El día que te convertiste en canción eterna

Árbol
Hoja
Salto
Luz
Aproximación


Con vos Flaco se va tu cuerpo, tu espíritu. Pero se quedan Ana, la que no dormía, y Maribel la que sí. Queda tu alma de diamante, en el barro tal vez, con las hojas del viejo roble del camino que se agitan algo. Flotan los restos de una cuna en el agua del estanque, el jugo de lúcuma y el mueble de la pata de bronce. El tajo que te gustaba; la llave de Mandala; el pan para los árboles; esa abuela, la conciencia que regula al mundo, y todos tus duraznos, tus monstruos y tus duendes. Tu Capitán Beto.

Genio de la creación, intelectual de lo extraordinario, lo etéreo, lo sensible. Carguero de la magia, de la luz, de las auras. Portador de un don figurado y afinado, sutil, pasional. Poeta de la sinrazón. Icono de la historia de la música, de la música en su totalidad.

Apenas tenías 15 años cuando componías obras maestras, cuando poco después dejaste de tomar el café con leche que hacía tu vieja en tu casa de Belgrano, donde ensayabas con esos “pibes” y soñabas con Almendra.

Nadie, ni tus detractores, puede negar que fuiste un adelantado en tu tiempo. Un visionario que escogió su propio camino, que alzó edificios musicales ambiciosos, esos mismos que después derribaste para darle paso a nuevas construcciones, como Pescado, Invisible, Banda Spinetta, Jade, Los Socios del Desierto, para finalmente volver a vos, a tu propia esencia y raíz.

Inquieto y decidido, así edificaste tu propia ciudad, con sus propios laberintos. Por eso muchos no podían accederte, comprenderte, absorberte. No por ingenuos, sino tal vez, porque no era su momento.

Tu reloj marcó 62 años. Hoy te vas producto de un cáncer al que le diste batalla; y tu partida te convierte para siempre y como querías… en canción.

En canción eterna

 

08 de febrero de 2012