El Titanic bonaerense y otros monstruos dormidos

Majestuosos edificios derruidos que encierran historias de amor y codicia. Hoy son esqueletos sólo visitados por los recuerdos.

Silbidos entre paredes. Rincones hoy sólo visitados por el viento que sin embargo hace unos años eran el punto de reunión de visitantes y viajeros opulentos que dejaban el trajín de Buenos Aires detrás para disfrutar en parajes de ensueño. Valles cordilleranos, sierras pampeanas, termas naturales o brisas marinas eran los principales atractivos.

Emprendimientos hoteleros millonarios que intentaron convertir un hermoso paisaje en un negocio sin igual pero que lamentablemente finalizaron en ruinas y en la decadencia total. Sin embargo, la fascinación por el esplendor perdido los convirtió, nuevamente, en un lugar de visita ineludible para los pocos viajeros que se aventuran hacia los parajes desconocidos y desolados que los tienen como anfitriones.

Muchos de ellos tienen un nexo común. El inversor, a veces extranjero, que se enamora del paisaje que lo rodea y cree que ese amor puede ser compartido y convertido en ganancias. Así sucedió con el Hotel mendocino de El Sosneado, con el Club Hotel Villa de la Ventana, y con el más conocido Paso del Inca.

Hoy, las ruinas se apoderan de todo. Inmóviles, los gigantes cuentan el esplendor que supieron portar. Historias de empresarios, visionarios y errores económicos. A 150 kilómetros de San Rafael, por ejemplo, en la provincia cordillerana de Mendoza y cercano al camino que une Las Leñas con la mítica Ruta Nacional 40, a principios del siglo pasado un paraje desolado cobró fama entre los pobladores gracias a sus aguas termales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los Molles era un lugar privilegiado para los pocos viajantes que se animaban a recorrer esa casi inhabitada zona de la cordillera para disfrutar de las ferrosas y sulfurosas aguas en épocas en que el turismo de montaña, esquí y sus derivados, aun no eran explotados en la zona. En ese mismo lugar Don Fermín Díaz, precursor y fundador de los baños termales a nivel local invirtió todo su capital para construir e inaugurar a principio de la década del 20 el hotel Los Molles.

 

Se trataba de dos edificios completamente construidos en piedra que con todos los lujos otorgaba a los visitantes el mayor nivel de atención de la época y baños privados dentro de las habitaciones con las aguas sanadoras.

Aún cuando el negocio en sus primeros años prosperó por la novedad no pudo ser mantenido. Durante el invierno el hotel cerraba ya que la nieve anegaba los caminos y la temporada veraniega no era suficiente para sostener los costos. Sin embargo, hasta la década del 60 llegaban algunos turistas. Después sólo los fantasmas de tiempos idos ocuparon sus habitaciones.

 

Similar es la historia del hotel de El Sosneado. Ubicado a 60 kilómetros de la localidad homónima sobre la ruta 220, el hotel al igual que el de Los Molles ofrecía como principal atractivo las cualidades curativas de las aguas termales. Con alto nivel de minerales, las aguas de este lugar eran promocionadas en la década del 30 como radiactivas. Aun hoy siguen fluyendo del corazón de la tierra dándoles la bienvenida a los escasos visitantes.

 

En 1938, la Compañía de Hoteles Sud Sudamericanos Ltda., que pertenecía a la empresa ferroviaria de B.A.P. inauguró con un gran despliegue publicitario y con la presencia de personalidades de distintas partes del mundo el Hotel Termal El Sosneado, rodeado por la cordillera de los Andes.


El edificio principal del hotel termal se erigía a orillas del río Atuel y dentro de sus tres plantas ofrecía a la alta sociedad de la época lujos inusitados para una zona de increíble belleza, pero de difícil acceso. Las últimas actividades económicas en el lugar se registraron en 1953 cuando un alud de nieve derrumbó parte de la estructura de piedra. La pileta de aguas termales se mantiene casi intacta.

También en Mendoza y ya dentro de los recorridos turísticos se encuentra el Hotel del Puente del Inca, donde su final no estuvo marcado por un desacierto económico sino por la fuerza de la naturaleza. El extraño paraje se compone de un puente formado naturalmente por la piedra sobre el río Las Cuevas sobre la Cordillera de los Andes y entre los cerros Banderita Norte y Banderita Sur, en el Departamento de Las Heras.

 

Con un gran despliegue promocional y con grandes artistas y autoridades de la época se inauguró en 1925 un hotel con todos los lujos que incluía en cada baño de cada habitación su propio baño termal. Las aguas eran alcalinas, arsenicales, bicarbonatadas, cálcicas, sulfurosas fuertes en sodio y eran consideradas curativas y antistress.

 

 

 

 

En el año 1965 en plena temporada de invierno un alud de nieve y piedra arrasó con el edificio principal del hotel, llevándose toda la construcción a su paso. Sólo se salvó una pequeña capilla colonial que ofició de refugio provisorio para los empleados y huéspedes. Desde entonces todo el complejo se encuentra abandonado. Sólo la pequeña capilla puede visitarse actualmente.

Otro hotel histórico en la zona es el que ilustra la marca de una conocida agua mineral embotellada, el hotel termal Villavicencio que durante gran parte de la primera mitad del siglo XX recibió turistas de todo el país y del exterior. Está ubicado en a la vera de la ruta 52, antigua ruta 7 que unía Buenos Aires con Santiago de Chile. El imponente hotel se encuentra cerrado desde fines del año 1978, aunque varios acuerdos entre el gobierno provincial y la empresa Dannone, propietaria del edificio, proyectan la remodelación y reapertura del clásico atractivo turístico de la zona.

