Para comprender la dimensión histórica del extraordinario proceso político-social que
derivó en la imponente movilización del 17 de octubre de 1945, protagonizada por dos
millones de obreros procedentes de distintas barriadas populares, desde la industrial
Avellaneda hasta los más recónditos pueblos de la Argentina profunda, es preciso
remontarse a las distintas experiencias colectivas que nuestro pueblo en ciernes
comenzó a protagonizar desde las heroicas resistencias de 1806 y 1807, cuando
organizados en milicias vencieron a las tropas de la mayor potencia mundial de ese
momento: Inglaterra; acciones victoriosas que se transformaron en ensayos triunfales
para finalizar con el despotismo monárquico español, y proclamar el primer gobierno
patrio el 25 de mayo de 1810. A partir de allí, superada la tutela que imponían los reyes
de España en estas tierras, dos proyectos de país comenzaron a enfrentarse (hasta
nuestros días): el representado por los sectores minoritarios de la sociedad, que para
mantener sus privilegios económicos en ese momento, propugnaban por seguir bajo la
tutela de la corona española; y el de los patriotas, cuya base social conformada por las
mayorías, tenían como objetivo político la emancipación americana con la consecuente
puesta en marcha de una economía independiente de las potencias centrales, que
abarcara el extenso territorio de los antiguos virreinatos: la Patria Grande.
San Martín y su plan continental para la liberación de América
En este marco, distintos líderes populares como “Andresito” Guacurarí y Artigas, Juana
Azurduy, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo, José Gervasio Artigas, Manuel
Dorrego, Miguel de Güemes y hasta Martina Chapanay (la vengadora del asesinado
general popular riojano “Chacho” Peñaloza), entre tantos otros, encontraron su rumbo
en el liderazgo de José de San Martín, cuyo plan continental para la liberación de
América se consagró como el primer tramo de un proyecto popular que propiciaba entre
otros aspectos la consagración de una monarquía incaica que garantizara la devolución
del poder americano a los dueños originarios y legítimos del mismo: los indios
americanos y la cultura más importante producida en Suramérica hasta el presente: los
Incas, objetivo que además echaba por tierra las aspiraciones de los sectores
prohispánicos y la de los liberales probritánicos.
Este proyecto encontró una fuerte resistencia por parte de las oligarquías de nuestra
región, en particular la de Buenos Aires, que luego de algunos años lograron doblegar
en una primera etapa a los ejércitos y milicias populares libertarias, y consagraron a
Bernardino Rivadavia como primer jefe de Estado de las Provincias Unidas del Río de
la Plata entre 1826 y 1827. El mismo, que ejerciendo el cargo de Ministro de Gobierno
y Relaciones Exteriores de la provincia de Buenos Aires durante
el gobierno del general Martín Rodríguez, dio inicio a la historia de dependencia
económico-política nacional, con el primer empréstito contraído con la compañía
financiera británica Baring Brothers en 1824, por un millón de libras esterlinas, de las
cuales sólo llegaron al país -descontados las comisiones y varias cuotas adelantadas del
préstamo-, 570.000 libras: 65.000 en efectivo y el resto en letras de cambio sobre casas
comerciales británicas en Buenos Aires propiedad de los gestores de este préstamo, que
fue impuesto como parte de la estrategia geopolítica de dominación de Gran Bretaña,
para condicionar económicamente e impedir el crecimiento de nuestro país como
Nación independiente. Este primer gran robo de los sectores económicos privilegiados
criollos, recién se terminó de pagar en el año 1904, con un costo para el Estado nacional
que multiplicó por nueve aquel antiguo empréstito.
Juan Manuel de Rosas y la conquista de la soberanía política
En este marco, y luego del fusilamiento del entonces gobernador de la provincia de
Buenos Aires, Manuel Dorrego en 1828, líder federal que encabezó el primer gobierno
nacional y popular, a manos del general unitario Juan Lavalle –dando inicio al primer
golpe de Estado llevado a cabo en nuestra historia nacional-, aparece en escena el
segundo tramo de un proyecto popular, reivindicador de la soberanía política y la
independencia económica: el encabezado por el general brigadier Juan Manuel de
Rosas, que luego de derrotar al asesino de Dorrego, asume la gobernación de la
provincia de Buenos Aires en 1829. Desde entonces, los gobiernos encabezados por
Rosas van a contar con el apoyo de los sectores humildes del campo y la ciudad, como
así también de la numerosa población afroamericana que por esos años vivía en los
barrios populares de Buenos Aires, como así también de sectores indígenas, como el de
la Nación Pampa, liderada por el cacique Juan Catriel, quien durante las celebraciones
ocurridas en ocasión del comienzo del segundo gobierno de Rosas, no dudó en afirmar
desde Tapalqué: “Juan Manuel es mi amigo, nunca me ha engañado. Yo y todos mis
indios moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como
vivimos en fraternidad con los cristianos y entre ellos.”
