El Bebe: más maldito que Chuky, prófugo en su casa

Es hijo de la mujer que maneja el tráfico de drogas en la Villa Carlos Gardel. Asesinó a su padre y a un vecino.

Toma 1: El Bebe asoma medio cuerpo a través de una cortina. Luce un casco militar, tiene el torso desnudo y sonríe. Parece estar en la cocina. Una imagen bien de entre casa, pero con un detalle escalofriante: el Bebe empuña dos pistolas, una en cada mano.

Toma 2: Reunión de amigos, una mesa, tres vasos y una botella de vino. El Bebe cierra los ojos y vuelve a sonreír para la cámara. El dedo índice de su mano derecha aprieta el gatillo de una pistola.

Toma 3: Una habitación, un placard de fondo y en primer plano el Bebe, oculto detrás de una capucha y unos anteojos oscuros, al mejor estilo “pibe chorro”. La mano izquierda en el bolsillo. La derecha empuña una pistola plateada. Tres fotos. Una misma y estremecedora historia: la de Armando Romero, de 18 años, conocido como el Bebe. Hijo de la Negra Nipora, la mujer a la que todos señalan como la dueña del tráfico de drogas en la villa Carlos Gardel, hace unos años mató a su padre, después a un vecino y ahora mantiene aterrorizados a todos los habitantes de la villa Carlos Gardel.

Y sobre todo a Carmen Medina, que toma las fotos del Bebe con sus manos y tiembla. Después, también llora. De impotencia y de miedo. De impotencia por lo insólito de la situación: el Bebe está sindicado por la justicia como uno de los autores del asesinato de su hijo Eduardo, conocido como Polo, ocurrido el 16 de septiembre de 2007, pero desde que se escapó de un instituto de menores vive plácidamente en su casa.

Y miedo porque ahora también teme por su vida y la de su familia. Motivos tiene de sobra. El último lo tuvo hace algunos días, cuando en una pared cercana a su casa apareció escrita la siguiente amenaza: “Ya voy a salir. Cuidate, Carmen ortiva. Cuidate y cuidalo a Pancheche”, en referencia a su hijo menor, David. Su autora es Ana María Ordóñez, la madre de Marcelo Otaño, alias El Chino, quien junto al Bebe, a Fabián El Mono Vásquez y a Eduardo Cebollita Acosta están acusados por el asesinato de Polo.

Carmen asegura que a su hijo, que tenía 26 años y había estado preso un año por un robo que nunca le probaron, lo mataron por error, porque lo confundieron con un integrante de una banda rival. Por eso tanta saña: primero le pegaron un tiro en un pie, después otro en el pecho y finalmente el Bebe le descargó una ráfaga de ametralladora. Por las dudas, lo remataron con una puñalada.

Al Mono Vásquez lo detuvieron a los tres días, en Hurlingham, cuando le llevaba plata a un abogado para que defendiera a su madre presa por tráfico de drogas. El Chino cayó en enero de 2008, en General Rodríguez, a donde se había mudado junto con su familia. Y Cebollita en junio, en Versalles, luego de secuestrar a un empresario en Ramos Mejía.

El último en ser apresado fue el Bebe, a quien una madrugada de octubre pasado la policía encontró profundamente dormido en la casa de su tía, Fátima, en el nudo 15. Debajo de la almohada tenía dos pistolas 9 milímetros, pero no tuvo tiempo de usarlas.

“Estoy cansada de vivir entre rejas por miedo a que me hagan algo a mí o a mis hijos. Necesito que por favor alguien me ayude”, suplica Carmen mientras deja caer sobre la mesa las tres fotos que el 20 de diciembre pasado alguien le pasó por debajo de la puerta de su casa, dentro de un sobre blanco. Ese alguien –según cree Carmen- fue Nico, un ex compañero de andanzas del Bebe, ahora devenido en acérrimo rival.

Y la fecha que eligió para dejárselas no fue casual. Dos días antes, el 18 de diciembre, el barrio se había despertado sacudido por una noticia que corrió de boca en boca: el Bebe se había fugado de un instituto de menores de Pablo Nogués y estaba otra vez en su casa.

