¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

El 17 es el ícono de las resistencias populares

Sabado, 17 de octubre de 2015 a las 12:19
Por Maximiliano Borches

 Para comprender la dimensión histórica del extraordinario proceso político-social que

derivó en la imponente movilización del 17 de octubre de 1945, protagonizada por dos

millones de obreros procedentes de distintas barriadas populares, desde la industrial

Avellaneda hasta los más recónditos pueblos de la Argentina profunda, es preciso

remontarse a las distintas experiencias colectivas que nuestro pueblo en ciernes

comenzó a protagonizar desde las heroicas resistencias de 1806 y 1807, cuando

organizados en milicias vencieron a las tropas de la mayor potencia mundial de ese

momento: Inglaterra; acciones victoriosas que se transformaron en ensayos triunfales

para finalizar con el despotismo monárquico español, y proclamar el primer gobierno

patrio el 25 de mayo de 1810. A partir de allí, superada la tutela que imponían los reyes

de España en estas tierras, dos proyectos de país comenzaron a enfrentarse (hasta

nuestros días): el representado por los sectores minoritarios de la sociedad, que para

mantener sus privilegios económicos en ese momento, propugnaban por seguir bajo la

tutela de la corona española; y el de los patriotas, cuya base social conformada por las

mayorías, tenían como objetivo político la emancipación americana con la consecuente

puesta en marcha de una economía independiente de las potencias centrales, que

abarcara el extenso territorio de los antiguos virreinatos: la Patria Grande.

San Martín y su plan continental para la liberación de América

En este marco, distintos líderes populares como “Andresito” Guacurarí y Artigas, Juana

Azurduy, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo, José Gervasio Artigas, Manuel

Dorrego, Miguel de Güemes y hasta Martina Chapanay (la vengadora del asesinado

general popular riojano “Chacho” Peñaloza), entre tantos otros, encontraron su rumbo

en el liderazgo de José de San Martín, cuyo plan continental para la liberación de

América se consagró como el primer tramo de un proyecto popular que propiciaba entre

otros aspectos la consagración de una monarquía incaica que garantizara la devolución

del poder americano a los dueños originarios y legítimos del mismo: los indios

americanos y la cultura más importante producida en Suramérica hasta el presente: los

Incas, objetivo que además echaba por tierra las aspiraciones de los sectores

prohispánicos y la de los liberales probritánicos.

Este proyecto encontró una fuerte resistencia por parte de las oligarquías de nuestra

región, en particular la de Buenos Aires, que luego de algunos años lograron doblegar

en una primera etapa a los ejércitos y milicias populares libertarias, y consagraron a

Bernardino Rivadavia como primer jefe de Estado de las Provincias Unidas del Río de

la Plata entre 1826 y 1827. El mismo, que ejerciendo el cargo de Ministro de Gobierno

y Relaciones Exteriores de la provincia de Buenos Aires durante

el gobierno del general Martín Rodríguez, dio inicio a la historia de dependencia

económico-política nacional, con el primer empréstito contraído con la compañía

financiera británica Baring Brothers en 1824, por un millón de libras esterlinas, de las

cuales sólo llegaron al país -descontados las comisiones y varias cuotas adelantadas del

préstamo-, 570.000 libras: 65.000 en efectivo y el resto en letras de cambio sobre casas

comerciales británicas en Buenos Aires propiedad de los gestores de este préstamo, que

fue impuesto como parte de la estrategia geopolítica de dominación de Gran Bretaña,

para condicionar económicamente e impedir el crecimiento de nuestro país como

Nación independiente. Este primer gran robo de los sectores económicos privilegiados

criollos, recién se terminó de pagar en el año 1904, con un costo para el Estado nacional

que multiplicó por nueve aquel antiguo empréstito.

Juan Manuel de Rosas y la conquista de la soberanía política

En este marco, y luego del fusilamiento del entonces gobernador de la provincia de

Buenos Aires, Manuel Dorrego en 1828, líder federal que encabezó el primer gobierno

nacional y popular, a manos del general unitario Juan Lavalle –dando inicio al primer

golpe de Estado llevado a cabo en nuestra historia nacional-, aparece en escena el

segundo tramo de un proyecto popular, reivindicador de la soberanía política y la

independencia económica: el encabezado por el general brigadier Juan Manuel de

Rosas, que luego de derrotar al asesino de Dorrego, asume la gobernación de la

provincia de Buenos Aires en 1829. Desde entonces, los gobiernos encabezados por

Rosas van a contar con el apoyo de los sectores humildes del campo y la ciudad, como

así también de la numerosa población afroamericana que por esos años vivía en los

barrios populares de Buenos Aires, como así también de sectores indígenas, como el de

la Nación Pampa, liderada por el cacique Juan Catriel, quien durante las celebraciones

ocurridas en ocasión del comienzo del segundo gobierno de Rosas, no dudó en afirmar

desde Tapalqué: “Juan Manuel es mi amigo, nunca me ha engañado. Yo y todos mis

indios moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como

vivimos en fraternidad con los cristianos y entre ellos.”