Por otra parte, la firme decisión del gobierno de Rosas ante la usura impuesta por los
intereses británicos en línea con los sectores oligárquicos de Buenos Aires, a través del
empréstito contraído con la compañía financiera británica Baring Brothers, tuvo su
epicentro durante el discurso inaugural de las sesiones de la Legislatura en 1835, cuando
afirmó: “El gobierno nunca olvida el pago de la deuda extranjera, pero es manifiesto
que al presente nada se puede hacer por ella, y espera el tiempo del arreglo de la deuda
interior del país para hacerle seguir la misma suerte bien entendido que cualquier
medida que se tome tendrá por base el honor, la buena fe y la verdad de las cosas”.
Pero sin dudas, el máximo ejemplo de acción soberana llevada a cabo por el
Restaurador, fue la gesta patriótica de “Vuelta de Obligado” en1845, acción que le valió
el reconocimiento del general José de San Martín y el obsequio de su sable corvo con el
que condujo tantas batallas en suelo americano, acompañado por un memorable texto de
la siguiente clausula de su testamento: “El sable que me ha acompañado en toda la
guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al General de la
República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción
que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la
República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de
humillarla."
Al igual que el golpe de Estado llevado a cabo contra el gobierno popular de Manuel
Dorrego; el 3 de febrero de 1852, Rosas es vencido en la batalla de Caseros, dirigida
militarmente por el caudillo entrerriano Justo José de Urquiza, y quien en un acto de
primera traición a los intereses de la Federación (la máxima de sus deslealtades las
llevará a cabo durante la “Guerra Grande” o “Guerra del Paraguay”), se alió con los
sectores liberales-unitarios porteños, el Imperio del Brasil y la embajada británica en
Buenos Aires que la condujeron políticamente, para poder derrotar a un gobierno
defensor de los intereses nacionales y someter a un impasse que durará décadas toda
acción que represente a los intereses populares en los distintos gobiernos que se fueron
sucediendo desde entonces y hasta entrado el siglo XX.
Juan Domingo Perón y la irrupción de la justicia social
La derrota de estos grandes proyectos populares y nacionales del siglo XIX, harán
retroceder las conquistas colectivas obtenidas hasta 1852, a pesar de la resistencia
mantenida por los distintos caudillos federales en toda la Argentina, hasta la
constitución de los movimientos obreros, en sus inicios de inspiración anarquista y
marxista, y sus luchas que terminarán por conseguir algunos derechos, entre el que se
destaca el sufragio universal, secreto y obligatorio, que propiciará el primer ensayo de
un gobierno popular en el Siglo XX: las dos presidencias legitimadas por los sufragios
del caudillo radical Hipólito Yrigoyen.
Luego del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, los sectores mayoritarios del
país, que desde la derrota militar y política de 1852 se encontraban invisibilizados por
los distintos gobiernos de la oligarquía agropecuaria y sus bufones escribas de la
“Historia oficial”, transitarán casi una década y media de silenciosa resistencia para
finalmente resignificar aquel legado histórico nacido de las primeras organizaciones
colectivas en 1806, y que posteriormente fueron organizados por los generales San
Martín y Rosas. De esta manera aparece en escena el tercer tramo de un proyecto
popular y nacional, con el por entonces incipiente liderazgo de un Coronel del Ejército
Argentino, que ostentaba el cargo de Secretario de Trabajo y Previsión Social: Juan
Domingo Perón, un conductor de características únicas que le hablaba al pueblo en su
mismo idioma, y puso el cuerpo junto a los obreros decepcionados de un socialismo
ajeno a la realidad nacional, de un radicalismo en plena descomposición después de la
muerte de su gran caudillo Yrigoyen, y de un comunismo cuyas consignas nunca se
relacionaron con las demandas nacionales y populares, para comenzar la conquista
definitiva de derechos postergados y la creación de estatutos a favor de los gremios y
convenios colectivos beneficiosos para los trabajadores. De esta manera, a partir del año
1943, Perón comenzó un proceso de construcción que conformó uno de los
movimientos sociales y políticos más importantes de la historia contemporánea: el
Justicialismo (único movimiento de masas que continúa vigente -y revitalizado en la
actualidad- a nivel mundial) que impulsó transformaciones que marcaron huellas
profundas en nuestra sociedad. La clase trabajadora constituyó el eje principal de
sustentación de ese nuevo y vasto movimiento que modificó las condiciones sociales,
políticas y económicas del país, siempre en línea con las experiencias de liberación
nacional, independencia económica y soberanía política, que comenzaron a gestarse en
nuestro país casi un siglo y medio antes, y que tuvieron finalmente su consolidación
hegemónica a favor de las grandes mayorías populares a partir del 17 de octubre de
1945, cuando Juan Domingo Perón, siendo las 20:30hs, se dirigió a la masa desde uno
de los balcones de Casa Rosada, y dijo, entre otras cosas: “interpreto este movimiento
colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único
que puede hacer grande e inmortal a la patria.”