Ezeiza

Como Granados no los ayuda, 80 chicos de la villa meriendan a la intemperie

Una familia fundó el merendero detrás de su casa, pero lo derribaron porque estaba destruido. "No hacen nada porque los chicos no votan", dijeron a 24CON. Cómo es el "Spegazzini olvidado".

El olor a tortas fritas recién hechas funciona como un GPS. Es lo que guía por la calle Alaska –así se llama ese intransitable camino de tierra con pozos – hasta una humilde casita azul de madera, que se distingue fácilmente de todas las demás en el precarísimo barrio Tres Américas. No sólo por su pintoresco color, sino porque todos saben que allí funciona el único merendero de la zona, al que asisten 80 chicos dos veces por semana. Cada lunes y cada jueves.      

“Bienvenidos al Spegazzini olvidado”, saluda el dueño, Fabián. Abre la cerca, sobre la que él mismo pintó “Familia Álvez”, e invita a pasar. A poco más de un kilómetro, sobre la ruta 205, se erigen los nuevos countries y barrios cerrados, que maquillan cruelmente la realidad en la que vive el resto de esa localidad, en el partido de Ezeiza. Countries en los que también trabaja la mujer de Fabián, Angélica, como empleada doméstica por hora.

Ambos están juntos hace 14 años y tienen tres hijos. El más chiquito, Lautaro, se pasea por el lugar en su triciclo, perseguido por los inquietos perros de la casa y por el cacareo de unas gallinas enjauladas. Judith, en cambio, llegó hace unas horas de la Universidad de Lomas de Zamora, donde cursa el segundo año de Derecho, y se puso a ayudar en la cocina a su mamá y a su tía. Y el más grande está trabajando en una carnicería, donde le donan grasa para freír.

Adentro, detrás de la casita azul, hay un pequeño baldío. Allí se ubicaba una estructura de madera, con alfombras pegadas al piso de tierra, donde funcionaba el merendero. Pero, hace apenas días, la tuvieron que tirar abajo, porque el techo de chapa se pudrió y, cuando llovía, “caía más agua adentro que afuera”. Fabián se disculpa por la suciedad en su ropa y aclara que es porque “todavía” no terminaron la reforma forzada. Ahora, lo único que queda en pie es un baño inutilizable. El resto son escombros acumulados en un gran pozo, que cercaron para evitar accidentes con los chicos.   

“Antes vivíamos en Monte grande, pero hace dos años compramos acá y construimos la casa. La estructura de atrás la usábamos de galpón, para los materiales. Y empezamos a ver que muchos chicos iban al mercado o a casas vecinas a pedir pan. Un día, vino el nene de acá a la vuelta, con la hermanita, a preguntarnos si no teníamos algo para comer. Mi señora estaba cocinando, lo hizo pasar y le sirvió un plato en la mesa. Esa situación la hizo sentir mal y se le ocurrió lo del merendero. Arrancamos con unos 20 chicos y enseguida fueron corriendo la voz entre sus amiguitos”, cuenta papá Álvez.

Toda la familia se organiza para mantener el proyecto solidario a flote, a pesar de que su situación económica es exactamente igual a la de sus vecinos: Fabián es albañil y a veces no trabaja durante una semana entera pero, cuando cobra, lo primero que hace es ir a comprar mercadería para el merendero. “Los vecinos me conocen y todos me saludan. Saben que los chicos, para nosotros, son una familia más”, asegura. “Hoy por hoy, yo postergo el progreso de mi casa por ellos. No puedo comprar materiales para mí y dejar a los nenes sin la leche o el yogur”.

Todo en el aire

La hora se acerca. Judith y la hermana de Fabián ponen los jarritos de plástico sobre una mesa – de madera, claro – que, ante la falta del ex galpón, debe estar a la intemperie. Después, arriman los dos bancos, uno a cada lado. “Con ayuda, podríamos construir algo mejor. Ya llega el invierno y los chicos se mueren de frío. Algunos vienen descalzos. Yo no me creo Dios, pero hay que darles una mano a las familias. Hay muchos que no tienen nada”, se lamenta Fabián.


Esa ayuda tan esperada no llega hace ya dos largos años. Desde que arrancaron el proyecto, los Álvez recibieron alimentos de la Municipalidad de Ezeiza sólo tres veces, y en todos los casos fue tan insuficiente que sólo alcanzó para un par de meriendas. “La tercera vez nos dijeron: ‘vengan a buscar mercadería”. Nosotros, contentos, le pedimos la camioneta a un vecino y le pagamos el flete para trasportar todo. Cuando llegamos, eran dos cajas chicas de leche, cinco paquetes harina y tres de cacao en polvo. Nuestro vecino se compadeció tanto que nos devolvió los 80 pesos del flete, para que les compráramos cosas a los chicos”, recuerda el hombre.


