Ingrid se confiesa: "En el campo montaba ovejas"

Una aparición rubia, blanca, cruza la calle y el mundo se detiene. Ingrid Grudke entra al hotel de Plaza San Martín del brazo de su asistente. Pasa y deja el halo de su perfume de siempre. Cualquier ojo femenino, acostumbrado a la imperfección ajena, encontraría un error, alguna grieta. Pero en Grudke eso es imposible. Nada es fruto de la intervención. La modelo, de más de un metro setenta y cinco de altura, es perfecta. Las piernas cortan el aliento, las curvas atentan contra la tranquilidad. Debe ser por eso que E! Entertainment la eligió para ser una de las Reinas del Glamour, que se estrena el 30 de agosto.

–¿Hace cuánto que empezó como modelo?
–Va a hacer 16 años. Al principio sólo lo hacía por diversión, quería conocer Buenos Aires. Yo soy de Oberá, Misiones. En el viaje de egresadas a Bariloche me eligieron para participar del certamen de belleza del turismo estudiantil. Tuve una mención especial. Éramos muchísimas participantes.


–¿Y las otras chicas eran de su nivel?
–Eran impresionantes. Y volviendo a Oberá me dijeron que debía ser la reina de los estudiantes por mi ciudad. Me presenté para mi colegio y después a nivel provincial. Al año siguiente estaba haciendo la Facultad de Diseño Gráfico y ahí salí Reina de los Inmigrantes. Viajé por todo el país; a fiestas populares y salí reina de reinas. Me pasé un año y medio con dos coronas (risas).


–¿Y cómo empezó en esto?
–Estaba en una discoteca en Misiones con un grupo de amigas, y había un cazatalentos.


–¿Y su familia no le tuvo miedo a ese mundo?
–Mucho. Para ellos era un gran misterio ser modelo. Estaban repletos de dudas, y sobre todo por la falta de información que había. Pero la confianza de ellos y mi educación, me salvaron; y tuve amigas que me acompañaron. Eso ayudó.


–¿Le dio miedo?
–En absoluto porque me conozco muy bien. Mi mamá tenía los miedos típicos por las drogas y la prostitución. Todos esos mitos que hay alrededor de la moda. Existen, pero depende de cada uno. A mí no me interesaba ser modelo; en ese momento fue un juego para mí. Fue la opción para que viniera a Buenos Aires. Después hice un casting y viajé a Barcelona. Ahí sí me di cuenta de lo que era ser modelo. Estuve cuatro meses y medio sola. Había salido del campo, del medio de una selva porque mi papá es productor de mate y té, totalmente campechano.


–Tuvo una infancia diferente a la de las otras modelos.
–Sí, caminaba seis kilómetros para ir al colegio. Iba a una escuela rural, y mis compañeritos eran los hijos de los peones de casa, de los vecinos. Era una vida muy tranquila, en el medio de la selva, rodeada de animales. Llegué a tener 14 perros, gatos, gallinas.


–¿Era varonera?
–No les tenía miedo a los desafíos. Era muy rea, avanzaba, jugaba con mis primos que tenían mi edad. Sólo tenía una amiga mujer, que era mi vecina. En el campo te divertís de otra manera. Montábamos ovejas.


–¿Se puede?
–Era difícil, pero era algo divertido. Si fuera chica otra vez, elegiría esa misma infancia. Aprendí a valorar la naturaleza. Hay cosas que me quedan del campo hoy en día.


–Después de tantos años, ¿le sigue encontrando atractivo a la profesión de modelo?
–Sí. Para mí, ser modelo es ser una vendedora de lujo. Seducimos al público para que compre lo que vendemos. Yo creo que me mantengo porque siempre valoré y respeté este trabajo. Al principio fue una forma de sobrevivir. Después descubrí mi pasión.


–¿Participaría de Bailando por un sueño?
–Ese tipo de peleas no me gustan. No me tienta. Soy muy respetuosa y me gusta la armonía. Creo que se pueden lograr grandes trabajos sin la confrontación, sin las peleas. No me gusta competir con nadie. No sé lo que es la envidia, no la conozco. Me educaron así. Sé lo que es el respeto al ser humano.


Fuente: Diario panorama


17 de agosto de 2010

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