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La experiencia de sobrevolar el Conurbano en parapente

Una escuela de parapente de la zona sur llevó al cielo a un periodista de 24CON. "Se despega y se aterriza, como los pájaros, siempre de frente al viento", explicaron. La experiencia.
Martes, 10 de junio de 2014 a las 13:49
Quien subscribe, en su vuelo de bautismo.
El parapente es uno de los deportes aéreos que mayor curiosidad genera en el Conurbano bonaerense. Más accesible que la aviación, es una salida especial y distinta para conocer el cielo que rodea a la Ciudad de Buenos Aires.

Primo del paracaídas pero más cercano a los planeadores, el parapente permite alcanzar 400 metros de altura y divisar toda la región desde las alturas. 24CON participó de un vuelo junto con Parapente Buenos Aires desde el aeródromo de Longchamps y cuenta los secretos del vuelo silencioso.

Sin motor y con un ala completamente flexible, el viento es el aliado principal del parapente, y la experiencia del instructor. Luis Alderetes es piloto y el encargado de llevar al cielo a cada curioso. En el aeródromo, ubicado en la zona rural de Almirante Brown, al ser un llano, el parapente es remolcado con un jeep a lo largo de la extensión máxima de la pista permitiendo elevarse de manera segura. “La modalidad del vuelo es en remolque. El parapente nació y se hace desde una pendiente. En nuestro caso, la altura depende de la distancia de la pista. Tenemos 950 metros, lo que nos permite, con un viento de 15 kilómetros por hora, o un límite de 20 kilómetros, alcanzar los 400 kilómetros por hora”, explicó Alderetes.

“También influye la actividad térmica del día. Salimos siempre desde el mediodía, hasta las dos o tres de la tarde. Cuando la actividad térmica es más fuerte. A la mañana la tierra está fría, y a medida que avanza la tierra se va enfriando, entonces no ayuda. Las térmicas son burbujas de aire caliente que elevan al parapente. El parapente siempre está descendiendo, pero puede hacerlo dentro de estas burbujas ascendentes. Podemos llegar a una nube y movernos de nube en nube gracias a las térmicas”, explicó el instructor.

El vuelo controlado del parapente tiene una relación de planeo de 9 a 1, es decir, avanza nueve metros mientras desciende uno. El ascenso, tirado por el Jeep, es de 3 metros por segundo, y ya en vuelo libre, el parapente, con sus dos ocupantes, se traslada a 36 kilómetros por hora.

El velamen del parapente funciona como el ala de un avión, curvándose y llenándose de aire, genera sustentación.  “Cuando el aire entra, hace un flujo de aire por todo el parapente, entre el borde de ataque y el de fuga tiene alveolos que se inflan y le dan la forma. El aire que pasa por el extradós y el intradós, y la presión por el peso del pilot, hacen que avance”, explicó Alderetes. El ala cuenta con estabilos que ofician de superficies de control lo que le permite al piloto mantener a la vela siempre bajo su mando.

Más allá de la física y la ingeniería que permiten el vuelo, la experiencia supera a muchos otros deportes extremos o actividades relacionadas. Quien suscribe realizó un vuelo de bautismo en un parapente biplaza bajo el comando de Luis Alderetes. Todo vuelo comienza por la seguridad. Un arnés especial ata a los dos pasajeros. Las cuerdas son de kevlar, el mismo material de los chalecos antibalas de última generación, y soportan cada una 80 kilos de peso. El parapente lleva cientos de estas cuerdas, en su mayoría sujetas a mosquetones que aguantan 80 mil kilos. Empero, si todo sale mal, el instructor lleva consigo un paracaídas de emergencia biplaza que tiene la misión de salvar a los dos pasajeros. A pesar de entender los parámetros y procesos que garantizan la seguridad, cuando el parapente comienza el vuelo la adrenalina toma por asalto la escena.

Mientras el Jeep tracciona al parapente, el vuelo se realiza de manera recta y firme, siempre elevándose. La soga que tira de los dos pasajeros toma cada vez un ángulo mayor, descendente, a medida que el parapente está cada vez más alto. Cuando el jeep alcanza el final de la pista, el piloto libera la cuerda. “Estamos en vuelo libre”, disparó Luís a más de 200 metros de altura. El pasajero, en pleno bautismo, viaja “como en una hamaca”, mientras el sonido del viento inunda el entorno. Desde la altura, sobre Longchamps, se llega a ver el Río de la Plata, los edificios de Puerto Madero y parte de la Ciudad de La Plata, además de todos los campos circundantes y la urbe de la zona sur del Conurbano.

“Es importante volar en lugares reconocidos, con instructores reconocidos. Como en todo rubro, hay muchos que tienen dinero para tener un parapente biplaza y despegan con una camioneta desde una ruta, pero eso no garantiza seguridad ni experiencia. Nosotros tenemos licencia argentina habilitante y licencia norteamericana”, opinó Alderetes.

Parapente Buenos Aires realiza vuelos de bautismo durante los fines de semana en el aeródromo de Longchamps. Durante la semana se brinda el curso de piloto de parapente, el que prepara y habilita a los pilotos a volar en todo el país y en el exterior.

Se despega y se aterriza, como hacen los aviones y los pájaros, siempre de frente al viento”, resumió Luís. Desde la altura, el parapente gira para recorrer el trayecto desde una punta a la otra de la pista. La maniobra puede llegar a asustar al pasajero, ya que lo empuja hacia abajo, incrementa su peso y lo pone a “flotar” en el aire colgado del parapente. Los giros y las maniobras rápidas disparan la adrenalina. Según la experiencia  y expectativas de quienes realicen su bautismo, desde tierra se pueden escuchar gritos, carcajadas, insultos y promesas. “Son puteadas con onda”, explicó el instructor, apenas tocó tierra luego de completar el circuito con el periodista. La experiencia es increíble e inigualable. El vuelo sin motor, con sólo el silbido del viento como acompañante, es una vivencia única, recomendable y difícil de describir.

 

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10 de junio de 2014