Horacio Lalia, el arte en viñetas
El historietista de Ramos Mejía trabajó con Breccia y Oesterheld, y publicó en las grandes revistas del período de oro del género. Desde el estudio de su casa, donde da clases, habla de su arte.
Horacio Lalia nació en Flores, pero hace 60 años vive y desarrolla su trabajo en la misma casa de Ramos Mejía, que construyó su padre en 1949. Desde allí, desarrolló una extensa carrera de historietista, en la que se dio el lujo de trabajar junto a grandes del género como Eugenio Zoppi, Alberto Breccia y hasta Héctor Oesterheld.
Su formación al lado de estos tres referentes de su arte le permitió publicar en Estados Unidos y Europa, y dibujar para las revistas de historieta Misterix, Hora Cero, Columba y Record, íconos de este arte en su época de gloria. En la última, le dio vida a uno de sus mejores personajes: Nekrodamus, un demonio que se quería redimir.
A los 68 años, Lalia continúa trabajando de lo que ama. Hoy su especialidad es la adaptación a la historieta de clásicos literarios de terror, como “Los ojos de la pantera” de Ambrose Bierce, que salió a la calle en marzo. Pero, para no encasillarse, ya tiene otros muchos proyectos en marcha, que incluyen la adaptación de cuentos de vampiros, de aventura y fantasía – “El retrato de Dorian Gray”, “De la tierra a la luna”, “Dr. Jeckyl y Mister Hyde”, entre otros – policiales negros y hasta el relanzamiento de su personaje Krans, un íncubo que viene del pasado a arreglar el presente.
Además, como todo buen maestro, da clases de dibujo para historieta en su casa, donde chicos y no tan chicos aprenden a desarrollar un arte que nunca pasa de moda.
¿Cuándo fue su primer acercamiento a la historieta?
De chico siempre me gusto dibujar. A los 9 años ya hacía mis historietas, tenía un personajito y con él contaba cosas. Había ido a un profesor de dibujo artístico en Ramos durante unos meses, pero no tenía mucho que ver con lo mío. Mi acercamiento a este trabajo fue a los 17 años, cuando por medio de un amigo conocí a un profesional de la zona, Eugenio Zoppi, que trabajaba en la revista Misterix. Empecé a trabajar con él, y a los dos meses conocí a su concuñado, que era Alberto Breccia, también de la zona. Justo se dio la casualidad de que a Breccia se le había ido el ayudante, entonces con Zoppi me empezaron a compartir. Además, Breccia era profesor de la Escuela Panamericana de Arte, así que hice todo el curso de historieta y me recibí con él.
¿Y cuándo empezó a trabajar para revistas?
En 1964 empecé a publicar en al revista Hora Cero, que en ese momento era importante. Aunque quizás no se la reconocía tanto como ahora que ya no existe, porque en esa época había muchas publicaciones. Los historietistas proponíamos nuestros dibujos al editor, y si le gustaba nos tomaba. Lamentablemente, enganché sólo los últimos dos números de la revista, porque estaba cerrando. Yo no lo sabía, me enteré la segunda vez que fui por medio del director, que era Héctor Oesterheld.
¿Cómo conoció a Oesterheld?
Fue en el ’58, en el estudio de Brescia, porque él iba a visitarlo. Los dos ya tenían un personaje juntos, Sherlock Time, y en ese momento estaban armando Mort Cinder. Los que conocen la historieta argentina, la conocen a través de El Eternauta, con Oesterheld y Solano López. El golpe original fue crear una historieta de ciencia ficción que no venía de afuera: sucedía acá en Buenos Aires. Oesterheld era un gran guionista. Con Hora Cero hizo un quiebre en la forma de trabajar y de contar historias, sobre todo en la forma de personificar al héroe, al que humanizó mucho. Lamentablemente le tuvo que pasar lo que le pasó para entrar en la posteridad de una forma distinta a otros, que tuvieron jerarquía pero nadie se acordó de ellos.
¿Después publicó en Europa?
Cuando cerró Hora Cero trabajé en Columba, y en el ‘73 entré en Record. Como uno de los dueños era italiano, hacían una coproducción y el material salía en Italia. También trabajé para ingleses y escoceses. Tuve la suerte de que mi material se publicara en prácticamente toda Europa y en las colonias que tenían en ese momento. Cuando terminó Record empecé a trabajar directamente para Italia, haciendo historietas basadas en la literatura de terror, sobre todo de Lovecraft y Poe. Mi esposa me ayudaba en las adaptaciones y yo hacía la parte gráfica.
Usted habla de que todas las publicaciones importantes de historieta en argentina fueron cerrando. ¿Por qué decayó este arte si antes fue muy popular?
A principios de los ‘60 se empezó a decir que la historieta desaparecía. Fue un poco por la televisión, y también pasó que era tan popular, con tantas publicaciones y tantas editoriales, que se debía haber convertido en una industria. Cosa que nunca pasó. Si se hubiera hecho una industria, hoy no estaríamos como estamos. En ese momento teníamos todo para hacerlo.
Después la historieta se convirtió en un elemento de culto…
Eso empezó a pasar a partir de los ’90, cuando se empezaron a colar en el mercado el Manga y los superhéroes norteamericanos. Las publicaciones de acá terminaron con las dos editoriales más importantes, Columba y Record, que cerraron alrededor del ’96. Hasta entonces, veníamos en bajada. Como había muchos profesionales que ya estaban trabajando para el exterior, no sufrieron tanto el golpe como a los chicos que recién empezaban a trabajar.
