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El viaje en el transiberiano de los argentinos para llegar a Novgorod

Jueves, 21 de junio de 2018 a las 08:33

Equivocarse de plataforma puede convertirse en un drama a gran escala. A las 23.45 está programado el tren que une Moscú con Vladivostok, una ciudad portuaria bañada por las aguas del Mar de Japón. 23.55 sale otra formación. El destino es Pekín. La estación de Yaroslavsky, emplazada en el tercer anillo de la capital rusa, mantiene su estructura, para nada europea, pero por estos días cambia la fisonomía de los pasajeros que circulan por sus andenes. Hay camisetas de las selecciones de Perú, Argentina y Croacia. Están quienes solo llevan un Fan ID colgado en el cuello y una mochila, pero también los que aprovechan a comprar pan, fiambre y hasta un guiso recalentado en el microondas a 200 rublos (86 pesos argentinos). Un plato recomendable aun para paladares exigentes. Quienes esperan miran los celulares, pero no escriben. En tiempos de conexión a toda hora y en todo lugar, el streaming de Rusia-Egipto es el amo y señor de las pantallas. Mientras, un fuerte olor a kebab impregna la ropa de los presentes. Muchos son argentinos que viajan a un partido que mutó en duelo trascendental.

Los argentinos hacen fila para subir al tren que sale desde la estación Yaroslavsky de Moscú Crédito: Aníbal Greco

El mítico tren Transiberiano une los extremos de Rusia en seis días con un recorrido de 9.048 kilómetros y cruzando siete husos horarios, pero esta vez solo sirve como excusa para llegar a Nizhny Novgorod, la sede del Argentina-Croacia con sabor a final anticipada, a partido clave para una generación que necesita cambiar el rumbo a tiempo para pensar en una despedida más acorde a sus galones. Y los argentinos toman por asalto cada uno de sus siete vagones, sin distinción de clase.

Algunos pocos consiguieron primera, pero la gran mayoría se reparte entre segunda y turista. La diferencia está en dónde y cómo dormir. En primera hay dos camas, en segunda los camarotes son mixtos y con literas para cuatro personas, mientras que viajar en turista es lo más parecido a dormir en una habitación de un hostel para cuarenta personas con baño compartido. Para caminar por los pasillos de la clase más económica hay que esquivar bolsos, guitarras, pies y zapatillas. Hay mujeres, hombres, niñas y niños. Se escuchan más palabras en cordobés que en ruso. Algunos juegan al truco, mientras otros intentan dormir al menos un par de horas en unos colchones demasiado duros. El amanecer a las tres de mañana no da demasiado respiro y las cortinas no alcanzan para tapar la luz de las noches blancas. 

La estación Yaroslavsky de Moscú Crédito: Aníbal Greco

Las azafatas rusas tratan de ordenar dentro del desorden propio que provoca el espíritu mundialista. Irina, una señora rubia de unos cincuenta años, es la que intenta ser la más amable, el resto solo se dedica a silenciar y controlar los boletos. Escasean las sonrisas. Alguna que otra responde de mala manera y se enoja cuando ve cómo las camisetas albicelestes saltan de vagón en vagón. Formulario en mano, van retirando los tickets y tildando los apellidos de todos los pasajeros.

Los hinchas argentinos caminan de punta a punta, enfundados con los colores de la selección. Sobresale una bandera de Pigüé, con un grupo de amigos que se reparte entre dos vagones.También hay de Capilla del Rosario y de Chascomús. En algunos rincones se ven camisetas de Boca, River y Estudiantes. Una pareja quiere llegar al restaurante, pero no para comer, sino para saciar la sed en la barra que atiende Igor, un mozo de pocas palabras. El vagón comedor, uno de los extremos de la formación tiene seis mesas, ocho sillas altas y muy poca concurrencia. Cierra dos horas después de la salida de Moscú y reabre su puertas recién para la mañana.

Una parada en Vladimir, mitad del camino entre Moscú y Nizhny Novgorod Crédito: Aníbal Greco

Huaigu Yu nació en la lejana Hangzhou, en la costa este de China. El lunes viajó 176 kilómetros por ruta hasta Shanghai y desde el aeropuerto internacional se tomó un vuelo de casi diez horas a Moscú. Es un veinteañero que desde la cama número 32 del séptimo vagón no oculta sus pasiones. La principal se llama Ariel Ortega. Fanático del jujeño, no para de compararlo con Lionel Messi y Diego Maradona. "El resto de los jugadores argentinos vienen muy atrás", dice, en perfecto inglés. Y se anima a gritar "Burrito" por los pasillos. No hay manera de añadirle otro jugador a su Top 3.

Huaigu Yu, el asiático fanático de Ginóbili, Ortega, Messi y Maradona, viaja en el tren para ver a la selecciónCrédito: Aníbal Greco

Su celular es una caja de sorpresas. Tiene a Manu Ginóbili de fondo de pantalla y en el carrete hay unas treinta fotos de Gabriel Batistuta, Hernán Crespo y Andrés Guglielminpietro. Huaigu fue a ver un partido de leyendas que se disputó hace diez días en Shenzhen y aprovechó para estar cerca de los ex futbolistas. En el tren no está solo: forma parte de un grupo de cuatro amigos chinos que viajan a Nizhny Novgorod solo para ver a la selección. Tienen camisetas, mochilas de la AFA y una pasión que cruza cualquier frontera. Prometen que hoy estarán en la cancha con la "10" en la espalda y la cara pintada de celeste y blanco. El viernes emprenderán el vuelo de regreso a China, con el deber cumplido.

El empate ante Islandia golpeó a varios de los pasajeros, pero nadie baja los brazos. Hay optimismo y confianza en la recuperación, en triunfo que cambie el humor general. Una familia ya piensa en volver para octavos de final -la selección debe terminar primera del grupo para volver a aquí-, mientras que una pareja, en plan de vacaciones por Europa, tiene entradas hasta ese encuentro de la segunda rueda. Todos creen en el poder de fuego de Messi.

Camino a Nizhny Novgorod, en el Transiberiano un grupo de argentinos viajan para ver el partido ante CroaciaFuente: LA NACION - Crédito: Anibal Greco

Mientras la primavera se toma una pausa y el verano promete empezar recién en tres días, más allá de lo indique hoy el calendario, el viento y la lluvia dan la bienvenida a una ciudad marcada por la industria, el río Volga, el teleférico y la fábrica de matrioshkas, la artesanía que cualquier visitante busca como souvenir. Es una postal de la Rusia profunda. Las fábricas se confunden con coloridas casas bajas y se multiplican las catedrales y las iglesias. En un radio de diez cuadras de la estación de trenes se pueden contar ocho edificios religiosos. Casi todos cerca del río. Es la primera impresión que se lleva el visitante que se baja en el primer tramo de un Transiberiano que recién llegará al extremo oriental la próxima semana. El camino que recorrerá aparece en las recomendaciones de las cosas que se deben hacer antes de morir. Los que descienden en la estación Moskovski-Gorki no esperan, no necesitan, ni pretenden tanto. Lo único que quieren es ver a un Messi triunfal.

Fotos: Anibal Greco/enviado especial