El salto de Mameluco: del mundo de la droga al lavadero
Figura conocida en las villas y el submundo marginal, hoy dice que se alejó del negocio y no quiere "ni oír hablar" de la droga
No quiere saber nada con papel glacé ni bolsas de plástico. No quiere problemas. Asegura que dejó el negocio y desprecia las nuevas formas de llevarlo adelante. “Ahora no hay códigos”, repite una y otra vez. Tiene 47 años, varios de ellos lo pasó en la cárcel por robo y ocho por narcotráfico. Le cabían 12, pero salió en septiembre del año pasado gracias a la alternativa de prisión condicional. Ahora, tiene prohibido pisar las villas donde el fue amo y señor. “Me hacen un favor”, confiesa.
“Mameluco”. El alias se le pegó como una mosca a Miguel Ángel Villalba. Alumno de un colegio industrial, solía dejarse ver por el barrio vestido con su uniforme. “Me pusieron el sobrenombre en la infancia, no me gustaba porque era una burla; pero viste que cuánto más te molesta algo, más te joden”. La irritación y sus enojos alimentaron el apodo, pero su accionar posterior lo inmortalizó y lo colocó dentro de los delincuentes más peligrosos del Conurbano. En poco menos de 10 años, Mameluco logró convertirse en leyenda criminal.
Pero desde que salió de prisión, intenta despegarse de esos laureles y regentea un lavadero ubicado en pleno centro de San Martín. Y, para alejar los fantasmas, Miguel acepta dar entrevistas. Paulo Kablan (de C5N), Facundo Pastor (de América TV) y Rolando Graña (GPS), tres pesos pesados del periodismo de investigación y policial, ya lo entrevistaron. Decidió dar la cara a las cámaras luego de verse envuelto en el crimen de un joven en la “9 de Julio”. “Yo no tengo nada que ver con eso” y lo quiso dejar en claro: mandó a llamar a la “Choli” (Soledad Lemos), madre del pibe fusilado por los transas, para comunicarle su posición frente a la guerra narco que se había desatado tras la muerte de su hijo: “Me retiré, yo no tengo nada que ver”, situándose bien lejos de las 300 balas que recorrieron el cielo de Billinghurst semanas más tarde.
El esclavo que se convirtió en leyenda
De voz grave y mirada profunda, Miguel Villalba es un hombre de pocas palabras, de aquellos que hablan lo justo y se hacen entender sin demasiadas explicaciones. “Mameluco, el cuco”, bromea y aclara: “Todas las cosas que dicen sobre mí son inventos. Crearon un fantasma”. Así, niega todo sobre ejércitos serviles al amo de la droga y de túneles debajo de la villa. “Todo eso no existe, no tenía ninguna estructura, era yo solo y nadie más. Nunca tuve guardaespaldas ni soldados”. Aunque cualquier agente -dedicado a vigilarlo día y noche- podría deslizar: hazte la fama y échate a dormir: “Me investigan todo el tiempo, me siguen y hasta me mandan mujeres”, se ríe y repite: “La prensa creó el cuco y quiero que el cuco desaparezca”.
A los 16 años, comenzó su carrera delictiva. Vivía en un barrio carenciado de José León Suárez y robaba “lo que venga”: autos, camiones, gente, bancos. Por sus crímenes, “entraba y salía” de prisión para seguir en la misma línea.
En esa época rondaba las zonas bajas de José León Suárez y Ciudadela y la figura de una familia que quiso enderezarlo todavía le da vueltas en la cabeza: “Yo era el equivocado”, dice perdiéndose en los recuerdos de una adolescencia turbia.
A los 30 cambió de rubro: “Traficaba autos de alta gama para mandar afuera (Paraguay). Si salían 30 mil, nos daban 8 mil pesos, pero robábamos tanto que ya no tenían efectivo, entonces nos pagaban con cocaína y marihuana”.
Al principio, el joven adicto consumía la mercadería, pero con el tiempo, se dio cuenta de lo que tenía entre manos. “Mis amigos me pedían que les venda un pedazo. Después, se hizo una cadena y comencé a comprar para vender. Entré en el circuito”. De a poco, dejó el robo de autos por un fructífero negocio que asentó en su propia vivienda de la temible villa 18.
Asegura que llegó a vender 4 kilos por semana hasta que cayó el 13 de septiembre de 2001 por “organizador y financista de tráfico de estupefacientes en su modalidad de comercio agravado por la intervención de tres o más personas”.
“En los 90, no era un peligro vender y éramos pocos los que lo hacíamos. Pero no le vendíamos a cualquiera ni a menores. Ahora, cualquier borracho compra droga, cualquier ciruja anda con un celular en la calle. Cambió mucho todo. Yo le vendía a quien quería y a la hora que quería. Antes, te ganabas el respeto. Ahora no hay códigos y todos quieren estar en el narcotráfico, es el negocio del momento. Por eso hay mucha pelea por el lugar y el territorio se gana con huevos y a los tiros, otra no te queda”. Así explica Mameluco el recrudecimiento de la violencia que se registra en los salvajes enfrentamientos entre bandas de narcos.