Por otra parte, la firme decisión del gobierno de Rosas ante la usura impuesta por los

intereses británicos en línea con los sectores oligárquicos de Buenos Aires, a través del

empréstito contraído con la compañía financiera británica Baring Brothers, tuvo su

epicentro durante el discurso inaugural de las sesiones de la Legislatura en 1835, cuando

afirmó: “El gobierno nunca olvida el pago de la deuda extranjera, pero es manifiesto

que al presente nada se puede hacer por ella, y espera el tiempo del arreglo de la deuda

interior del país para hacerle seguir la misma suerte bien entendido que cualquier

medida que se tome tendrá por base el honor, la buena fe y la verdad de las cosas”.

Pero sin dudas, el máximo ejemplo de acción soberana llevada a cabo por el

Restaurador, fue la gesta patriótica de “Vuelta de Obligado” en1845, acción que le valió

el reconocimiento del general José de San Martín y el obsequio de su sable corvo con el

que condujo tantas batallas en suelo americano, acompañado por un memorable texto de

la siguiente clausula de su testamento: “El sable que me ha acompañado en toda la

guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al General de la

República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción

que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la

República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de

humillarla."

Al igual que el golpe de Estado llevado a cabo contra el gobierno popular de Manuel

Dorrego; el 3 de febrero de 1852, Rosas es vencido en la batalla de Caseros, dirigida

militarmente por el caudillo entrerriano Justo José de Urquiza, y quien en un acto de

primera traición a los intereses de la Federación (la máxima de sus deslealtades las

llevará a cabo durante la “Guerra Grande” o “Guerra del Paraguay”), se alió con los

sectores liberales-unitarios porteños, el Imperio del Brasil y la embajada británica en

Buenos Aires que la condujeron políticamente, para poder derrotar a un gobierno

defensor de los intereses nacionales y someter a un impasse que durará décadas toda

acción que represente a los intereses populares en los distintos gobiernos que se fueron

sucediendo desde entonces y hasta entrado el siglo XX.

Juan Domingo Perón y la irrupción de la justicia social

La derrota de estos grandes proyectos populares y nacionales del siglo XIX, harán

retroceder las conquistas colectivas obtenidas hasta 1852, a pesar de la resistencia

mantenida por los distintos caudillos federales en toda la Argentina, hasta la

constitución de los movimientos obreros, en sus inicios de inspiración anarquista y

marxista, y sus luchas que terminarán por conseguir algunos derechos, entre el que se

destaca el sufragio universal, secreto y obligatorio, que propiciará el primer ensayo de

un gobierno popular en el Siglo XX: las dos presidencias legitimadas por los sufragios

del caudillo radical Hipólito Yrigoyen.

Luego del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, los sectores mayoritarios del

país, que desde la derrota militar y política de 1852 se encontraban invisibilizados por

los distintos gobiernos de la oligarquía agropecuaria y sus bufones escribas de la

“Historia oficial”, transitarán casi una década y media de silenciosa resistencia para

finalmente resignificar aquel legado histórico nacido de las primeras organizaciones

colectivas en 1806, y que posteriormente fueron organizados por los generales San

Martín y Rosas. De esta manera aparece en escena el tercer tramo de un proyecto

popular y nacional, con el por entonces incipiente liderazgo de un Coronel del Ejército

Argentino, que ostentaba el cargo de Secretario de Trabajo y Previsión Social: Juan

Domingo Perón, un conductor de características únicas que le hablaba al pueblo en su

mismo idioma, y puso el cuerpo junto a los obreros decepcionados de un socialismo

ajeno a la realidad nacional, de un radicalismo en plena descomposición después de la

muerte de su gran caudillo Yrigoyen, y de un comunismo cuyas consignas nunca se

relacionaron con las demandas nacionales y populares, para comenzar la conquista

definitiva de derechos postergados y la creación de estatutos a favor de los gremios y

convenios colectivos beneficiosos para los trabajadores. De esta manera, a partir del año

1943, Perón comenzó un proceso de construcción que conformó uno de los

movimientos sociales y políticos más importantes de la historia contemporánea: el

Justicialismo (único movimiento de masas que continúa vigente -y revitalizado en la

actualidad- a nivel mundial) que impulsó transformaciones que marcaron huellas

profundas en nuestra sociedad. La clase trabajadora constituyó el eje principal de

sustentación de ese nuevo y vasto movimiento que modificó las condiciones sociales,

políticas y económicas del país, siempre en línea con las experiencias de liberación

nacional, independencia económica y soberanía política, que comenzaron a gestarse en

nuestro país casi un siglo y medio antes, y que tuvieron finalmente su consolidación

hegemónica a favor de las grandes mayorías populares a partir del 17 de octubre de

1945, cuando Juan Domingo Perón, siendo las 20:30hs, se dirigió a la masa desde uno

de los balcones de Casa Rosada, y dijo, entre otras cosas: “interpreto este movimiento

colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único

que puede hacer grande e inmortal a la patria.”