24CON, La Revista

Cuál es el mejor y el peor lugar para vivir en el Conurbano

La Horqueta y el Barrio San Enrique, dos realidades totalmente opuestas dentro del conurbano. Por qué uno es el mejor y el otro es el peor lugar para vivir.

Maldito barrio

 


Hay lugares del Conurbano de difícil acceso, otros, en los que la población no cuenta con los servicios mínimos, algunos, jaqueados por la inseguridad e, incluso, están aquellos no figuran en ningún registro y se transforman en barrios fantasma. San Enrique, muy cerca del centro de González Catán, es todo eso y más. Es un barrio asesino. De forma lenta y constante se lleva la vida de sus pobladores, sitiados, atrapados, envenenados, olvidados.

A primera vista, el paisaje no es diferente del de otros sitios del área metropolitana. Sin embargo, en ningún otro punto conviven, en un mismo espacio, tantos elementos perjudiciales para la salud junto con tantas otras carencias.

Miles de vecinos, en un área de 70 manzanas, sobreviven al pie de un basural, a la vera de un arroyo tóxico, rodeados por tres cementerios privados, una vía abandonada, tosqueras inundadas como trampas mortales y una cárcel para 400 presos, el más reciente ingrediente de este cóctel de desidia y postergación.

A esta realidad la terminan de coronar calles sin asfaltar, desagües a cielo abierto, zonas inundables, obras inexistentes, escuelas que no alcanzan, mínimos medios de transporte y el fantasma de la inseguridad, tan presente que hasta las verdulerías atienden tras las rejas. Y el olor nauseabundo y tóxico que ataca a toda hora.

Todo junto, todo mal
El barrio comienza a metros de la estación de trenes de González Catán, cuando se cruza la calle Simón Pérez “para el fondo”. De un lado, el límite es la vía muerta del tren que ya no sigue hasta la estación Marcos Paz, señalado como uno de los puntos de mayor inseguridad. Del otro, la calle Torrent.

El último límite es la calle Scarlatti, que separa el barrio de las montañas de basura de la CEAMSE. Detrás de esas “sierras”, hay una serie de tosqueras inundadas, en la que perdieron la vida ahogados varios chicos que fueron a nadar para escaparle al calor. Sobre ese tramo, en uno de los extremos, se encuentra el cementerio “Lar de paz” y, en el lado opuesto, en dirección a la Ruta 3, “Campo santo” y “Jardín del oeste”.

Por Scarlatti desfilan los camiones que ingresan al relleno sanitario a verter su carga, aunque, según indican los vecinos, la actividad aumenta de noche. A pocos metros, se encuentra la Unidad 43 del Servicio Penitenciario Bonaerense, con una población de 420 internos, inaugurada hace dos años, a pesar de la condena de organismos de Derechos Humanos.

Destrucción Progresiva
El arroyo “Las víboras”, un afluente del Morales (parte de la cuenca Matanza-Riachuelo), atraviesa al barrio por la mitad. En todo su recorrido muestra un alto grado de contaminación, basura en sus márgenes e incluso restos de automóviles en su cauce.


Los vecinos sortean sus aguas por medio de precarios puentes en condiciones altamente inseguras y, cada vez que llueve, juran que las aguas desbordan y avanzan sobre las calles. Los que más lo sufren son las viviendas ubicadas en sus márgenes, a metros del curso fluvial que, aseguran, figura como entubado en los registros municipales.

El barrio es uno de los más antiguos de Catán y, de a poco, se fue transformando en una trampa mortal. ¿Por qué los habitantes no se van? Porque las casas perdieron hasta la mitad de su valor, siempre en el caso de que alguien quiera mudarse ahí, por lo que es casi imposible vender para irse.

El proceso de destrucción comenzó con la instalación del centro de disposición de residuos a finales de los ‘70, luego, llegaron los cementerios, la corrosión del arroyo y, finalmente, el penal. Y continúa.


