Un sobreviviente ahora trabaja en la municipalidad

Recibió dos balazos de la policía. Vivió en una quinta por el programa de "protección de testigos" y perdió a un hijo por el trauma. Su historia.

Por Federico Trofelli

para Tiempo Argentino

 

Tímido y de pocas palabras, Joaquín Romero, el sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez, aún recuerda los escopetazos de La Bonaerense. "Todavía siento cómo los perdigonazos pasaban por mi cabeza y daban en la chatarra que estaba a un costado." Hace dos años, poco después del mediodía del 3 de febrero de 2011, el joven –entonces de 19 años y hoy de 21– escapaba de la represión policial y los balazos que terminaron por alcanzarlo a la altura del pecho y del estómago, ambos por la espalda. Sus dos amigos de toda la vida, Mauricio "El Pela" Ramos, de 17, y Franco Almirón, de 16, murieron también intentando huir: el primero falleció antes de llegar al Hospital Belgrano; el segundo, unas horas después.

Una de las balas le perforó el pulmón y salió de lado a lado. La otra, se incrustó en los intestinos. Mientras Romero permanecía internado –donde estuvo 15 días– en el hospital municipal Dr. Diego Thompson, su familia le pedía a los investigadores de la masacre que quitaran al policía que le habían puesto de consigna en la puerta de su casa. Luego, el hombre de La Bonaerense fue remplazado por un gendarme.


Además de víctima, Romero fue considerado como uno de los testigos clave del caso y gracias a su declaración, el oficial subinspector Gustavo Ezequiel Vega fue identificado como uno de los dos policías que disparó a mansalva contra los chicos y aún está preso.

–¿Tenías miedo después de haber sido baleado?

–Me llegaban comentarios de que me querían matar. Había reconocido a Vega cuando se separó del montón de policías que estaban detrás del tren descarrilado y comenzó a dispararnos. No me dio ni tiempo a darme vuelta. Yo iba a esconderme detrás de unos postes y lo vi cuando me apuntó y me tiró. Estaba muy cerca. Por eso me incorporaron al programa de protección de testigos y toda mi familia fue aislada en una casaquinta.

Romero estuvo poco tiempo allí. A la semana, uno de sus hermanos adolescentes no aguantó estar distanciado de su novia y volvió al barrio. Después le siguió su madre y el resto de sus hermanos.

–Y abandonaste el programa…


–Cuando mi hermano rompió "el cerco", nos quedamos solos con mi mujer. No aguantábamos más. Estábamos re bien, era una quinta gigante pero mi señora lloraba mucho y extrañaba, así que volvimos.
De vuelta en La Cárcova, el joven intentó empezar de nuevo pero ya nada era igual. Y el destino le aguardaba otra mala jugada: su mujer, Karen, una morocha del barrio, fue internada. Por el estrés y la tensión de esos días, el hijo de ambos, que ya lo llevaba en su vientre al momento de la masacre, nació sietemesino. El bebé apenas pudo aguantar 20 días en el Hospital Eva Perón y murió. Unos meses más tarde, la pareja tenía una nueva chance.

–¿Cómo tomaste esta nueva oportunidad?

–Después de todo lo que pasó estaba muy deprimido. Me tiraba para estar en la calle todo el día pero cuando ella volvió a quedar embarazada me empecé a rescatar. Ahora casi ni salgo, prefiero estar más tiempo con mi familia.

–¿Cómo recordás a tus amigos?

–Nosotros parábamos juntos, los conocía de chiquitos a los dos. Con El Pela éramos más que amigos, casi hermanos. Cuando vivía con mi mamá, él se quedaba a dormir. Los tres íbamos juntos a la quema. De lunes a viernes. Todavía me acuerdo cuando el Pela pasaba a la tarde en bicicleta y tocaba un silbato para avisarle a los vecinos que estaban por abrir el Ceamse.

"Joaco", como lo llaman en la villa La Cárcova, se crió en el barrio "desde que era todo campo y había algunas montañas de coches abandonados. También había como una laguna, es que estamos al borde del río Reconquista", explica sentado en la improvisada vereda de su casa sobre la calle Costanera, una de las pocas cuadras asfaltadas del lugar, casi en la esquina de 1º de Mayo. La vista desde acá es basura, los restos de algún auto quemado, agua contaminada y del otro lado del río más casas precarias.

Los tres pibes, al igual que muchas familias de La Cárcova, el día de la masacre iban a hacer lo de siempre. En bicicleta y con carritos, recorrían unas 20 cuadras y se agolpaban en las puertas del predio del Ceamse, hasta que las autoridades los dejaban pasar. Después, "rescatábamos lo que podíamos. A veces volvía con salchichas, alfajores, fideos, toda esa gilada. Todo lo que juntaba se lo daba a 'La Toti' –su madre– para que vendiera en el barrio lo que servía", cuenta.
El relato de Romero se interrumpe cuando aparece por la esquina, en brazos de Karen, Tiziano, el bebé de ocho meses de la joven pareja. Peinado a lo punk y con gafas de sol, se compra todas las miradas y atenciones.

–¿Volviste a la quema?

–Sí, porque me costaba encontrar trabajo y tenía que hacer algo. Pero me costaba mucho armar las bolsas, nunca quedé bien después de las operaciones. Me dolía mucho. Una vez, vomité sangre por el esfuerzo. Por suerte, los otros pibes de la quema que saben lo que me pasó me ayudaban a cargar la bolsa.

Poco después de la masacre, el Ministerio de Seguridad de Nación ordenó a Gendarmería patrullar las calles del barrio. Al principio los vecinos estaban conformes, hasta que se registraron una serie de abusos y maltratos con los pibes del lugar. Ahora, los gendarmes prefieren aguardar en las afueras y no intervienen en los tiroteos.

"La Gendarmería asimiló rápidamente las prácticas de La Bonaerense y mientras arregla con los transas y el crimen organizado, estigmatiza a los pibes pobres del barrio", le dice a Tiempo Argentino uno de los militantes que trabaja en el barrio hace una década, aproximadamente.


En el último invierno, Joaco volvió a ser víctima. Esta vez, de Gendarmería. "Hacía mucho frío, iba para mi casa cuando me pararon unos gendarmes. Como andaba sin documentos me llevaron detenido a un galpón de TBA. Me sacaron las medias, las zapatillas, el buzo y la remera. Estaba solo, tenía miedo. Casi me desnudaron. No les podía decir nada porque me cagaban a palos. Así me tuvieron ocho horas, desde las 12 a las 8. Después, me llevaron a la Comisaría 4ª, donde me pidieron plata para dejarme ir", denuncia Romero.


De a poco, su suerte comenzó a cambiar. Gracias a las gestiones de Julián Ríos, un dirigente del Movimiento Evita del barrio, el joven ingresó a trabajar en Tecnópolis, donde "cuidaba los tanques de guerra y le informaba a la gente que pasaba por ahí, como una especie de guía", aclara el sobreviviente.

Con la plata que ganó, pudo "adornar su casa" y comprar algunas cosas para la de su madre.
Ahora, trabaja como administrativo en la municipalidad de San Martín, donde realiza trámites en Tribunales y ayuda con el papeleo. "Estoy esperando cobrar la indemnización para poder irme a vivir afuera del barrio con mi familia", concluye.

 

 

 

 

3 de octubre de 2013

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