 

Alejados de la cordillera y rodeados de ríos, en la Provincia de Corrientes y a la vera del Paraná a principios del siglo pasado y como muestra de la Belle Epoque se construyó una mansión que además contaba con hotel y casino, una excentricidad para la época. El Hotel de Empedrado de la localidad homónima, conocido como La Mansión, fue diseñado con hipódromo incluido, canchas de cricket, bajilla de plata y cristalería europea. Sin embargo su destino estaba marcado por la historia y por acontecimientos tan ajenos como la primera guerra mundial. Según los relatos de la época solo permaneció abierto tres meses y en 1914 registró el último turista. Hoy sus ruinas son parte del paisaje.

Aun más cerca del Conurbano los esqueletos de sueños, aventuras e inversiones ajenas encierran también mitos, leyendas y fantasmas. La ruta 11, llamada interbalnearia, nace en la ciudad de San Clemente del Tuyú, la primera parada de la costa atlántica argentina, y termina en un remoto paraje entre Necochea y Mar del Plata, llamado Mar del Sur.

A diferencia de otros balnearios, Mar del Sur nació pujante con la promesa de ser el gran balneario argentino aun cuando Mar del Plata, su gigante vecina, no mostraba ni parecía ser lo que llegó a ser en nuestros días. Allí mismo entre medanos, pastizales y vientos marinos se erigió en 1986 un edificio sin igual: 4500 metros cubiertos, techo de pizarra francesa y más de noventa habitaciones, el hotel Boulevar Atlántico. Sin embargo la crisis de 1890 no le dio tregua.

 

El ferrocarril que traería a los turistas adinerados desde Buenos Aires nunca llegó tan lejos y el pueblo se quedó solo con las promesas y las esperanzas de apogeo. En 120 años, la mole neoclásica resistió tornados y diluvios, sufrió un incendio y saqueos, pasó del esplendor a la decadencia. Alojó desde vagabundos hasta familias adineradas de Miramar pasando por inmigrantes judíos a principio del siglo pasado (quienes son protagonistas de los mitos de fantasmas en el lugar) y hasta se llegó a decir que Hitler se refugió allí según la teoría que afirma que el nazi se refugió en Argentina en el final de la segunda guerra.

 


Hoy, el hotel muestra el paso del tiempo. Desvencijado y casi todo derruido aun puede albergar a algún viajero perdido o quién quiera animarse a pasar una noche en su añejo esqueleto. Distinto fue el destino del Club Hotel de la Ventana, quizás el más conocido de los hoteles abandonados de la región, llamado el "Titanic" bonaerense.

Inaugurado en 1911, este complejo era uno de los más grandes y lujosos de la Argentina, y en él veraneaban los miembros de la alta sociedad nacional. Tuvo el honor de ser el primer casino del país y la mayor inversión turística inglesa (De manos de los capitales que instalaban el ferrocarril que unía Buenos Aires con Bahía Blanca). Contaba con 178 habitaciones, cada una con baño privado, algo poco usual para la época e incluso había espacio destinado para el personal de servicio que llegaba junto con los huéspedes, canchas de golf y un gran parque arbolado con vista a las cierras bonaerense. Grandes personalidades como el presidente argentino Julio A. Roca, su colega de Brasil, Manuel Campos Salles, y la princesa Isabel de Borbón participaron de la inauguración en 1911.

 

 

Empero, el futuro del hotel estaba marcado por un destino poco próspero. Durante los primeros años fue un éxito pero la primera guerra mundial lo dejó huérfano, las autoridades inglesas lo vendieron y quedó casi abandonado. Funcionó gracias al casino y a la fama que había logrado en los primeros años pero apenas comenzada la década del 20 un decreto de Yrigoyen prohibió las casas de juego de azar dándole el tiro de gracia. Su cierre definitivo se firmó el 14 de marzo de 1920.

La historia le dio una breve segunda oportunidad, en 1939 fue habitado por 350 marineros alemanes que sobrevivieron al naufragio del acorazado Graf Spee en aguas rioplatenses. Ellos se refugiaron en Argentina luego de la llamada Batalla del Río de la Plata. Una escaramuza entre la armada germana y la británica que finalizó con la detonación por parte de su propio capitán del buque nazi que supo mantener en vilo a todo barco mercante que se animara a cruzar el atlántico desde estas costas hacia Europa. Durante dos años el hotel volvió a vivir y llegó a contar hasta con una orquesta organizada por los mismos marineros. En 1941 los alemanes, quienes se encontraban como prisioneros de guerra, fueron repatriados y con ellos las últimas voces que habitaron el hotel.

Durante años se mantuvo cerrado sufriendo el pasar del viento y el tiempo, inclusive los vecinos de la cercana localidad de villa La Ventana cuentan que fue blanco de ejercicios militares durante la última dictadura.

 

En 1983 un incendio devoró lo poco que quedaba y hoy sólo se conservan las vacías paredes de 45 centímetros de ancho y algunos hierros oxidados y retorcidos de los que fue el techo y la magnifica torre que lo hacía bien visible en la plana extensión de la provincia, solo confundible con algún pico de las sierras del lugar.

Así, inmensos edificios ideados para brindar los mayores lujos y placeres de su época unicamente conservan una minima pizca de la esencia que los hizo nacer, crecer y brillar en parajes desconocidos. Lugares hoy visitados por pocos, aquellos que con el uso de la imaginación intentan reconstruir la maravilla de tiempos perdidos.