Nardelli, el millonario que gasta su plata en yates de lujo y quemó la joya de la abuela

La tercera generación de la familia Vicentín comenzó a vivir y a disfrutar la fortuna que sus antepasados no acostumbraban a hacer. Yates de lujos, inversiones muy arriesgadas en bienes raíces, millonarios aportes en la campaña política de Macri y un final abrupto. La historia secreta de la empresa que ahora el gobierno está a punto de expropiar.

Por CRIS ANTÓN

Los que conocen con pelos y señales a la familia Vicentín ponen en palabras los rumores que corren por las calles de Avellaneda y Reconquista, en Santa Fe, donde nunca nadie se animaría a hablar mal de los Vicentin en voz alta. Sin embargo, es un secreto a voces que los actuales problemas de la compañía arrancaron desde que comenzó a tallar más fuerte la "tercera generación", mucho más audaz y menos conservadora que sus antecesoras. Con un perfil mucho más alto, cultores de la vida de millonarios, lujos de los más caros y millones gastados, que antes era impensado para esta familia adinerada que comenzó hace casi 100 años a forjar un imperio.  

En ese grupo, que no tuvo pruritos para tomar deuda para sus planes de expansión, se destaca Sergio "el Mono" Nardelli, hijo de una Vicentin, quien reemplazó a Padoán, aunque en rigor es parte de una conducción familiar colegiada entre los principales herederos. También son directores y parte de la conducción los dos hijos del ex presidente de la Bolsa de Rosario, Máximo ("Maxi") y Cristian.

Gustavo Nardelli, hermano del "Mono" y ahora imputado el préstamo del Banco Nación, coquetéo con el PRO como eventual candidato a gobernador. Una de las historias de color de pago chico relata que se contrató a la reputada weeding planner Bárbara Diez (esposa de Horacio Rodríguez Larreta) para que organice el segundo casamiento de su hijo "Maxi". Toda una excentricidad en el interior santafesino.

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"Fue el querer ser", resumió la fuente. "Beto" Padoán, que al dejar la jefatura de Vicentin a manos de la tercera generación se dedicó a la dirigencia en la Bolsa de Comercio de Rosario, tuvo que dar explicaciones en la Justicia por haber sido citado en los cuadernos de la corrupción que escribió el chofer Oscar Centeno.

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Fue procesado por eso y cuando se le dictó la falta de mérito por asociación ilícita volvió a presidir la Bolsa rosarina hasta diciembre del año pasado. Antes había desarrollado una fuerte estrategia de campos -al igual que la mayoría de los miembros de la familia- y hasta se dio el lujo de armar una cabaña de reproductores de ganado Braford.

LA HISTORIA DE LA EMPRESA FAMLIAR

Los inicios del grupo agroindustrial Vicentin se remontan a 1929, año de la gran crisis económica mundial. Por aquel entonces, los hermanos Máximo, Pedro y Roberto, llegados desde Italia en 1920, fundaron un pequeño comercio de acopio y ramos generales en Avellaneda, en el norte santafesino, que fue creciendo y años después -en 1937- se convirtió en una primera planta desmotadora de algodón, y en una pequeña fábrica de aceite en 1943.

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Por entonces la soja no era siquiera conocida en estas tierras. Se molía algodón, lino y maní. Recién en 1966 esta industria incorpora el proceso de extracción por solventes, que es el que actualmente se utiliza en el crushing de soja. En eso fueron pioneros. Las multinacionales que ahora dominan el comercio de granos, como Cargill, Bunge y Dreyfus, recién comenzaban a instalarse en el país.

Muchos años después, en 1979, la compañía nacida en el norte de Santa Fe, bien lejos de los puertos, se logró instalar en San Lorenzo, a la vera del río Paraná. Construyó una nueva planta de extracción con capacidad de 2.000 toneladas por día, que es apenas el 10% de lo que muelen hoy las mayores plantas de la Argentina. Sus sueños como agroexportadora nacerían recién en 1985, con la inauguración de su propia terminar de embarque. ¿Soja? Aún desconocida.

Recién en 2007, un año después de la sanción de la primera ley de biocombustibles, Vicentin comenzó la construcción, junto a la multinacional Glencore, de una de las primeras plantas de biodiesel que tuvo el país, Renova. Para ese entonces la soja ya era ama y señora en estas pampas. Con ella se podía hacer aceite y con el aceite se podía hacer un biocombustible renovable compatible con el gasoil. Nuevos negocios, pero siempre dentro del rubro de la molienda.

