El secreto del éxito de Les Luthiers es de Ciudad Evita

Es, hace 15 años, la mente creativa detrás de los graciosos aparatos del grupo cómico. "Todo tiene música para mí", dijo a 24CON.

Por Leticia Leibelt

Hasta a él le cuesta definirse. “No soy sólo un luthier, soy un buscador, un creador. En la antigüedad, cuando no había profesiones ni universidades, a las personas que se destacaban en algo las llamaban ‘constructores de objetos maravillosos’. Ese término me gusta”, dice.

Hugo Domínguez asumió la genial y ardua tarea de realizar los delirantes instrumentos que el grupo Les Luthiers toca en sus espectáculos de humor. Lo hizo en 1997, dos años después de la muerte de su antecesor, Carlos Iraldi. Desde entonces, su casa y taller de Ciudad Evita se convirtió en el refugio de estas obras de arte, que despiertan sorpresa y carcajadas en cada función del quinteto.   

“Un día, pasé por el taller de acrílicos de un amigo y me comentó que había fallecido el luthier del grupo. Llamé en ese mismo momento a la producción y me dijeron que tenía que presentar una carta. Al día siguiente la presenté y diez meses después me convocaron, cuando ya no tenía ninguna esperanza”, recuerda a 24CON sobre esa época. 


Hugo mostró sus proyectos junto con otros postulantes, y eso lo llevó a descubrir una faceta desconocida de su personalidad: resultó ser “extremadamente competitivo”. Pero le sirvió, porque lo eligieron, a pesar de que los diseños de sus instrumentos los envió en un insulso fax.

“Ahora ellos me dicen: ‘Huguito, pensar que en la presentación todos te pasaban por arriba, porque habían mandado planos increíbles, pero había algo en esas hojitas desprolijas que nos hacía volver siempre a vos’”, asegura sobre los comentarios que le siguen haciendo, 15 años después, los inigualables Marcos Mundstock, Jorge Maronna, Carlos López Puccio, Carlos Núñez Cortés y Daniel Rabinovich.

El proyecto que terminó de convencerlos se llamaba “duchafón”. “Una vez que entré a la ducha, las primeras gotitas que cayeron sobre la rejilla hicieron un sonido que me llamó la atención. Salí del baño con la imagen del instrumento en mi cabeza”, cuenta Hugo. Después, fue rebautizado “desafinaducha” por el grupo. “Yo hago algo y ellos le ponen el nombre, siempre es así”, aclara. 

La “desafinaducha” les sirvió a los humoristas para idear todo un cuadro musical llamado “Loas al cuarto de baño (obra sanitaria)”, para la que el luthier tuvo que construir también el “nomeolbidet”, donde un bidet es usado como caja de resonancia de las cuerdas. Junto con el “lidodoro” y el “calefone”, forman el cuarteto (o cuartito) de baño que es un clásico del grupo.

“Es un desafío equiparar mis trabajos con el verdadero espíritu de Les Luthiers, que es el humor. Hay que poner todo al servicio de ese humor”, destaca, y señala que hoy lo une “una relación humana, intelectual y profesional muy buena” con el quinteto. De hecho, está por encarar su tercer viaje invitado por ellos, que lo llevará a España junto a su mujer, para formar parte de la gira del espectáculo “Lutherapia” (uno de los antecesores de "Chist!", el que ahora presenta sus últimas funciones en el Gran Rex).

Las “prótesis”

“Nací curioso y me voy a morir curioso. Desde chico, siempre inspeccioné todo lo que me intereso y entré a trabajar en los lugares que me propuse. Mi viejo cantaba, así que siempre estuve sobre el escenario”, asegura Hugo. Ese afán de explorar cosas nuevas lo llevó a construir a los 12 años su propio trasmisor de radioaficionado, con el que hasta se comunicó con gente de la Antártida.


De grande, construyó el museo de ciencia y tecnología más grande de Argentina, el “Abremate” de Lanús, y ahora quiere hacer otro en su Matanza natal. Como si fuera poco, realiza objetos para artistas plásticos y se propone llevar a cabo las primeras “esculturas cinéticas” del país.
“Busco en la filosofía, el arte, la tecnología, y absorbo todo lo que me gusta. Eso me llevó por distintos caminos, y uno de ellos fue la música y el sonido, que me apasionan”, señala el hombre de 65 años, que también toca la tuba en la Caoba Jazz Band y creó para sí mismo un contrabajo con un fuentón de zinc.