Eso sin contar que la calle Alaska “se hace un barrial cuando llueve, y los chicos vienen todos mojados, llenos de barro, pidiendo un vasito de leche. Reclamé mil veces que me tiren un poco de conchilla frente a la puerta. Si quieren, la desparramo yo mismo a pala. Pero ni siquiera eso”, comenta. Además, nunca les dieron “ni una sola chapa” para construir una nueva estructura donde alojar el merendero.

 


Angélica muestra un sobre, del que saca hojas llenas de datos personales de los menores que asisten al lugar. Entre ellas, hay una carta escrita de puño y letra por Fabián, para el intendente Alejandro Granados. Igual a otras muchas que enviaron, sin obtener respuesta, al mismo Jefe Distrital que, recientemente, gastó 18 millones de pesos en la construcción de un lujoso hotel Holliday Inn, sobre la autopista Riccheri.   


En vez de darles soluciones, desde Desarrollo Social de la Comuna les dijeron que “se tenían que fijar cuántos padres de los chicos están cobrando planes sociales”, para evaluar a quiénes les correspondía recibir comida. “Se creen que, con 1200 pesos, una familia va a comer todo el mes, y algunas tienen siete u ocho chicos”, se queja Fabián.


“No tengo nada contra el Intendente, pero parece que la gente que lo rodea es mierda. Él ni siquiera debe estar enterado de nuestra situación. Jamás vino un asistente social a comprobar la cantidad de chicos que tenemos. Yo no voy a ir con ellos a hacer piquetes, no voy a lucrar con el hambre”, dice. Su mujer, en tanto, sintetiza su impotencia con una frase más simple: “Debe ser que no nos ayudan porque los chicos no votan”.  


Las visitas  


Minutos después de las 5 de la tarde, los nenes salen de la Escuela 18, a cinco cuadras de la casa. Llegan corriendo, mochilas a cuestas, guiados por el mismo olor a torta frita que, a esta altura, se hizo mucho más fuerte, gracias a las fuentes llenas que ya los están esperando. Un grupo se para en la puerta y grita: “¿Hay merendero?”. Judith se les acerca para confirmarles que sí. Algunos, entran. Otros, se van a avisarle a los demás, y vuelven acompañados al ratito.


“Hay días que vienen por tandas, pero otros, caen todos juntos”, explica Fabián. Esta vez, fue por tandas. Los primeros son unos 20, y se ubican en la mesa. Los más grandes tienen entre 13 y 14 años, pero los más pequeños son bebés, que llegaron junto a sus mamás para llenar sus mamaderas.  A medida que se suman otros, se quedan parados, esperando a que los primeros terminen, porque el lugar en los bancos no alcanza.


El “menú” varía según el presupuesto de la semana. La chocolatada nunca falta, pero las tortas fritas son reemplazadas otros días por bolas de fraile o, directamente, pan casero. Muchos chicos se acercan con botellas de gaseosa vacías, que luego llenan con la leche que sobra, para llevarla a sus casas.


“Hay chiquitos que vienen cagados y meados, entonces nosotros les compramos pañales. A muchos también les damos comida y ropa, que me donan mis patrones de los countries. En Navidad hacemos una comida especial, en pascua llenamos todo de huevos de chocolate, y para reyes compramos juguetes”, cuenta Angélica.


Mientras los nenes siguen entrando, los Álvarez se preguntan cómo sería todo si tuvieran el apoyo que necesitan. “Por lo pronto, nos gustaría abrir todos los días, y mi sueño es hacer un comedor en otro espacio físico, donde podamos darles un almuerzo o una cena”, sueña la mujer. Y Fabián se sincera: “Si salís a caminar acá, ves las necesidades. Eso nos toca de cerca. A veces decimos: ‘vamos a cerrar’, pero después no lo hacemos, porque la culpa no la tienen los chicos. Hoy tenemos, mañana no sabemos, pero nos la rebuscamos para salir adelante”.

 

El merendero “Los Niños de Tres Américas” está ubicado en Alaska 670, entre Rosario y 5 de Diciembre, en la localidad de Carlos Spegazzini, Ezeiza. Para donaciones de alimentos o materiales, comunicarse directamente con Fabián Álvez al 15-3921-6429, o a través del E-Mail f-a-contrucciones@hotmail.com

 

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