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Vagineras y  los increíbles "escondites" de la droga

Lunes, 21 de septiembre de 2009 a las 12:03
Sandra Elizabeth B. es salteña. Tiene 30 años y acaba de caer presa por 200 pesos. Fue detenida por llevar “300 gramos de pasta base en fajas en la zona abdominal” por la que le prometieron 2 billetes con la imagen del general Roca. Estaba atemorizada y los semblanteros (los especialistas en detectar mulas) la detuvieron en el control de Salvador Mazza en Salta, en la frontera con Bolivia. “Andaba con problemas económicos y pensé que podía solucionarlo”, dice con lágrimas. Está presa esperando a que el tribunal decida cuanto tiempo estará tras las rejas por 200 pesos. Da pena verla así: se la nota instruida, habla bien y parece sincera al decir que “es la primera vez que transporta droga y está arrepentida”. Había soñado con ser maestra y estaba estudiando literatura. Una pena.

Karen Riverda J. es boliviana. Tiene 21 años y comparte la celda con Sandra. A ella le encontraron 28 cápsulas con un total de 300 gramos de cocaína que llevaba en su vagina. En realidad, en sus genitales sólo le quedaban 15 cápsulas. Se había “descompuesto” y tuvo que distribuirse el resto de la mercancía entre la bombacha, el corpiño y los bolsillos de su ropa. Fue debut y despedida. La escena y su cuerpo la delataron en los controles. En este caso le habían prometido también 200 (pero dólares) por transportar una carga valuada en mil quinientas lucas gringas. Tiene aspecto de nena, es menuda, carilinda y más callada que Sandra. Habla y está atemorizada. Su historia es típica en este eslabón de menudos traficantes. La vieron caminando por Santa Cruz de la Sierra, la amplia ciudad boliviana, “angustiada con problemas de dinero” y la cooptaron los narcos. “Un amigo” le ofreció ayudarla, se la presentó a otro y cerraron negocio en un bar. La indignación mayor de Karen es que la dejaron sola al momento de la detención. Su supuesta compañera de viaje (que se supone también llevaba carga) estaba limpia: los narcos le dijeron que iría acompañada, pero se trataba de una controladora para asegurarse de que entregara la carga. La engañaron dos veces.

Ahora Karen y Sandra están en una celda compartida en una cárcel de frontera. Ni siquiera pudieron avisarle a su familia (“preferimos que no se enteren”, dicen) y los suyos deben estar pensando si se las tragó la tierra.

La flamante ley de estupefacciones tampoco cambiará el destino: ambas confesaron que eran mulas y nada era para consumo. Serán juzgadas por la 23.737 con una pena que va de 4 a 15 años a la sombra que tal vez se vea reducida si no tienen antecedentes. Por 200, nacionales o extranjeros. Mal negocio.

Los que saben de estos costos y manejan el negocio (autos y casas super costosas) son invisibles. Sólo cada tanto dejan algunas huellas (o pérdidas ya contempladas) como en los recientes cargamentos y precursores químicos decomisados en el conurbano (las sustancias que se utilizan para la elaboración de la pasta base y la cocaína) que son la evidencia del avance del narcotráfico en nuestras pampas.

Los transportadores -como en la película- (tal como fue contado en la segunda parte de esta serie de notas en 24CON y en el programa GPS) son una modalidad en crecimiento junto a los mochileros que vagan por el monte. Cada tanto cae alguno preso (como si fuera una muestra), aunque en la mayor parte de los casos se trata de eslabones débiles de la cadena del tráfico de cocaína y pasta base en el norte nacional. Esta zona se ha convertido, en los últimos tiempos, en el paso preferido del narcotráfico que proviene de Bolivia y Colombia. Pero los cárteles que más han crecido son los que provienen de Perú, del Amazonas, de la localidad de Tingo María.

Muchos terminan instalados en villas como la 1-11-14.


La emblemática ruta 34 es la clave del transporte terrestre que ingresa desde Bolivia y llega a Buenos Aires, pasando por Salvador Mazza, Tartagal y Orán. Por la ruta 9, por La Quiaca, en Jujuy, también ingresan las mulas cada vez más sofisticadas. Las hay desde bebés (que transportan en los pañales, como también conté alguna vez) y los clásicos capsuleros que prefieren su propio estómago como portaequipaje. Con mucha disciplina, las mulas pueden llevar hasta 90 ó 100 cápsulas de 10 gramos cada una. Un kilo está valuado en 10 mil pesos en Buenos Aires. Si llega a destino recibirá unos tres mil y algo de pesos, cómo máximo mil dólares. Para esto deberá pasar, al menos, una decena de controles sin ser detectado ni observado. Hace unos días un par de gendarmes observaron con asombro a una señorita que portaba pechos voluminosos: sin erotismos, el gendarme paso a decomisar un corpiño con doble fondo donde se detectaron 800 gramos de pura blanca.

Otros, por tierra, apuestan al baúl del auto, al tanque de nafta. Hace poco fue descubierto un auto que llevaba merca dentro de los neumáticos. La sofisticación llegó a los cosméticos: se decomisaron unos mil envases de esmalte de uñas que contenía cocaína.

Hace menos de una semana Gendarmería incautó 316 kilos más y detuvo a dos argentinos que trasladaban la droga oculta en doble fondos de camionetas que viajaba hacia Rosario y Buenos Aires. Fue detenido al límite entre las provincias de Salta y Jujuy, a la altura del paraje La Calderilla.

La semana anterior Gendarmería incautó 47 kilos de cocaína y detuvo a una pareja con su hijo de un año que trasladaba la droga oculta en el tanque de combustible. El hecho ocurrió en el control Chalicán, en Jujuy.

Horas antes habían secuestrado más de 8 kilos de cocaína que eran transportados en un ómnibus procedente de La Quiaca que se dirigía hacia la Terminal de ómnibus de Retiro. La droga estaba entre los asientos del micro en un bolso que contenía 10 paquetes de cápsulas con 8 kilos 655 gramos.

Todo esto en lo que va de setiembre.

El tráfico de droga es uno de los pocos negocios que funcionan bien en esta Argentina convulsionada, entrampada entre los unos y los otros. Los decomisos de cocaína son todo un record en 2009: en estos meses van unos 1500 kilos contra los 326 del año pasado. A razón de casi 6 kilos por día. Unos 250 gramos por cada hora que pasa. Y pasa mucho más de lo que se encuentra.