Vivió tres años entre los puesteros de La Salada y les escribió un libro

Entre chicha, frituras y carreros, desentrañó la historia que envuelve a la feria más grande del país. Una radiografía de los trabajadores que sostienen un comercio de millones de pesos.

Las entrañas de la feria más grande de Latinoamérica ya no guardan secretos: La Salada está revelada. Pero hizo falta una investigación de más de tres años, amenazas, litros de chicha, frituras y un sobrepeso de casi diez kilos para que la sociedad pueda quitar el velo que cubría su intensa historia. El resultado: una atrapante recopilación de relatos donde los protagonistas de su gesta se revelan ante la pluma de Sebastián Hacher. Es decir, el lado humano que sostiene un comercio de millones de pesos y miles de platos calientes.


El periodista lanzó recientemente el libro 'Sangre Salada (una feria en los márgenes)', y es en este trabajo donde pone de cara a la Argentina frente al fenómeno más populoso de los últimos 20 años, que tiene al trabajo del feriante como eje central. Un laburo que, en ocasiones, mezcla el desarraigo, el trabajo a destajo, la autoexplotación, tiros y narcotráfico en un surtido fondue que se cuece en el corazón de una de las comunidades comerciales más grandes del país. Otra de las tantas que crecieron a la par de la retirada del Estado.


Pero, al contrario de lo que primero se espera cuando el nombre “Salada” surge, la construcción del relato está lejos de tornarse un caso policial. “Quise traspasar la visión mediática sobre la feria ya que es un fenómeno muy complejo que debe ser contado desde otro lugar”, según dice el autor a 24CON. Su objetivo: “Apelar a otros personajes y correrse de la discusión de las marcas y del mecanismo mafioso, que no es la temática a tratar. Al contrario, es un fenómeno social que es muy interesante y que no estaba siendo contado hasta ahora”.


Desde sus aventuras en remis con Alberto, el chofer del Duna destartalado que paseó a Hacher durante noches enteras y se convirtió en su Stursky, hasta ver llorar a ‘Charles Bronson’, uno de los jefes de seguridad más “picantes” de Punta Mogotes (con identidad reservada), la trama de “Sangre Salada” presiona sobre la llaga del estigma social y la hace sangrar por donde más duele.


¿Por qué? Es un cachetazo literario a la otra mejilla de la compleja situación. El predio, considerado por los popes foráneos “como la feria ilegal más grande del mundo”, está lejos de ser sólo una construcción estigmatizada como marginal: “Es un lugar donde, precisamente, se sale de la marginalidad. Un mercado popular que comenzó con un grupo pequeño de inmigrantes y se convirtió en la meca de los menos favorecidos. De hecho, ahí, todo el mundo gana bastante bien”, aclara el periodista.


- El costado más turbio, como la violencia y la guerra por el puesto, es el que más atrae al momento de hablar de La Salada. ¿Por qué elegís trabajar desde el prisma del laburante?

- Hay una historia que no suele aparecer en los medios, que no es la voz de los sin voces, pero la cual es fundamental contar para relatar la historia. Gente como Luciano (N del R: un adolescente que pasó de ‘pibe chorro’ a ser capo de un estacionamiento de más de 200 autos en La Ribera) y Juvelio Aguayo (N del R: un trabajador boliviano que fue asesinado por la policía en un presunto caso de gatillo fácil) son personajes que quizá son secundarios, porque no definen grandes cuestiones de la feria, pero que explican los complejos mecanismos de funcionamiento que tiene.

- ¿Por qué se la considera una feria marginal?

- La gente es humilde, no marginal. Considerarla marginal es uno de los grandes problemas del periodismo. Esto de ver la pobreza y lo periférico como algo monocorde, sin ningún tipo de tono o riqueza, tiene intencionalidades específicas. Pero dentro de La Salada, la verdad está lejos de eso. Es un término muy televisivo que a veces la gráfica lo copia para idealizarlo o para presentarlo como algo bizarro. Decir que es marginal, definitivamente, es quitarle complejidad.


- Entonces, ¿qué te llevó a denominarla como “una feria en los márgenes”?
- Porque está en la periferia de la urbe y porque no se la reconoce como parte de nuestro circuito económico y social. A mí me iría mucho mejor si digo que ‘tendrían que estar todos presos y que son todos narcos’, pero no es así. Todos quieren que yo le pase con una aplanadora y no lo voy a hacer. Simplemente es que no está integrada a la sociedad, no está institucionalizada como la feria de Mataderos. En ese sentido, está en las márgenes desde todo punto de vista.


- Vos destacás el sacrificio del trabajador, ¿esa es la columna vertebral de la feria y no los negociados de las autoridades?
- Sin dudas. Hay un espíritu de sacrificio muy similar al que hicieron nuestros abuelos inmigrantes. La mayoría de los trabajadores, que son bolivianos, tienen una cultura de trabajo de la cual los mismos argentinos te dicen que aprendieron de ese sacrificio. Es una autoexplotación que se imponen. Tienen un espíritu de ahorro y un método de venta particular: vender mucha cantidad a poco margen.


 

- Si es evidente que las marcas son falsificadas, ¿por qué nadie toca a La Salada?
- En algún punto la contracara de toda la pujanza es un sistema corrupto que se financia con ello. Por ejemplo, el ‘pagar marca’: un impuesto informal que cobra la bonaerense para dejarles vender marcas truchas. Al principio todos te dicen que no la pagan pero después te lo terminan confirmando.


- Estuviste tres años viendo el amanecer en Budge, ¿cuándo entendiste que tu trabajo estaba llegando a su final?
- Fue complejo porque la feria tiene algo hermoso que es el ritmo vital. Un pulso que te moviliza y, cuando te volvés parte de ese ritmo, te mantiene en un circuito muy activo. El claro ejemplo es el carrero, (N del R: son hombres que se dedican a transportar mercadería por los pasillos a cambio de una paga) todo el tiempo están a los gritos intentando pasar. Ellos marcan la velocidad y la vorágine. Pero, para estar, tenés que pertenecer. Entendí que tenía el libro resuelto cuando, en forma metafórica, me pegaron un par de cachetazos para indicarme que yo no era del lugar. Y, finalmente, me fui.

 

20 de octubre de 2011

FOTOS: SUB.COOP