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Con tan sólo 10 años, Flavio se encontró sin hogar. Su madre, María Cristina, había fallecido y sus “hermanastros no lo querían”. El padre lo había abandonado cuando ni siquiera gateaba, acaso porque era 20 años menor que María. “Mi marido me dijo que había aparecido un sobrino nuevo. Su hermano, Flavio Móndolo (padre), no podía alojarlo porque ya tenía otra mujer e hijos. No lo conocíamos, pero como yo ya tenía cinco hijos, uno más no hacía la diferencia”, explicó Juana Rivas (de 49), la tía del jovencito que meses después se convertiría en el “secretario personal” de Grassi.
Flavio fue a vivir a la casa de su tía, pero los celos de los primos generaron un clima tenso y hostil. En tanto, los otros hijos de María Cristina ya estaban haciendo los trámites para “depositarlo en la nueva Fundación del barrio” que conocían de oído.
La mujer no quiso cortar el vínculo con su sobrino y esporádicamente lo visitaba en el hogar, pero Flavio comenzó a mostrar cambios en su personalidad. Además, sin razones aparentes, desde la Fundación pusieron obstáculos a la relación.
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El adolescente ostentaba bicicleta nueva, un celular –bastante avanzado para la época– y la promesa de futuros viajes con el cura. “Nos preguntábamos si todos tenían el mismo trato, gastaría una fortuna pensamos… me llamaba la atención esa situación de privilegio. ¿Será porque es rubio, es un lindo chico, simpático, le habrá caído bien? No te da la cabeza para otras cosas, no se me hubiese cruzado el tema de los abusos”, argumentó Juana.
Habían acordado que el joven, en ese entonces de 13 años, visitara la casa de sus tíos los fines de semana, pero eso se dio una sola vez. Personalmente, Grassi fue a buscarlo y la experiencia dejó un sabor amargo en la familia. “Se lo llevó con cara de pocos amigos, cero simpatía, nos quedamos helados, como que el cura se preservaba de algo. Nunca llegamos a imaginar lo que pasó después”, la mujer se refiere a las denuncias de pedofilia que más tarde salieron a la luz.
“Flavio escondía algo, tenía cosas guardadas y no las quiso decir”, habían coincidido sus parientes. Entre otras anécdotas, el chico contó que “en un momento no aguantaba más y se quiso escapar”. Por eso, pretendió fugarse del predio, pero los celadores y los perros mordiéndole los talones en el medio del monte echaron por tierra su intento de cruzar el alambrado perimetral.
Aunque intentaron contactarse con él en varias oportunidades, la negativa de la Fundación se convirtió en una constante. El número de teléfono que le pasaban era equivocado o simplemente no se podían comunicar. Incluso, fueron al hogar pero la respuesta era siempre la misma. “Que me quedara tranquila que se lo había llevado el cura y que estaba bien”, aseguró Juana.
Privilegiados
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Según se dijo en el juicio, ese estratégico sitio lo ocuparon unos seis menores (y posibles víctimas): algunos lo denunciaron, como Luis; mientras que otros, como Flavio, se convirtieron en arduos defensores del fundador de Felices los Niños. Entre otras coincidencias, “los privilegiados” lavaban sus ropas de manera diferenciada.
El actual paradero del joven es desconocido para sus familiares directos. La última vez que lo vieron fue cuando egresó de la Fundación a los 18 años y cenó con ellos. Allí, presentó en sociedad a su novia con quien tiempo después habría tenido un hijo. Luego se lo tragó la tierra, hasta que el año pasado se contactó con su tía para estar al tanto de un terreno que heredaría de su abuela, pero ella aún está con vida. No hubo más detalles. Quien lo busca desesperadamente y quiere saber de él es Liz Ángeles Gorosito, hija de la cuarta y última pareja del padre.