¿En su familia hay otros artistas?
No tengo antecesores que se hayan dedicado a ramas artísticas. Tengo dos hijas, la mayor esta casada y me dio dos nietos, de 11 y 9 años. Ella tiene una tendencia a hacer artesanías y manualidades, pero no se dedicó a eso. En cambio mis nietos sí, sobre todo el más grande, que es una barbaridad. Dice que quiere ser dibujante, y realmente dibuja muy bien. Quiere decir que los genes se los pasé a ellos.
¿Le gustaría que siga su legado?
Quiero que estudie y que pueda hacer las cosas que yo no pude hacer. Que haga un secundario con orientación al arte, y al terminar que entre en una escuela de arte. En el ’50, cuando a mi padre le dijeron que yo tenía inclinación artística, me llevó a la Escuela Nacional de Cerámica (se ríe). Estaba bien, pero no era lo que yo quería, que era dibujar. Igual la hice tres años, pero cuando quise pasar a la Belgrano, preparatoria de Bellas Artes, no me daban las equivalencias. Entonces me tuve que quedar dando vueltas, trabajando en algunos talleres con las cosas de cerámica que había aprendido, hasta que por suerte conocí a Zoppi.
¿Cuándo empezó con la escuela de historieta?
Hace 20 o 25 años ya me venían proponiendo dar clases desde la Asociación de Dibujantes. Pero no quería entrar en eso, porque tenía miedo de no saber orientar a los chicos. Más que enseñar, en dibujo se orienta. Y el temor mío era el tema de la comunicación: si vos sabés, pero no podés explicar ni transmitir lo que sabés como corresponde, no sirve. Además, yo no soy docente recibido, lo hago por experiencia de trabajo. Hasta que en el ‘93 surgió la posibilidad en Ramos, por medio de gente que tenía un taller de arte. El hijo del dueño me estaba enseñando guitarra y me lo propuso. Aún así, estuve como dos años para decidirme. Trabajé con ellos y, cuando cerraron, me traje a los alumnos a casa. A partir de ahí me di cuenta de que podía, y fui aprendiendo de los chicos también.
¿Cuántos alumnos tiene ahora?
Ahora estoy en 16, pero siempre tuve más de 20. Por suerte, de acá salio gente que ya está trabajando profesionalmente. Y yo me siento satisfecho por eso, porque quiere decir que les enseñé bien. Para aprender no es necesario que sean dibujantes, pero mínimamente tienen que tener una condición. Yo siempre lo comparo con el fútbol: un jugador tiene que tener condiciones. Y si un chico no tiene condiciones para dibujar, se hace muy difícil. Puede tener mayor o menor facilidad, para poder despegar a partir de ahí. Y así orientarlo para que vaya sacando su línea, su mancha y su dibujo.
¿Se puede aprender a cualquier edad?
Tengo dos alumnos 40 años, pero en realidad ellos ya se sienten grandes. Aunque ya están maduros en el estudio como para empezar a producir, y todavía no se animan. A los de 17 te das cuenta que les falta, que no son tan aplicados. Son los de 20 o 30 y pico los que empiezan a pensar más en que esto les puede llegar a servir como un oficio. Aunque todo es cuestión de tener la pasión por el trabajo. Hay muchos a los que Dios les dio una gran capacidad y no la saben aprovechar. Como pueden hacer todo bien porque tienen facilidad, no lo hacen. En cambio, veo a otros que no tienen esa facilidad, pero aplican el “me caigo y me levanto”. En esos confío más, porque saben que lo que tienen no es demasiado y tienen que irlo adquiriendo trabajando.
¿En al historieta es más importante el dibujo o la historia?
Yo creo que un buen guión se puede arruinar con un mal dibujo, y un guión regular se puede levantar con un buen dibujo. En historieta, cuando una persona agarra una revista, lo primero que mira no es la historia, sino el dibujo. Si le gusta, la lee. Por ahí después dice que la historia es buena, pero le entró por los ojos. Si ve un dibujo que no es lindo, pasa de largo, y se pierde de la historia.
¿Cómo ve hoy el futuro de este arte en el país?
En la década del ‘90 entró mucho el Manga, y los chicos se empezaron a olvidar de las grandes publicaciones de acá. Los que venían a mi escuela tenían la tendencia de dibujar todo como los japoneses. Yo les aclaraba que íbamos a trabajar con un dibujo clásico, que no tenía nada que ver con el Manga. Si les preguntabas de historietistas argentinos, conocían algo, pero de lo japonés y los superhéroes norteamericanos se sabían todo. Hasta que, hace unos dos años, esto se empezó a revertir un poco, por las republicaciones nacionales de lo que sacaron los argentinos en el exterior. El público está, sobre todo en los grandes, de 30 años para arriba, que son los que se acuerdan de lo nacional. De ahí para abajo, hay que inculcárselo. Va a ser muy difícil que se pueda volver a la década de oro del ‘50. Pero la historieta no va a desaparecer. Va mutando, cambiando, podremos tener algo diferente. No hay un género determinado que sea mejor que otro. Si está bien escrito y bien dibujado, la gente lo lee.