
18 de junio de 2010
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