Tres años antes, en 2004, la familia había dado los primeros pasos hacia la diversificación de sus negocios, por fuera del rubro estrictamente agrícola. La muda de ropas comenzó con la compra del frigorífico Friar, la mayor fuente de empleo privado en la ciudad de Reconquista. Al principio no fue un gran negocio, porque la planta hacía años que estaba en venta y arrastraba una pesada deuda de más de 120 millones de pesos, la mayoría con el exterior. Para colmo, dos años después, Néstor Kirchner establecía el primer gran cierre de las exportaciones de carne.

En 2008 compró la marca de algodones "Estrella" e inauguró una nueva planta textil. En 2009, Vicentin profundiza este proceso hacia nuevos negocios, ya que con el excedente del negocio de la molienda de soja adquirió viñedos y montó una bodega en Mendoza, que después agrandaría en 2016, con la adquisición de otro trapiche.

En 2012, puso en marcha una planta de bioetanol de maíz en Avellaneda. Y más tarde, en 2016, destinó la friolera de 100 millones de dólares para adquirir la línea de productos frescos (postres, yogures y flanes) de la malograda Sancor, a través de una sociedad controlada llamada ARSA. También es dueña de puertos, una fábrica de envases y hasta de un feed lot para miles de cabezas de ganado, "Los Corrales de Nicanor", muy cerca de Reconquista. También son dueños de Algodonera Avellaneda y Enav (jugo de uva concentrado) y Promiel.

Los Vicentin son queridos y admirados en Avellaneda y -aunque a regañadientes- también en Reconquista. Son muy respetados. Nunca, hasta aquí, habían tenido un fracaso. "Los Vicentin fueron lo que algunos pensamos como un ejemplo de empresarios: trabajadores, solidarios, comprometidos", describe a Infobae un vecino de Reconquista que conoce "de potrillos" a todos los directivos actuales de la aceitera. Tanto que hasta fue compañero de salidas de "Beto" Padoán cuando era soltero. Luego, al menos cuarenta años atrás, Alberto se casó con Mireya, una hija adoptiva del pionero Don Pedro Vicentin, y comenzó a ser parte de la familia.

Padoán, que fue CEO de todo el grupo, representa la segunda generación de la familia, la de la gran expansión. También se vinculó a la política y fue candidato a diputado a fines delos 90 del partido de Domingo Cavallo. Está alejado de la conducción del la cerealera hace varios años, pero pasó por otras empresas y es accionista y referente del todo el holding.

En Avellaneda, donde incluso ahora la empresa entró en mora con los impuestos municipales (representa el 30% de la recaudación), nadie habla mal de los Vicentin. O mejor dicho, de los mayores de la familia. Muchos de los hijos y yernos de los fundadores del grupo aceitero son filántropos de turno completo con su ciudad. Sus aportes van desde apoyar el funcionamiento del teatro y el hogar de ancianos, hasta la puesta en marcha de la escuela para chicos con capacidades diferentes. "Son personas que están muy presentes en la comunidad", coincidieron un par de fuentes.

La tercera generación y el presente de la empresa

Una anécdota que pinta de cuerpo entero a la vieja camada de primos de la familia Vicentin es que uno de ellos, que trabajó siempre en la compañía a cambio de un salario, nunca retiró los dividendos que le correspondían por ser uno de los cien accionistas de la compañía, porque como la mayoría de su parientes nunca cambió de casa ni de pretensiones.

Ahora deberá ir a reclamar lo que le corresponde a un juzgado comercial que atiende el concurso de acreedores solicitado por la compañía a mediados de febrero. Allí se discuten deudas de todo tipo: el Banco Nación reclama 200 millones de dólares y los proveedores de granos otros 350 millones. Y así una sucesión de acreedores. Nadie sospecharía que parte de los 1.300 millones de dólares que debe Vicentin es con uno de sus dueños, una suerte de adalid de un estilo de hacer negocios.

"La tercera generación se metió con el favoritismo político, los subsidios, la burbuja del sentirse importante y poderoso y allí cayó en los errores de cálculo", dice otro santafesino que conoce de cerca la vida de esta empresa, y que separa de modo tajante a los fundadores. "Gente de trabajo, de clase media, que empezaron todo desde muy abajo", define. "Los jóvenes son diferentes. Este año, en medio de la crisis, con cientos de acreedores en medio de un ataque de nervios, muchos estaban tomando sol en Punta del Este", aseguran.

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