Valeria fue depositada en un contenedor como parte de la basura. Era apenas un bebé cuando fue arrojada como desecho orgánico. Antes de poder caminar, ya sintió el hediondo olor nauseabundo de los residuos bonaerenses. Antes, algunos meses antes, cuando vivía en un vientre precoz, Valeria ya sabía que su concepción no había sido planificada. Por ausencia de cuidados e información de una noche de pasión, la gestación de Valeria no fue lo que se dice un acto de amor. Hoy tiene 28 años y está presa hace 2 años y 6 meses por robo y tenencia de droga. Lleva más tiempo tras las rejas que en libertad. Anteriormente había estado apresada por secuestro y robo y recorrió varios penales del país.
Fue recogida de la basura porque sus gritos se hicieron oír. Lloraba, quería sobrevivir. Era muy conciente de que su albedrío le daría una oportunidad en este mundo que le bajaba el postigo. Más tarde, crecería en un hogar que supo adoptarla pero no quererla. A Valeria nunca le importó: siguió luchando por y, a pesar de ser mujer, prefirió vestirse de hombre: “es que me di cuenta de que la única manera de sobrevivir era haciéndome pasar por varón”. Creció entre una familia con todas las deficiencias y la calle, siempre la calle, y tuvo empeño para pensar que la única carrera posible era la delictiva. Y hasta tiene cara de varón. De pelo corto, teñido de naranja furioso, Valeria Danés es locuaz, verborrágica y habla gritando, con el fresco recuerdo del contenedor (al que alude más de una vez) para llamar la atención. Pidió arreglarse para recibirme y vino a la entrevista con un jeans con bragueta tipo oxford y zapatillas como botines de fútbol. Alta, fría y defensiva, afirma que siempre le gustaron las mujeres “desde chica”.
Como en la película Leonera, aplaudida en Cannes, prevaleciendo sobre la ficción, la protagonista dice saber lo que quiere: cambiar su vida criminal y tener una familia. Como nunca tuvo nada adoptó un hijo que lleva su apellido, al que “extraña mucho y ve poco” y en la cárcel encontró la pareja que le cambió la vida. Se llama Cintia Blanco y tiene 25 años. La historia de Cintia es distinta. De manual. Por curiosidad, por la calle, por las malas compañías, por error, se dejó llevar por la droga hasta la cárcel. Criada en una familia desatenta, Cintia tuvo sobredosis de bocacalle cuando debía estar en la escuela y terminó enroscada, fisurada y presa.
A diferencia de Valeria, Cintia se parece a una mujer. De pelo largo, de rasgos delicados, esta morocha, no condice con el perfil de una rea. Más bien es el resultado de una serie de delitos por la necesidad de drogarse que la esconden tras las rejas hace más dos años y con dos por delante por lo menos. Cintia habla suave y pausado mientras confiesa que no le fue fácil ponerse en pareja con Valeria: “acá existen las nenas y las chongas, pero para mi esa realidad es parte de la cárcel, y nunca formé parte. Lo veía como algo feo. Pero cuando un día nos cruzamos en el Pabellón con Valeria, supe que era la mujer de mi vida”.
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Valeria siempre luchó por sobrevivir. Antes de su concepción, supo que su destino era vestirse de fajina. Gritando, a fuerza de golpes y a los puntazos se hizo líder de su pabellón y emprendió su caza por Cintia. “Cuando la vi en el patio interno me enamoré a primera vista. Después me acerqué a su ranchada y no la dejé un sólo instante más”. Valeria no quería perder de nuevo en una comarca feroz como es la Unidad 8 de Los Hornos. No hace mucho en ese penal, unas reclusas se amotinaron, prendieron fuego unos colchones y una interna murió quemada. Antes, otra revuelta se originó en la unidad de mujeres cuando el personal de seguridad intentó realizar una requisa, a la que se opusieron las internas. La pelea duró pocos minutos y siete agentes terminaron con heridas que debieron ser atendidas en la enfermería del penal. El episodio se generó cuando las guardias intentaron hacer una inspección, a la que las presas se opusieron a trompadas y agarrones de pelo. Se temió que el enfrentamiento se generalizara a otros sectores de la cárcel y se produjera un motín, pero no pasó. La violencia se respira, todo está latente.
Por suerte, y porque existe un recambio en las autoridades del Servicio Penitenciario que están empezando a “admitir las relaciones homosexuales”, no hay tantos muertos. Valeria, cansada de perder, asiente desconfiada: “a mi nena nadie la mira ni le toca un pelo porque la mato”.
Por amor, por necesidad de protección, Cintia se agarra fuerte de la mano de Valeria mientras cuenta su historia. Es una historia de amor. Una de las tantas en una población donde sobra el rencor, el resentimiento y las mulas del paco están confinadas con las que cometieron matricidio (asesinaron a sus hijos).
No me queda claro si el amor es recíproco. Para Valeria parece estar mucho más claro. No importa. Se trata de un sentimiento a prueba de censuras en una de los penales más violentos de la Argentina.