Parado frente a los cinco niños, el "profe" los observa tras una máscara y les propone un juego: bajarse los pantalones y tocarse entre ellos. Para hacerlo, habían llegado al campo deportivo, lejos de todas las miradas. Los niños lo saben: el juego termina cuando el hombre se quita la careta. No era la primera vez que lo hacían ni tampoco sería la última.
Emulando al doctor Jekyll y a mister Hyde, memorable personaje de la obra de Robert Louis Stevenson, el profesor de gimnasia Fernando Juárez habría llevado a cabo las aberrantes fantasías de todo pedófilo en las instalaciones del Instituto Don José de San Martín, de San Miguel. ¿Sus víctimas? Cinco niños de entre 3 y 4 años del Jardín de Infantes del establecimiento educativo.
Fernando tenía 33 años cuando fue acusado de abusar a los menores. Sucedió en septiembre de 2007 y provocó la división de la comunidad en dos grupos conmocionados por igual: por un lado, quienes sintieron ganas de lincharlo por la gravedad de la denuncia y, por otro lado, quienes se encargaron de proteger al presunto abusador y denigrar a los pequeños a y sus padres.
Casualmente, la defensa más férrea de Juárez tuvo como cuartel la mismísima escuela que, lejos de tomar una posición distante y objetiva ante los dichos de sus alumnos, prefirió ensayar una suerte de ataque demencial contra las presuntas víctimas, una vez más, niños de entre 3 y 4 años.
Así, por ejemplo, en una extensa carta, titulada “Nosotros no somos culpables”, que se repartía en la institución, develaron las declaraciones de los menores, tildaron a Juárez de “Chivo expiatorio” y ventilaron problemas personales de los niños y sus padres para explicar las supuestas mentiras sobre el profe de educación física: “Dos de las madres tienen antecedentes y experiencias familiares de abuso, ello puede haber generado la susceptibilidad y el prejuicio. Chicos agresivos con conductas fuera de lo común, falta de contención y comunicación familiar de padres a hijos, puede haber generado el enmascaramiento de hechos comunes en menores de esa edad. Recomendaciones de los profesionales. En las otras, antecedentes de no haber quedado embarazadas”.
Sin embargo, “el profe”, estuvo preso por un mes. Luego quedó en libertad por morigeración y desde entonces espera la fecha que cambiará el rumbo de su vida: el 17 de mayo será juzgado por el Tribunal Oral Nº4 de San Martín, ya que la fiscalía no creyó los argumentos de sus defensores y elevó la causa a juicio por el delito de “abuso sexual gravemente ultrajante agravado por ser persona encargada de su educación reiterado en varias oportunidades en concurso ideal con corrupción de menores agravado por ser persona encargada de su educación. Todo ello, en concurso real con abuso sexual agravado por ser persona encargada de su educación, en concurso real con exhibiciones obscenas agravadas por ser menores de 13 años de edad, siendo estos dos últimos dos figuras que concurren en formal ideal”. En fin, un largo pergamino que da cuenta de la gravedad de los hechos.
El monstruo
Los niños afectados a la causa declararon a través de la Cámara Gessel y contaron a los peritos psicólogos cómo el monstruo llevaba a cabo el abuso. Además, detallaron que para que guarden silencio de lo que pasaba en los minutos que compartían, les hacía un gesto que podrían comprender sin problemas: se pasaba el dedo por la cara, simulando un corte. Así los intimidaba.
“Es un garrón terrible”. Esa es la frase que ensayó Juárez en su declaración. “El garrón” era la denuncia que pesaba en su contra. Durante la entrevista con los peritos no mostró emociones. Tampoco parecía angustiado. Como una piedra respondió a las preguntas de los especialistas como si fuera un parcial de secundaria, pero no logró engañar al ojo experto: el examen psicológico arrojó que el profesor y guardavidas posee “rasgos marcadamente obsesivos, compatibles con neurosis obsesiva grave”, una patología equivalente a la del condenado cura abusador Julio César Grassi.
Los especialistas establecieron que el acusado continuaba anclado en “la estructura anal”, un término freudiano que refiere a una etapa de la niñez, correspondiente a los 2 y 3 años. Según el análisis, Juárez no superó la etapa a raíz de una situación traumática que ha establecido una fijación (de ahí la neurosis obsesiva grave).
No es un dato menor que el acusado, casado y con dos hijos, haya perdido a su padre a la temprana edad de 3 años.
Asimismo, Fernando evidenció “compulsividad, mecanismos omnipotentes, ambivalencia afectiva y aspectos paranoides”. “Ansiedad y preocupaciones de tipo sexual e indicadores de agresión”, salieron a la luz en el informe pericial.
Del otro lado, los chicos. Todos mostraron secuelas del abuso que padecieron, signos que alertaron a los padres: uno de ellos se hacía pis encima cada vez que llegaba a la puerta del colegio, otro, comenzó con trastornos en el habla. De repente, se volvió tartamudo. La inhibición fue el rasgo común.
“No le hagas a los otros lo que no deseas que te hagan a ti mismo”, concluye la misiva que difundió el colegio a favor de su empleado. Tal vez, deberían haber esperado al día del juicio.
El arte de defender a pedófilos
No sólo este caso guarda relación con el de Grassi por las características psicológicas del acusado, sino también porque vuelve a aparecer un hombre sospechado de entrenar a sus clientes para las pericias: Mariano Castex.
Además, Juárez cuenta con la representación legal de Fabián Raúl Améndola, un hombre del estudio de Fernando Burlando, abogado que jura no atender a abusadores sexuales o violadores. Difícil tarea tiene Améndola de demostrar que Burlando no faltó a su palabra.