El afiche promocional de la última temporada de la serie emula a "La última cena" de Leonardo Da vinci. |
En el comienzo, el vuelo Oceanic 815 empezó a tambalearse en algún lugar sobre el Océano Índico. “Mi esposo sigue recordándome que los aviones quieren estar en el aire”, le dice nerviosa Rose al pasajero que está sentado junto a ella, un sensato neurocirujano llamado Jack Shephard. “Bueno, suena como un hombre muy inteligente”, responde Jack. Momentos después, el avión se parte en tres pedazos, vaciando su contenido en la caja china de una isla. A los veinte minutos en el impresionante capítulo piloto de “Lost”, el mensaje quedó claro: hay situaciones en las que la inteligencia no vale la pena. O, para tomar prestado del Libro de los Romanos, “profesando ser sabios, se hicieron necios”. “Lost” alude de manera constante a la Biblia: las identidades de los personajes (¡Shephard!), las tramas, las referencias explícitas a las Sagradas Escrituras.
Como ocurre siempre, el inminente estreno de una temporada genera enorme expectativa y ansiedad entre los fans. La última de “Lost”, comenzó el 2 de febrero en Estados Unidos, y apenas una semana más tarde, el 9, en la Argentina (a las 21 por AXN, con 2 horas de duración, y el mismo día a las 20 saldrá al aire el especial “Recap”).
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Ya que los fans empezaron a especular con esta temporada final, harían bien en recordar que más que ninguna otra cosa –y más que cualquier otro aclamado show televisivo de todos los tiempos- “Lost” es un programa sobre la fe. No por nada la foto publicitaria de esta temporada muestra al elenco en una escena al estilo de “La Última Cena”.
En tanto género, la ciencia ficción misma es una religión, con creyentes fervientes, que escriben “Jedi” en la categoría “Creencias religiosas” de sus perfiles de Facebook. “Lost” no es la excepción a este tipo de devoción. Se generó una sólida comunidad online –Lostpedia, una obsesivamente detallada Wiki, cuenta con cerca de 60.000 artículos- y una subcultura literaria hiperbólica, que ofrece títulos como “El Mito de Lost: Resolviendo los misterios y comprendiendo la sabiduría”.
Los fans quieren una resolución satisfactoria al final de esta sexta y última temporada, pero eso no parece posible para todos. Al igual que las grandes estrellas del programa –el pragmático Dr. Shephard (Matthew Fox) y el fantástico, impropiamente llamado John Locke (Ferry O’Quinn)- los televidentes de “Lost” caen en dos categorías, aquellos que adhieren a la razón y aquellos que siguen la fe. Los literales de “Lost” creen que la serie es imbatible, que no es sólo un show televisivo entretenido y absorbente, sino que está inspirado en las Sagradas Escrituras, concebidos a sabiendas, y que son infalibles.
En otras palabras, los muchos, muchos cabos sueltos de la serie –el monstruo de humo, el oso polar- tienen que resolverse. A los progresistas les gusta la serie, pero aceptan sus limitaciones. Saben que los programas de televisión se adaptan, que los actores se van o se embarazan, los presupuestos se recortan, los guionistas hacen huelga. Más que eso, saben que las ideas cambian, que las buenas ideas se quedaron huérfanas a favor de las grandes ideas, que “Lost” no tiene que ser perfecto para ser importante. En resumen, “Lost” fue mucho más allá que un programa sobre la fe, para ser un metamensaje sobre la fe.
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Es una lástima que el legado de “Lost”, para muchos, descansará en su habilidad para conciliar las contradicciones, los hilos sueltos y las preguntas de final abierto que cualquier gran y ambiciosa mitología está destinada a crear. Es, por sobre todas las cosas, un programa sobre las grandes preguntas que suenan en el corazón de la experiencia humana. ¿Somos especiales? ¿Hay un diseño para lo que pasa en nuestras vidas? ¿Qué significa todo esto?
Nuevamente se esperará que los dioses del universo “Lost”, los productores y escritores Damon Lindelof y Carlton Curse, respondan las preguntas que se hayan planteado cuando la serie termine, así como al creador universal le harán preguntas como: “¿Por qué las cosas malas le ocurren a la gente buena?”. Más vale que no sean vagos. Si “Lost” ensaya un sin-final tan audaz como el que coronó a “Los Sopranos”, Lidelof y Cuse deberán desaparecer en, digamos, una isla que no pueda ser encontrada en ningún mapa conocido.
Pero cualquier final que ate los cabos sueltos de la historia y los principales aspectos de los personajes dejará satisfechos a los seguidores de “Lost”, los fans que no están sumidos en la importancia de todo esto pero que lo disfrutan tal como es. “Lost” no es sólo una metáfora de la fe, es una metáfora sobre la vida: todo es más divertido cuando uno deja de tratar de averiguar de qué se trata y se deja llevar.
Por Joshua Alston
Fuente: El Argentino