Hugo se encarga de “todo lo que va arriba del escenario” en las obras de Les Luthiers, incluida la escenografía. “Yo diseño y, a la hora de construir, muchas cosas las hago y otras las delego a ayudantes, que conozco desde hace años”, explica. Además, realizó parte del museo itinerante por el 40º aniversario del grupo, con el que viajó para armarlo en cada locación.

“Pienso que el instrumento primordial es la voz y, el que no es genial en ese aspecto, tiene que usar una prótesis, que es el instrumento. Yo hago sonar cualquier instrumento, pero tocar es algo mucho más serio”, define.

En cuanto a sus disparadores creativos, no parece tener un método muy concreto. “Se da más bien por la práctica, por el entrenamiento. Es una tarea continua de mirar, aprender, en la calle, en Internet, en todos lados. Está incorporado dentro de mí el aprovechar esos caminos. Se tarda un microsegundo en que aparezca una idea y años para concretarla. Igual, cuando se me ocurre algo, lo quiero ya, tengo mucha ansiedad”, sostiene.

Resignificar el mundo

Con el tiempo, el luthier le pudo poner nombre a eso tan especial que hacía con los objetos. Se lo dijo un chico joven, que sabía de arte y conocía la obra “Fuente” de Marcel Duchamp, que es un mingitorio dado vuelta. “Él resignificó el mingitorio, vos resignificaste el bidet”, le dijo, mirando el “nomeolbidet”. “Resignificación. Esa es la palabra. Yo no sabía que hacia eso. Soy un innovador, no un inventor. Ya está todo inventado, lo que hago es darle un nuevo uso”, reflexiona él sobre ese encuentro.
Contrabajo realizado con un fuentón de zinc.

Así, el vecino de Ciudad Evita toma en sus manos el desafío de crear un instrumento a partir de algo cotidiano. “El mundo resuena a una frecuencia que varía de 12 a 17 pulsos por minuto. Hay sonido en todo. Cualquier cosa tiene música para mí pero, de ahí a que pueda ser un instrumento, hay un abismo. Yo intento que lo sea”, afirma.

Entre sus creaciones más asombrosas se encuentra el enorme “alambique encantador” del show "Los Premios Mastropiero", para el que se inspiró en un aparato que el ingeniero griego Herón diseñó en la antigüedad, “porque el rey le pidió algo que lo divirtiera”. Básicamente, es un instrumento que hace sonar botellas de plástico en el agua por acción del aire.

Otro muy singluar es el “bolarmonio”, con pelotas de básquet, cuya idea partió de un chico que ganó un concurso convocado por el grupo, y que después Hugo rediseño y construyó para que Les Luthiers lo pudiera tocar. 

“Antes de fabricar cualquier cosa, primero pienso siempre en el baúl donde se va a transportar, porque ahí tiene que entrar desarmado. Cuando viajan, ponen todo en un pallet enorme, lo meten en un agujero del avión y se van, sin problemas”, comenta sobre la logística. 

Hugo está agradecido de no contar con la capacidad llamada “oído absoluto”, porque cree que “es una tortura: el que lo tiene, puede distinguir cualquier nota pero, si no es según su esquema mental, sufre como un condenado. En ese aspecto, toco de oído”, bromea.

En algunos meses, el artista expondrá sus trabajos en Frankfurt, en una de las principales exposiciones de instrumentos de Europa. Aunque cuenta con su carnet de afiliado Nº 10 a la Asociación Argentina de Luthiers – de la que fue uno de los fundadores hace 10 años –  tiene la mente abierta y acepta las nuevas posibilidades que brindan los avances tecnológicos. “Se pueden hacer instrumentos artesanales y, al mismo tiempo, aplicar la tecnología a los materiales. Hay que aprovechar el aquí y ahora en todo sentido”, recomienda. A juzgar por el éxito de sus experiencias personales, el consejo no es para desaprovechar.   

 

 

 

 

 

 

 

 

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