El mal mayor
Es muy común que los vecinos del barrio presenten manchas en la piel, afecciones respiratorias y que todos tengan un familiar enfermo -o ellos mismos sean los afectados- con patologías severas. Casos de leucemia, cáncer, lupus o púrpura son comunes en el barrio, mientras que en otros lugares aparecen con rara frecuencia. Todos apuntan a un único culpable: la CEAMSE.

Desde hace varios años, Celia Frutos -a través de la organización Vecinos Autoconvocados sin Partidismo Político de González Catán- accionó judicialmente para pedir el cierre del lugar. En la causa, figuran las personas afectadas y los resultados del análisis de agua y aire, donde se constató la contaminación. Incluso está el testimonio de un ingeniero que trabajó en el lugar, que admite que la tecnología obsoleta del lugar puede ocasionar degradación del aire, suelo y agua.

Sin embargo, pese a que se logró que no se vuelquen más desechos peligrosos de otros municipios, y ante la promesa incumplida de cerrar el lugar, el centro de disposición final de González Catán todavía recibe, mensualmente, 41.500 toneladas de desperdicios.

Ausencias
Además de los inconvenientes ambientales, en San Enrique abundan las carencias. En el barrio no hay jardines de infantes ni centros de salud a donde recurrir ante emergencias. La única escuela primaria -la EPB Nº 218- tiene una matrícula de 480 alumnos y un comedor diario para 250. Gran parte de sus calles se encuentran sin asfalto y, cuando llueve, se vuelven intransitables.

En esos días, las ambulancias no pasan y solo ingresan los remises del barrio, ya que otras agencias no entran por temor a los asaltos. En materia de transporte público, las opciones son la línea 218 -que los vecinos llaman “antibiótico” porque se toma uno cada ocho horas-, o caminar 20 cuadras hasta el centro de Catán, donde pasan las otras empresas.

La gran mayoría todavía toma agua de pozo -con el correspondiente riesgo de contaminación de las napas-, la red de agua corriente tampoco es del todo segura y, los que pueden, compran agua embotellada, aunque el precio ronda los 18 pesos por el bidón de 20 litros.

Gasta 1500 pesos sólo en remedios

La historia de Angélica (59) comienza en 1982, cuando llegó a San Enrique desde Wilde, escapando del relleno sanitario de Villa Domínico. No sabía que era como saltar de la sartén al fuego.

“Cuando vine, no era como ahora, recién empezaba y no se sabía que podía ser tan dañino”, aseguró la mujer. Aunque, de a poco, empezó a constatar los efectos en sus cuatro hijos. Problemas respiratorios, sarpullidos y una especie de seborrea eran moneda corriente. Lo mismo que hoy lo sufre su nieto, con infecciones en el intestino, en la piel y pulmones. 

La peor parte repercutió en su propia salud. Ya lleva tres operaciones de vejiga y los médicos, al conocer el lugar donde vive, le recomendaron que se mude de forma urgente. Pero Angélica no quiere vender su casa a cualquier precio para poder irse. Prefiere resistir. “Yo fregué pisos y zócalos para comprar esta casa, ¿cómo la voy  regalar?”.

También sufrió en el último tiempo dos ACV (accidentes cerebro vasculares),  tras los que casi pierde la vista por el sangrado. Al parecer, los gases del barrio potencian estas patologías, aunque aún no hay trabajos concluyentes al respecto. Lo único cierto es que, para vivir, debe tomar trece pastillas por día, por un total de 1.500 pesos por mes.

“En verano, el olor que llega es insoportable”, asegura la mujer. Es tanto que, a veces, tiene que poner trapos mojados bajo la puerta para que no se filtre. Y debe utilizar una mochila de oxígeno para trasladarse y cuando siente que le falta el aire.
“A veces, lloro de bronca y de impotencia, porque no nos merecemos vivir así”, expresó Angélica. Lamentablemente, le pasa seguido. Días atrás, una ambulancia se negó a entrar al barrio para buscarla porque había llovido y no podía pasar. Y los remises no entran cuando llega la noche. Es la bronca y la impotencia de vivir atrapado.

