"Fui el mejor ladrón de la argentina"

La Garza Sosa tiene un lavadero en Quilmes.

Por Gaston Rodriguez

El legendario asaltante de blindados y protagonista de una fuga espectacular del penal de Devoto recibió a Tiempo Argentino en su lavadero de autos de Quilmes. Polémico y frontal, aseguró: “Yo soy así, Guevarista y revolucionario”.
 
Quilmes, tres de la tarde. Afuera, el último sol de diciembre funde el asfalto de la avenida Calchaquí y la térmica roza los 40° C. Adentro, en una pieza-oficina-búnker un auditorio de tres personas escucha atento el relato del viejo hampón.


“El peor día de mi vida –cuenta– fue el 17 de enero de 1995. Lo tengo acá (se señala el entrecejo con ganas). Un quilombo, parecía que salían policías de todos lados. Me cagaron a tiros mal. Pin Pan. Horrible. Manejaba el ‘Patito Manga’, lo nombro porque está finado, y le digo: ‘Dale boludo que nos van a hacer pelota’. Me responde: ‘Quedate tranquilo que soy mejor que Meteoro’. Adelante teníamos una montaña de tierra, no sé cómo hizo pero levantó el auto y la atravesó, pero cuando aterrizamos nos cortó otro patrullero. Entonces nos metimos en la Villa Corea, en San Martín. A esa altura ya estábamos con una goma menos y sin la luneta ¿Viste la película Fuego contra Fuego? Bueno, un poroto. Antes no usábamos chaleco antibalas. Era pistola, metra y pechito argentino. Te ponían y listo. Si no, fijate”.


Oscar Hugo Sosa Aguirre –59 años, apodado “La Garza”– recorre las huellas de su cuerpo. El circuito incluye el brazo derecho, la nuca, un hombro y el muslo izquierdo. Antes de continuar con su épica mira por la ventana y le pide a su hijo que atienda al dueño del Volkswagen Polo gris que vino a buscar su auto. Porque el legendario pistolero jura que se retiró y que después de intentar lo de la escuelita de fútbol para pibes, ahora vive de lo que deja el lavadero familiar. Una suerte de redención a manguerazos.


“Nos bajamos del auto –sigue– porque ya no dábamos más y empezamos a tirar las monedas del afano (habíamos robado como 30 sacas) para que la gente se amontone y la policía no pueda disparar. Ahí cruzamos a un tipo, que no me lo olvido más. Nos subimos al auto con las bolsas, los FAL, las metralletas, y cuando lo vamos a poner en marcha estaba la llave rota porque el hijo de puta antes de escapar la metió adentro del tambor y la quebró. Tuvimos que salir con todo otra vez y nos pusimos contra una pared. A uno que está vivo, y por eso no digo el nombre, le pegaron un tiro en el culo. Ya estábamos jugados, era todo mete y ponga hasta que me quedó el último cartucho y salí con la Itaca levantada gritando que me entregaba. Cuando los policías vinieron a agarrarme bajé la escopeta y les tiré”.

–¿Para qué?
–Para que me den, loco. Yo no quería volver a la cárcel porque sabía que me esperaba la reclusión perpetua. Me dispararon 400 cohetes. Después de un rato abrí los ojos y vi que estaba vivo. Ahí nomás les dije que ya no iba a joder más.
 
UN INCORREGIBLE

La vida obrera de “La Garza” Sosa, según dice, comenzó después de purgar condena por ese golpe fallido en Carapachay. Más preciso: el 8 de noviembre de 2006, el mismo día que por última vez pidió permiso para ir al baño. “Recuperé la libertad después de 14 años. Adentro me rompieron todo porque era incorregible. Por ejemplo, si a un enfermo de sida no le daban la dieta adecuada iba y me paraba de mano porque defendía los derechos de los presos. Yo soy así. Guevarista y revolucionario”, enfatiza.
Se sabe. A “La Garza” le enamora alimentar su mito de justiciero disfrazado de rufián.


Pero cuando avanza la charla se descubre al hombre detrás de la fama y se desnuda su verdadera naturaleza, la misma que lo llevó a ser quien es.


“Robar –confiesa– es la profesión más linda del mundo. Tiene riesgo, adrenalina, ingenio. Ahora no lo hago más pero de joven me encantaba. Yo recibía 200 mil propuestas por día para hacer un laburo porque era el mejor. Te digo más, no tengo dudas de que fui el mejor ladrón de la historia de este país.


–¿Cómo se llega a ser el mejor ladrón?
–Levantándose todos los días a las cinco de la mañana como cualquier laburante para encontrar de dónde arañar el mango. Yo buscaba dar el golpe preciso, llevarme la plata y disfrutarla con mi familia. Pero hoy en la Argentina no hay delito porque los que están presos son pobres y no delincuentes.


–¿Ya no quedan asaltantes profesionales?
–Muy pocos. El asalto al blindado de la Panamericana, por ejemplo, pudo haberse hecho de otra manera, sin cargarse dos fiambres. Ahí les faltó ingenio para llevarse la plata de forma limpia.


–Todos queremos saber cómo lo hubiese hecho usted.
–Eso no te lo voy a decir porque si mañana pasa algo parecido me van a echar la culpa a mí, pero yo prefiero correr con plata antes de irme sin nada. Con eso te contesté la pregunta, ¿no?


–¿Se puede delinquir sin arreglar con la policía?
–Nunca arreglé a nadie. No conozco lo que es una zona liberada o la entrega de un dato. Lo único que conozco de la policía es que me corrió toda la vida, a veces me agarró y a veces no.


–Si un nieto suyo quiere ser policía ¿Qué le diría?
–Que estudie y se haga comisario porque así puede robar mejor.
 
EL ÚLTIMO ROMÁNTICO

El pasado no muy lejano de “La Garza” es un catálogo de momentos notables. Una vez le pidió la balanza a un verdulero amigo porque quería saber cuánto pesaba un millón de dólares. “En billetes de 100 son once kilos y 300 gramos exactos”, asegura. Otra vez, después de su cinematográfica detención en Carapachay, terminó esposado al pie de un mástil de la comisaría por más de dos horas: “Me estaba desangrando pero me exhibieron como un trofeo de guerra porque a los taqueros les servía más vivo que muerto”, relata.


La fuga televisada de Devoto junto a su socio Valor, donde se descolgaron de los muros vestidos de médicos y a plena luz del día, es otro pico en su mítica carrera.


“Es que mi juventud –intenta justificar– fue muy disparatada. Cuando estaba en plena actividad cambiaba de casa cada seis meses aunque nunca abandoné a mi familia. Las veces que me escapé de la cárcel lo hice por amor a mi mujer y mis hijos. Por eso digo que fui el romántico del delito.


–Más allá de lo lindo que suena, usted patentó un protocolo de la fuga.
–No hay un manual. El manual lo tenés que hacer vos. La fuga es lo más lindo del mundo porque peleás con nada, o a lo sumo con una cucharita de plástico, contra el sistema.


–Le está dando un hermoso mensaje a la humanidad.
–Exacto. Si un ser humano se propone triunfar y subirse en pelotas al Obelisco, lo puede conseguir. Es puro ingenio nomás.

 

Fuente: Tiempo Argentino

4 de enero de 2010

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