Oscar Bugliolo: "Lo único que quiero es justicia"

Desde que denunció que su hija falleció por mala práxis su vida se convirtió en un calvario. Molieron a palos y quisieron secuestrar a su hijo, le gatillaron en la cabeza a su hija, amenazaron varias veces de muerte a él y su esposa y hasta le dejaron una bomba en su casa. Conocé qué le dijo Walter Navarro, el enfermero asesinado.

Por Guillermo Zanetto / Ivan Rodriguez Alauzet

Lentes a media nariz. Un tanto caídos. El armazón insiste en bajar y él, en levantarlo. La situación emula el andar y la energía que le resta a Oscar Bugliolo, el hombre que tiró de la piola del ovillo mafioso que hoy se deshilacha en Malvinas Argentinas.

El 9 de septiembre de 2004 recibió a su hija (de las mayores entre los 12 que tiene) “desarmada”, como contó a este medio. Gisela, de 23 años, entró con un embarazo normal al Hospital Central de Pediatría Claudio Zin para dar a luz a una chiquita que nació sin mayores complicaciones. La madre sufrió lo peor: “Le dejaron placenta adentro y murió”, relató Bugliolo.

 

No se quedó quieto. Sospechó desde un principio que algo raro ocurría dentro del nosocomio. Y los hechos no indicaron lo contrario. El expediente de Gisela desapareció repentinamente durante horas y nunca le respondieron las causas del fallecimiento. Bugliolo se armó de papeles, nombres y fechas y colapsó algún escritorio de la UFI 4 de San Martín, a cargo de Fernando Domínguez.

De pronto se activó la maquinaria. “Cariglino en persona me ofreció una concejalía”, relató a este medio. Pero Oscar no buscaba un acomodo, “quería y quiero justicia”, dijo. Dio el portazo y siguió con su cometido. Lo peor estaba por llegar, porque, en palabras de una amenaza que recibió, y tal como hizo figurar en el escrito de las denuncias, “el único poronga (en Malvinas) es el Intendente”.

Según consta en un acta del Ministerio Público del Poder Judicial de la Nación, a principios de 2005 Bugliolo sufrió actos delictivos con todas las letras del abecedario.

En forma textual: ataques a su casa mediante armas de fuego, insultos verbales a su mujer (Graciela Colque) en la calle, tres gatillazos sin proyectil en la cabeza de una de sus hijas y el secuestro y posterior liberación de su hijo Eduardo, quien apareció brutalmente golpeado y desnudo en la calle. El mismo chico sufrió un intento de secuestro el miércoles 5 de septiembre a 70 metros de su casa (en la intersección de Areguati y Soldado Baigorria, Grand Bourg), cuando los hechos de mala praxis ya estaban en boga de todo el país.

La foto del elemento de artillería que apareció en su casa y la de Ledesma

Una mañana de agosto Bugliolo salió a comprar facturas pero estuvo obligado a desayunar otra clase de vigilante. En la ventana de su casa (Baigorria 1886), inerte pero cargado y esperando que lo gatillen, yacía un cartucho de artillería anti aérea. El proyectil estaba envuelto y poseía unos cables pegados con cinta. La pericia de Alberto Aníbal Giménez (fechada el 12 de agosto de 2012), perteneciente a la Delegación de Explosivos de San Martín, indicó que el artefacto “estaba en buen estado”, que era de “manufacturación argentina” y que es empleada para “derribar blancos aéreos”. Pero que no podía ser estallado en forma manual porque no estaba modificado para tales fines.

El resultado dejó una duda: ¿De dónde proviene una bala militar en excelente estado y lista para ser utilizada sino es de las propias fuerzas? Ellos apuntan a los viejos Polvorines que funcionaron en el centro del distrito años atrás, donde hoy se establecen varias dependencias municipales.

Con más de 147 víctimas que los respaldaban, Bugliolo se metió hasta el fondo del misterioso charco que inunda el municipio. Hizo caso a su instinto y, cuatro meses atrás, se cargó la falsa identidad de remisero para comenzar a trabajar en la agencia que funciona en el Eva Perón. Quería buscar data que lo acerque a la verdad. Allí conoció a Walter Navarro, el remisero asesinado la semana pasada, y comenzaron una suerte de amistad distanciada. Navarro no sólo tenía los datos que Bugliolo necesitaba para atar cabos sueltos, también tenía bronca por el funcionamiento del hospital, y miedo.

 


“Lo llevé un par de veces –confesó el padre de Gisela- y me dijo algunas cosas pero no llegó a darme todo lo que necesitaba”. Antes de poder deschavar el funcionamiento del lugar, el enfermero, que según su hijastro ya había declarado en la causa en el marco de la reconstrucción de los hechos del 5 de junio, “donde había aportado datos sobre los negocios que hay detrás de la salud en Malvinas Argentinas", se topó de cara con la mafia.

Como si fueran hermanos de toda la vida, un hombre que no conocía se le acercó en la noche del 4 de septiembre y le dio un abrazo poco amistoso. En pocos segundos le disparó en la axila. Los responsables escaparon en un Citroen C3. Navarro, al igual que Bugliolo, sabía demasiado.

 

 

 

13 de septiembre de 2012

 

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