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El mejor barrio para vivir

 

La Horqueta es un barrio extraño para los ojos acostumbrados al clásico “rioba” suburbano de obreros y desocupados. Calles bucólicas flanqueadas por prolijas hilearas de árboles que las visten de verde en primavera y que, en otoño, colaboran para resaltar la belleza de los hogares con el taciturno color del follaje muerto, automóviles de alta gama y niños bilingües, son algunos de los factores que hacen de esta una zona diferente.

Este lugar antitético de la pobreza está ubicado entre los dos ramales en que se bifurca la ruta Panamericana con el acceso a Tigre. De allí el nombre del barrio, porque, justamente, estas dos vías de acceso forman una suerte de dibujo de horqueta en el mapa. Al norte limita con San Fernando, donde la calle Uruguay oficia como frontera -acá levantaron el muro de la discordia- entre dos realidades muy diferentes.

Si se lo observa con el Google Earth, que es una aplicación que permite ver imágenes satelitales de todo el mundo -y que le sirvió a Santiago Montoya como herramienta para ubicar evasores cuando era titular de ARBA-, se puede ver la morfología general del barrio: el verde predomina y hay casi tantas piscinas como casas. Además, los límites están muy bien marcados: una vez que se cruza la calle Uruguay, el gris y los hogares humildes vuelven a dibujarse.

De todos modos, hace algunos años, el panorama en la zona era mucho más campestre ya que hoy, cuando se ingresa al barrio por el puente Capitán Juan de San Martín, uno se da cuenta de que los paredones y enrejados han proliferado y ocultaron el natural verde del que son dueños los moradores temerosos de la inseguridad que se vive al cruzar la puerta.

Para elegir el mejor lugar para vivir del Conurbano hay que abstenerse de seleccionar algún country o barrio cerrado, porque lo que realmente interesa es contrastar las realidades de la calle, y no meterse en una caja de zapatos. Y, por varias razones, La Horqueta parece ser el mejor barrio abierto.

Todos los lujos
En este triángulo de la fortuna donde viven aproximadamente dos mil familias, hay escuelas de primera línea como la Pilgrims, el Colegio Nuevo de las Lomas, el Goethe -un colegio mixto, laico y alemán, donde los chicos salen hablando ese idioma tan bien como el español- y, por supuesto, el gigante Cardenal Newman -donde estudiaron Mauricio Macri y el economista Alfonso Prat Gay, entre otros-, un centro educativo de origen irlandés que le presta tanta atención al rugby que cuenta con tres canchas en el enorme predio que ocupa y sacó jugadores de primera línea como los hermanos Contepomi.

Asimismo, existe un centro comercial que abarca no más de seis cuadras sobre la calle Blanco Encalada. Esta zona hace recordar a los centros urbanos de las ciudades costeras como Pinamar y que, si bien tiene un hipermercado Disco, no creció más porque los vecinos se negaron. Jamás permitirían que la contaminación visual agreda la armonía del barrio.

En La Horqueta se puede visitar el Centro Hípico, una sede del club de rugby S.I.C., el Boulogne Golf Club, varias canchas de fútbol cuyo césped no tiene nada que envidiarle al del Camp Nou, muchísimas courts de tenis, una de ellas con un restaurante de sushi que atrae a numerosas figuras como Guillermo Coria, el café Seven Eleven, la galería Las Brujas y un vasto etcétera.

Además, “hay ocho barrios cerrados”, señala la empresaria inmobiliaria Adela Basavilbaso (h), que explica que quien quiera vivir en el dúplex más barato de la zona debería tener unos 130 mil dólares, y el que tenga el sueño de comprarse la mansión más cara de La Horqueta, tendría que desembolsar 1.750.000 dólares.

Todo está cerca
Otro factor relevante para medir la calidad de vida de La Horqueta es la facilidad con que se puede viajar al Centro. Casi 20 líneas de colectivos atraviesan este barrio, pero lo que más se mueve a la hora de viajar a la Ciudad son los servicios de charter Del Plata y La Horqueta Express que, durante casi todo el día, hacen su recorrido.

