"El club se comunica con nosotros y nos dice como viene la mano", comienza explicando Gustavo Carreiras, jefe de la Departamental de La Matanza. Misteriosamente, diez micros aparecen en las puertas del club (o la sede) a la espera de la hinchada, con conductores incluidos a su disposición.
La gente se sube a los ómnibus, generalmente escolares, apretados, con medio torso colgando por la ventanilla. "Un coche guía el camino y se los acompaña hasta el límite jurisdiccional", añade el policía. Los cantos y las banderas no son lo único que acompaña la caravana. Las armas de fuego suelen ser usuales en viajes que pueden presentar adversidades. Por ejemplo, el domingo luego del partido entre Boca y Estudiantes, algunos integrantes de La 12 fueron detenidos por portar pistolas.
La policía escolta, como un chacarero a su ganado, pero muchas veces hay problemas. Un cruce con otra hinchada o una simple piedra que de con un cristal del micro. Eso suele terminar en tiros y enfrentamientos con la policía que busca controlar.
"En la cancha se realiza la requisa, se los revisa. Si el club nos entrega una lista para el derecho de admisión, se ejerce y esa persona no entra", asegura Carreiras. La teoría esgrime una cosa y la realidad otra.
La barra llega con sus bombos y banderas, con la impronta de los pesados. Pasan el cacheo antes que la señora que está con su hijo, entran a la tribuna y se apropian del centro.
Cantan, a veces insultan. Celebran o se ponen tristes y se vuelven. Es así, simplemente como eso, su día de trabajo. El domingo del barrabrava tipo, pilar maldito del fútbol argentino.