Cuestión de imagen
“Cambié por mis hijos”, afirma a lo Nazarena Vélez y profundiza: “Estas entrevistas las doy porque quiero cambiar mi imagen. No para el juez, sino para que mis hijos vean que se puede vivir de otra manera. Yo ya cumplí mi condena y no quiero volver”. En la metamorfosis nada tuvo que ver la religión que se pregona en los pabellones evangelistas de las prisiones que recorrió.
Es habitual pensar que un jefe narco puede tener un agradable pasar en un penal, pero, una vez más, Mameluco destruye el mito. “No fui un preso vip, pasé por todas las cárceles y estuve dos veces en Rawson, la peor”. También las imágenes de Sierra Chica aún lo afectan: “Fue muy duro, en Sierra hay mucha pobreza”.
Sin embargo, “la condena me hizo bien”, asevera sin titubear como revancha a sus orígenes: “En mi familia nadie es tumbero, yo soy la única basura”. Sabe que, pese a haberse declarado en retirada del mundo del crimen, el estigma lo seguirá hasta el día de su muerte, como una pesada mochila que no quiere que su prole herede.
Narco -secuestros
Los narcos se esconden, se disfrazan y no se despegan de sus custodias. Ellos le temen a pocas cosas, pero entre las principales están los secuestros. ¿Por qué mantener cautivo a un capo narco, con todos los riesgos que ello implica? La respuesta es sencilla: manejan mucho dinero y difícilmente sus allegados puedan denunciar el hecho a la Policía. Otra variante es la pelea por el territorio o un ajuste de tuercas en la relación entre bandas.
Mameluco fue secuestrado en dos oportunidades: una por la policía (fue sorprendido en la Villa 18 cuando presenciaba un partido de fútbol en la villa 18, a mediados del año 2000),y otra por una banda mixta: compuesta por malandras y efectivos de la Fuerza. La primera vez, pagó 50 mil pesos por su libertad, la segunda, le bastó con cerrar la boca. “Hubo códigos”, sintetiza.
“Códigos”, no es la primera ni la última vez que emite esa palabra, dándole una entidad magistral al vocablo. Se entiende, en el mundo del hampa no hay más ética ni moral que “los códigos”, algo que rompieron quienes raptaron a su hermano, Luis Alberto Villalba: en diciembre de 2001, a Mameluco le pidieron 70 mil pesos (y, dicen que algunos kilos de cocaína, aunque el no lo menciona) por la liberación de Luis. “Seis días lo tuvieron. Después de eso, no quiero saber más nada de secuestros”. Más tarde, fue el turno de su contador. ¿El pago del rescate? 80 mil pesos.
Por otro lado, le indilgaron el secuestro del padre de Jorge “Corcho” Rodríguez, ocurrido en diciembre de 2003, estando en prisión. “Un supuesto testigo encubierto dio mi nombre y por eso fui extorsionado y golpeado. Fue todo un circo, una mentira”.
Se dice de mí
Soldados, túneles y un clan a sus pies. Una década de terror gobernada por Mameluco y una monarquía que no perdió a pesar de permanecer “guardado” durante 8 años. Dicen que fue el narco que innovó el negocio creando un “holding” dedicado a la venta de cocaína. Y, en ese marco, se habla de "Mameluco Tours" (empresa de combis), "Mameluco Estilo" (lavadero de autos), "Mameluco" remisería y "Mameluco" maxiquiosco.
Hasta se difundió que en los pasillos de su bunker (la villa 18 de septiembre) la seguridad no tenía nada que envidiarle a la de los modernos countries: un circuito de tv vigilaba cada movimiento y un enorme reflector quedaba prendido toda la noche. Además, cada transa contaba con un guardaespaldas armado.
Eso es lo que dicen de Mameluco y que él niega con afán. También, aseguran que desde la “18 de septiembre” manejaba los hilos de las otras villas de San Martín, sobre todo los de la 9 de Julio, conocida como el súper de la merca.
Casualmente, su nombre volvió a las tablas cuando se desató la guerra narco en la “9 de Julio”, dominada, por ese entonces, por Gerardo Goncebat, un narco que fue desplazado del territorio a balazos limpios. No lo mataron, pero lo dejaron en silla de ruedas. Dicen que alguien más poderoso dio la orden porque estaba ganando mucho terreno, quizás, más de lo pactado, como así también afirman, que el capo de San Martín no está retirado.
El capo del lavado
“Nadie me cree que cambié, pero, como ves, estoy acá trabajando todos los días”. A Mameluco se le nota que tiene facilidad para los negocios, porque le va muy bien. Ubicado en una esquina privilegiada, el lavadero “Estilo”, ubicado en Tres de Febrero y Caseros, trabaja a toda máquina: recibe alrededor de 120 autos por día. “Estoy en el lavadero desde las ocho de la mañana, hasta las ocho de la noche, todos los días. Si me buscan, siempre me van a encontrar acá. No le quise poner Mameluco por todo lo que mi nombre implica. Todavía me investigan. Me sacan fotos, me mandan infiltrados y mujeres. Todo lo que pueden hacer lo hacen y estoy en una esquina donde me pueden ver todo el día, no me escondo porque no tengo nada que esconder”, asegura.