“Si no hay tránsito, en 20 minutos estás en pleno centro”, afirman los vecinos, aunque también admiten que “en las rush hour -horas pico para los humildes- se tarda una hora y media. Y cuando hay piquetes... todo el día”.

Eso sí, adentro de la jurisdicción, no se puede conducir a alta velocidad, porque entre los lomos de burro, las calles adoquinadas, y otras que tienen una gran cantidad de baches, los conductores deben ser cautos para evitar destruir el tren delantero de los vehículos.

La fortaleza
Cada una o dos cuadras, hay una garita de seguridad privada. Casi como los centinelas de los castillos feudales, controlan, durante todo el día, que no ocurra ningún robo en la zona, pero de todos modos, los vecinos no están del todo tranquilos.

Hay una gran polémica con respecto al tema seguridad. Algunos afirman que ocurren asaltos, pero no en tanta cantidad como en el resto de los barrios. “Lo que sucede es que los medios magnifican cuando algo sucede en La Horqueta e, incluso, hay hechos que nos atribuyen, pero no sucedieron en el barrio, sino en los alrededores”, apuntan.

Otros vecinos, por el contario, sí se sienten inseguros. Por eso la Junta Vecinal de Acción La Horqueta, creada hace 26 años, está abocada a la cuestión. Eduardo Favelukes, ex presidente de la asociación, considera que “a La Horqueta entran a delinquir de otros barrios” y atribuye esto a la “publicidad que se hace del lugar. Se instaló un falso perfil de un barrio apetecible para el delito”.

Hasta el intendente Gustavo Posse colaboró a esta paranoia de inseguridad que tienen sus pobladores cuando, a principios de este año, intentó levantar un muro sobre la calle Uruguay, en el límite con la Villa Jardín de San Fernando. Esa zona es conocida por los vecinos de clase alta, irónicamente, como “La Horquilla”, porque es el límite entre La Horqueta y la villa. Por esto el triánguo es un refugio. Todos pueden entrar, pero solamente algunos pocos se pueden quedar a vivir.

 

 

Aquí mandan las divinas

 

Así como el público se renueva, las bellezas también. Algo así sucede en La Horqueta, barrio que albergó alguna vez a la despampanante Araceli González. Hoy, cuenta con figuras nacientes, como la lolita Brenda Asnicar, que se hizo famosísima en el mundo preadolescente con la tira Patito Feo, donde encarnaba a Antonella, líder de “las divinas”.

 

Es muy habitual cruzarse a Brenda, de 18 años recién cumplidos, paseando por el centro comercial. Obviamente, los chicos que salen del colegio Goethe la observan embobados como si fuera una esfinge. Pero ella, relajada, pasa frente a ellos como si nada sucediera.

 

“Hace 8 años que vivo acá”, contó la pequeña diva a 24CON La Revista, que la sorprendió mientras hacía jogging con un look muy deportivo: un minishort lila que hacía juego con los árboles de jacarandá del vecindario, una riñonera azul, en la que guarda su MP3, una chomba blanca y una muñequera que utiliza para secar el sudor de su rostro. Todo, marca Nike (sí, consiguió un buen canje). Mientras se despide, Brenda pide disculpas por la “facha”, pero es que no se puede estar producida todo el día.

 

Asimismo, el vecindario en el que antaño vivieron su romance Cecilia Roth y Fito Páez, tiene como pobladora a una de las hermanas Escudero, Silvina, que vive en un barrio cerrado de la zona junto a sus padres. Muchos integrantes de la farándula también eligen La Horqueta para pasar el verano, generalmente cuando  tienen que filmar, como hicieron Pablo Echarri y Nancy Duplaá. “Como los estudios están en Martínez, cerquita de acá, alquilan en la zona”, explican en la inmobiliaria Basavilbaso.

Otros famosos también se están animando a la compra de propiedades en el lugar. Uno de ellos es Carlitos Tévez, que adquirió la antigua mansión del productor televisivo Raúl Lecouna, ubicada sobre la calle Reclus, y la quiere tener lista para las próximas vacaciones.