Lo primero que hizo Carmen cuando se enteró fue avisar en la comisaría sexta de El Palomar. Pero no encontró la respuesta que esperaba. Al menos que se sepa, nada hicieron para recapturar al Bebe.

En el barrio son muchos lo que sospechan por qué. Parece que el de las armas no es el único poder que tiene el Bebe. La clave de su impunidad –aseguran- está en su apellido: Romero.

Los Romero son una especie de clan en la villa Carlos Gardel. Una familia numerosa que siempre aparece vinculada con el mundo del delito, pero sobre todo con el tráfico de drogas.

Según se cuenta, la relación entre esta familia y el delito se remonta a unos veinte años atrás, cuando Armando Romero, alias Geno, el padre del Bebe, se propuso disputarle el poder al Loco Jerry, el asaltante más famoso del barrio.

Precisamente en medio de un tiroteo con los integrantes de la banda del Loco Jerry, en 1997 el padre del Bebe recibió un tiro en la espalda que lo dejó paralítico. Pero unos meses después a Jerry le fue aún peor. Los miembros de otra banda rival le tendieron una emboscada y lo mataron a balazos.

Así, ya sin su máximo oponente, Geno Romero, secundado por su mujer, Gladys Silveira, alias la Negra Nipora, sus hijos y sus hermanos, se convirtió en una suerte de amo y señor en el barrio. Quienes conocen la historia, cuentan que armó un pequeño ejército con un fin muy claro: manejar el tráfico de drogas, aunque sin desmerecer otras actividades como la piratería del asfalto y el robo de autos.

Pero como todo ejército en “combate”, el de Gero también empezó a sufrir algunas bajas. Uno de sus hijos, Oscar, conocido como “Bana”, murió mientras estaba preso en el penal de Olmos. A otro, César, de apenas 11 años, lo mató la policía en medio de un tiroteo. Y un tercero, Cristian, está cumpliendo una condena en la cárcel de Devoto por robo y homicidio.

Y el final también a él le llegó su turno. Tal vez de la manera más inesperada. Fue su propio hijo, el Bebe, quien en medio de un forcejeo lo mató de un tiro en la cabeza. En la causa quedó como que se había tratado de un suicidio y a los pocos días el Bebe volvió al frente de batalla.
Muerto Gero, la organización quedó al mando de su esposa: la Negra Nipora, quien desde hace un tiempo mantendría una relación sentimental con un policía de la comisaría de Villa Pineral. Otra muestra de su poder.

Si bien ella es claramente la jefa, siempre actúa secundada por sus cuñados     –Juani, Pichi y Cristian, todos hermanos de su marido muerto- y por los únicos dos hijos que le quedan vivos y libres: el Bebe y Cinthia.

Por eso el Bebe se mueve con absoluta impunidad. Y no sólo eso. También sigue haciendo de las suyas. Hay una zona del barrio, la que rodea el nudo 15, donde vive tienen su casa él y buena parte de su familia, que está vedada para todos los amigos y familiares de Polo. Cada vez que pasan por ahí, él los ataca a balazos.  Leo lleva la prueba en su propio cuerpo: una cicatriz de 20 centímetros de largo, producto de un plomo que le perforó el estómago.

Hace unos días, el blanco elegido fue una chica a la que todos la conocen como La China. Sin que nadie sepa por qué, decidió empezar a dispararle. La China escapó corriendo, pero un tiro la hirió en un pie. Desde entonces vive encerrada en su casa, paralizada por el miedo.

Mejor suerte tuvo Sergio, el arquitecto que dirige la construcción de las casas nuevas que el municipio está edificando en el barrio. El domingo pasado el Bebe atacó a balazos la casilla donde tiene montada su oficina. En ese momento Sergio había salido. De lo contrario, ahora tal vez estaría en el mismo lugar que Polo. Es que uno de los balazos atravesó la pared y se incrustó en el cajón de su escritorio.

Así viven Carmen y sus vecinos. Con el miedo a flor de piel..El Bebe duerme tranquilo. A veces en su casa. Y otras veces en lo de su tío, que vive a una cuadra. Siempre con una pistola bajo la almohada. Pero en realidad a él lo protege otra arma mucho más poderosa: la impunidad.