"No pensé que iba a costar tanto la libertad"
Tiene 37 años y estuvo más de veinte preso. Hoy, jura que "colgó los fierros" y mantiene a su mujer y su hijo trabajando como repartidor de quesos.
Ariel llega a la nota directo de trabajar. Es sábado, pero aprovechó para realizar una changa de plomería. Desde que recuperó la libertad hace dos años, trabaja vendiendo quesos a domicilio entre los vecinos de William Morris. Admite que “hace malabares” junto a su mujer para que a su hijo no le falte nada. Es el precio de su nueva vida.
La anterior la pasó más tiempo detenido que en libertad. Se dedicaba a tareas de inteligencia para el robo de transportes de caudales hasta que fue encarcelado en diversos penales bonaerenses. En Sierra Chica, protagonizó uno de los motines más crueles de la historia, lo que le valió una reputación difícil de dejar de lado.
Actualmente admite que mucha gente no le cree cuando les dice que se gana la vida trabajando y hasta hubo quienes lo fueron a buscar para que vuelva al delito. En el último tiempo, también confiesa sentir que la policía está ‘encima’ de él por su abultado prontuario.
¿Cómo es hoy su trabajo?
Yo vendo queso en el barrio, voy golpeando las puertas, y ya tengo mi clientela, aunque por ahí salen las changas de plomería o lo que sea, como estoy haciendo hoy. Yo he salido a buscar trabajo, pero la gente no te quiere dar.
¿Cree que es por haber sido de los “doce apóstoles”?
Es solamente por haber estado preso. Yo tengo muchos tatuajes en las manos y la gente los ve y me dice que no. Y si me meto las manos en el bolsillo, me reconocen de algún programa y no me lo quieren dar igual.
¿Cuál fue la primera vez que estuvo preso?
Entré por un secuestro y por robo a un blindado. Al principio robábamos con la banda del ‘Gordo’ Valor, y yo era el más chico de todos. Después hice mi banda y seguíamos robando. Pero siempre digo que me crió el Servicio Penitenciario, porque a los cuatro años mis padres me entregaron a un patronato de Bahía Blanca. Siempre encerrado. Y ahora estoy en libertad y me siento preso también, porque trato de cambiar, quiero ser un ciudadano común y corriente, pero me cuesta el doble. Yo ya pagué mi condena, no le debo nada a nadie.
¿Hay una línea divisoria con los adictos que roban ahora y los robos que hacían ustedes?
Sí, nosotros nos dedicábamos a robar, no a matar. No estoy de acuerdo con el que va a ‘chorear’ drogado o le pega a un pobre viejo para sacarle la jubilación. Se cree que es el mejor, pero cuando cae preso no banca nada. En la cárcel se ven los verdaderos pingos.
Después de 13 años, ¿qué balance hace de Sierra Chica?
Ese motín empezó como una fuga y se frustró por una banda que había dentro de la cárcel trabajando en ese momento para el Servicio Penitenciario comandada por Agapito Lencina. Era un grupo de choque, anti-motín, que frustraba las fugas. Este tipo organizaba a toda la gente, violaban a las hermanas y las madres de los presos amenazando que si no arreglaban le mataban el hijo adentro. Lastimaban y mataban y quedaba siempre impune. Nosotros demostramos, dimos un mensaje, que las cárceles se hicieron para cumplir una condena y no para ser ‘verdugueado’ por otro preso. Hasta se dijo que a la jueza se la violó y al contrario, se la tomó de rehén, no como un salvoconducto para nuestras vidas, sino para que ella viera realmente lo que era adentro de la cárcel, porque cuando hacíamos un escrito no daba cabida.
¿Y en la comunidad carcelaria como se vio esto?
Se vio como un mensaje macabro, dimos un mensaje para que no vuelva a ocurrir, pero hoy hay mucha juventud, se perdieron los códigos y no se respetó. Hay gente que no me conoce y habló de mí peste. Cuando me preguntan lo de las empanadas, sí, yo hice empanadas, sí, con carne humana, lo descuartice y todo. Me hago cargo de todo. Pero ellos eran peores todavía. Y el que las hace las paga. Lo dice la Biblia, ‘ojo por ojo, diente por diente’.
¿Lo buscan para volver al delito?
Sí, a mi me han venido a buscar para robar porque dicen que en la delincuencia hay armamento a patadas, pero no hay material humano. Está el ‘ortiva’, que te manda en cana cuando lo agarra la policía, o está el que es ‘cagón’, que no le da la sangre para ir al frente y robar. Me han venido a buscar con armas largas, un F.A.L o una AK 47 y les dije: “El último blindado que me hice fue este” y la llamé a mi señora y a mi hijo. “Acá tengo fortunas, no robo más”. Hay gente a la que le molesta. La otra vez un pibe me dijo “¿En que andás vos?”. Le digo que laburo y no me cree. Y me ven que vengo de laburar, que vendo quesos, pero igual no me creen.
¿Encontró tranquilidad ahora, pudo dejar atrás el fantasma de los “doce apóstoles”?
Yo vivo tranquilo. No sueño con eso. No es que sea frío, pero es algo que pasó en ese momento y ya fue, ya está. Quiero ser otra persona, todos los días lucho por eso. Yo cuando robaba tenía las cosas regaladas, pero hoy quiero laburar, todo lo que tengo en mi casa es porque me rompí el lomo. Transpiro mi camiseta y lo gano todos los días. Trato de darle lo mejor a mi hijo, no solo en lo material sino también en lo afectivo, por eso la angustia más grande es si yo le falto. Yo colgué los fierros, no quiero robar más, no quiero que mi hijo me venga a ver adentro de una cárcel a mí ni que cuando sea grande tener que verlo a él ahí adentro. Por eso trato de mostrarle lo que es laburar, el trabajo y la familia.
Amor en custodia
¿En que momento decidió cambiar de vida?
La semana trágica
Durante el motín de Sierra Chica, ocurrido en la semana santa de 1996, 17 personas –incluída una jueza- fueron tomados como rehenes durante nueve días con un saldo de ocho presos muertos –siete de ellos incinerados luego en el horno del penal-. El juicio a los responsables, llevado a cabo en el año 2000, fue el primero de la historia argentina que se realizó por videoconferencia, en el que los jueces y los acusados se encontraban en salas diferentes.
Ariel Acuña fue uno de los primeros en admitir públicamente lo sucedido en el motín, incluyendo que se prepararon empanadas con los cuerpos y que se pateó la cabeza de uno de los asesinados como en un partido de futbol. El inicio de la revuelta, un intento de fuga frustrado, fue posible gracias a la pistola que le dejó su amigo Hugo ‘La Garza’ Sosa antes de ser trasladado de la unidad penitenciaria. Acuña también colaboró en el libro escrito por Luís Beldi que recrea todos los detalles de lo sucedido.
Fotos: Joaquín Oyhanarte
Revista 24CON-número 2