Florencia Pereira y Martín Masip |
Corría 2009 cuando Florencia tuvo a su cuarto hijo en el Instituto Médico Central, más conocido por su nombre anterior, la Clínica Dávila de Ituzaingó. El nosocomio elegido estaba cerca de su casa y el obstetra era casi un miembro de la familia, ya que la había ayudado a dar a luz a sus otros tres hijos. La confianza era tal que se tuteaban y no había secretos. Por eso mismo la familia aceptó sin miramientos la recomendación del médico ante un diagnóstico adverso.
Los doctores Néstor Matarollo y Norberto Foschi no daban pié a alternativas. Era necesaria la cirugía. Florencia aceptó someterse a una histerectomía ya que su medico aseguraba que había detectado un leve cáncer de útero. Ese día comenzó su lucha.
“Salió el médico y a los familiares les dijo que había sido una operación exitosa. Que por suerte no habían tenido que tocar la vejiga”, explicó Florencia a 24CON. “Salía y me decía que no habían tocado el corazón era lo mismo. Si yo no iba a entender por qué”, pero según aclaró Martín Masip, el esposo de Florencia, es inevitable raspar la vejiga por su inevitable cercanía y contacto con el útero.
La fachada actual del Instituto Médico Central de Ituzaingó, ex Clínica Dávila |
“Me tuvieron dos días sedada. Dormida. Cuando me desperté estaba toda mojada. Pensamos que era transpiración, pero era orina. Tenía colocada una sonda, por lo que la enfermera pensó que sería chica y la cambió, después que era grande y la volvió a cambiar. Frente al mismo Matarolo me paré y ahí descubrimos que caía orina por vagina”, recordó Pereira.
“Me dieron el alta. A los tres días de la operación. Cuando llegué a mi casa levanté temperatura. Era por la infección”. El médico encargado de su caso, lejos de asustarse o reconocer su error, la medicó esperando que el problema que había provocado se soluciones por si sólo. Le dio medicación para que se contraiga la vejiga, así la orina no se acumularía y se evacuaría por la sonda. Luego le dio antibióticos, y por último se desentendió del tema.
“Se jugaron que cuando despertara, sondeándola, manteniendo la vejiga vacía, las fístulas chicas se cierran. Pero esta tenía cinco centímetros. Si se dieron cuenta en el momento, nos hubieran dicho. Y nos trasladaban a otro lugar si no tenían la capacidad.
Pero ellos no querían que ella saliera de ahí, porque cuando otro médico viera lo que habían hecho, una salvajada. Se les armaba”, detalló Martín.
Florencia ingresó en un circuito increíble. Pasó ocho meses con distintos antibióticos que intentaban combatir la infección que su propia orina provocaba en el interior de su cuerpo. Con incontinencia y perdiendo orina por vagina, su cuadro día a día se complicó cada vez más. “El parto fue en enero, inmediatamente me empezaron a dar antibióticos. En junio perdí la vesícula”. Los daños de la orina se empezaron a hacer evidentes con daños irreparables.
“También fraguaron análisis. Los resultados. Se hacía los análisis en la clínica y le daba que estaba bárbara. Un día se les traspapela el original y daba otra cosa, entonces fuimos a hacerlos en un laboratorio privado en Castelar y dio otra cosa. Y no podía ser que diera tan distinto. Se lo dijimos al médico, pero no dijo nada”, aclararon.
Una de las amenazas que recibió el matrimonio |
Los médicos dejaron de atenderla y la derivaron con un urólogo. Tras varios meses con este otro joven doctor fue el único que se apiadó de ella y le recomendó irse de la clínica. “Era urólogo de hombres, me dijo que le daba lástima. Qué él se había recibido hacía siete años, que nunca había visto algo así”.
Florencia se fue de la Ex Dávila y conoció el horror que los médicos de allí habían realizado en su cuerpo. El Doctor Grossi, titular del colegio de urólogos de la Provincia de Buenos Aires, constató que tenía una fístula de 5 centímetros de largo por 2 de profundidad, y que por la demora en el tratamiento, la orina había debilitado todos los tejidos cercanos. Luego de un derrotero que la llevó por varios hospitales e institutos, el Hospital Británico de la Ciudad de Buenos Aires la aceptó y allí completaron su cuadro: “Cuando me abrieron se toparon con cualquier cosa. me cosieron un ovario en el medio y los médicos no saben si es el derecho o el izquierdo. Me rellenaron la uretra con mis propios tejidos, para frenar la incontinencia… hicieron cosas que no se hacen”.
En el mismo hospital le confirmaron que la decisión de realizar la histerectomía también era errónea, podría haberse practicado otros tratamientos ya que sólo sufría HPV pero en un grado menor y tratable.
Ya en manos de otros médicos, comenzó a recuperarse pero no todas las secuelas pueden ser subsanadas. Florencia perdió el intestino grueso, ya que la orina lo transformó en un “colon chagásico”, según explicó Martín, sin movilidad ni funciones vitales. El intestino delgado se conectó directamente al recto. Pero a los 20 días de esta operación sufrió una fístula recto vaginal por lo que sus propios excrementos también se evacuaban por la vagina. Los daños de la mala praxis fueron casi irreparables.
A cinco años de la primera operación, hoy Florencia está en silla de ruedas. Puede caminar, pero los dolores crónicos que padece no se lo permiten. Está bajo tratamiento constante y debe internarse cada 15 días en el hospital británico para re estabilizarse y poder descansar. Todos los días, su marido debe colocarle un parche de morfina sobre la cintura para que mermen los dolores. Quedó incontinente y perdió mucho más que su salud. Sus hijos presentaron cuadros de estrés que también los llevaron a ser atendidos clínicamente y su marido perdió su trabajo y sustento económico: “Teníamos un taller de costura, pero primero empecé vendiendo las máquinas para pagar los estudios. Después lo cerré, porque o me ocupaba de la familia o del taller. Vendí el auto. Hoy vivimos de la ayuda de mis amigos, pero no podemos seguir así”, explicó su marido.
El matrimonio, antes de la mala praxis |
Hoy el caso está en manos de la justicia. Desde la clínica argumentan no conocer al matrimonio, cuando ellos cuentan con la historia clínica de ella atendida en esa institución. Hubo amenazas a quienes quisieron ayudarlos y surgieron otros casos similares que se mantuvieron en silencio por miedo. La demanda dispara directamente contra los médicos, la institución y la obra social, la que al día de hoy, aún no cubre todos los tratamientos que la mujer necesita para revertir algunos de los daños sufridos. Tras varias chicanas legales de los defensores de los galenos, el caso pareciera encaminarse a favor de Florencia y Martín, sin embargo la salud que perdió en manos de los profesionales, la justicia no se la puede devolver: “Nada le va a devolver la salud a mis hijos, ni la de ella, pero necesitamos volver al mundo laboral. No puedo vivir de la caridad de mis amigos”, resumió Martín Masip. “En la clínica no nos quieren porque les ahuyentamos la clientela… a esta altura, pensaron que yo ya iba a estar muerta. Y yo estoy jugada. Pero quiero justicia, justicia por mis hijos, por mi marido… por mi ya no”, finalizó Florencia Pereira.
Sus amigos y conocidos llevan adelante una cruzada en las redes sociales para poder seguir ayudándolos. En la página Ayudemos a Flor se puede seguir su evolución clínica, la evolución legal del caso y saber cómo colaborar, ya sea directamente o a través de una cuenta bancaria.
6 de noviembre de 2014
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