Las mejores anécdotas del hombre récord argentino

Dio dos vueltas al mundo en su moto y contó todo su viaje en Ezeiza. 24CON estuvo presente y recrea los mejores momentos de la charla.

Por Leticia Leibelt
“El hombre está hecho para viajar. No tiene raíces, tiene alas”. Esa es la convicción de Emilio Scotto, el argentino que dio dos vueltas al mundo consecutivas en su Honda Goldwing 1100, apodada “La Princesa Negra”. Ese viaje de 10 años y 735 mil kilómetros revivió por algunas horas en Ezeiza, donde el osado motoquero brindó una conferencia en la que contó todos los secretos y aventuras de esa travesía por los 279 países del planeta. Es decir, todos y cada uno de ellos.

El encuentro – realizado en Paseo de la Patria 266 – permitió a los espectadores sentir por sí mismos la experiencia de Scotto, en un recorrido visual por una selección de sus 20 mil fotos, acompañado de su emocionante relato. Aunque el protagonista de la historia no es él, sino “El Colorado” o “Bubi”, como lo llamaban de chico: ese niño que nunca abandonó su sueño de ser viajero hasta cumplirlo. “Yo decía que quería dar la vuelta al mundo y mi mamá me contestaba: ‘¿Qué vuelta al mundo? ¡Mañana vas a la escuela!”, recuerda él.

Parte de esa historia está plasmada en su libro, “The Longest Ride”, en el que Antonio Banderas le escribió: “Honestamente, te envidio. Este también fue  mi sueño pero no pude realizarlo”, y  Muhammad Ali firmó: “Debés estar más loco que yo, por eso sabía que lo ibas a lograr”. Pero, la noche de la conferencia, Emilio presentó un libro más importante: El Guinness 2012, con su nombre en la tapa, que confirma sus 16 años seguidos de récord.

Su primer encuentro con la moto le permitió responder la pregunta “¿La vuelta al mundo en qué?”. El 14 de enero de 1985 se largó a explorar el globo en el sentido de las agujas del reloj. “Cuando me preguntan cuál fue el momento más emocionante, más decisivo del viaje, yo les digo que fue el primer kilómetro. El día que, sin conocimiento ni experiencia, pero con el corazón, me dije que tenía que intentarlo. Lo importante no es llegar, sino intentar”, reflexiona.

Años después se le sumó Mónica, con quien se casó en el Taj Majal, y quien “solamente” lo acompañó por 86 países. “Ella es la razón de mi vida, es la que me enseña que sin en amor nada vale la pena. Sacrificó su vida y se convirtió en la mujer aventurera para subirse a una moto, y todavía me sigue por los caminos del mundo”, se enorgullece.

Scotto pasó por el Machu Picchu, que pronto estará cerrado al  público; por una bella Colombia que todavía tenía carreteras de tierra; por Alemania Occidental, donde fue el único extranjero al que se le permitió cruzar el Muro de Berlín hacia Alemania Oriental, lugar en que, para él, “la Segunda Guerra Mundial estaba anclada en el tiempo”.

También fue por todo Africa, “el continente que sólo deja ver su alma a quienes saben dirigirse a ella”. Por Yemen, el país de los grandes constructores de palacios. Por el desierto del Sahara, que cruzó en 18 días con el aire a 50 grados, que le hacía arder los pulmones. Por el Ganges hindú,  con la gente quemando a sus muertos en las márgenes del río. Por Myanmar y sus “mujeres jirafa”, con sus cuellos estirados por 27 anillos dorados. Por Melanesia, con sus habitantes de pieles oscuras y cabellos rubios.  Y hasta por la estepa rusa y el Polo Norte.

El recorrido tiene tantas anécdotas como personas con las que se encontró en cada territorio. Por ejemplo, cuando en África le regalaron un cachorro de chita que llevó durante vario días en la moto, hasta que lo tuvo que regalar para seguir su camino. O cuando, en un desierto de Pakistán, tratando de escapar de los talibanes, tuvo un accidente y lo terminaron ayudando… los talibanes. Sin embargo, algunos episodios se destacan sobre todos los demás. Estas son las mejores anécdotas que surgieron durante su charla, que confirman que Emilio llegó mucho más lejos de lo que ese niño soñador imaginaba. 

Mercenarios sensibles

“El primer año de viaje, cuando llegué al Amazonas brasilero, me dijeron que no tenía forma de cruzar hacia el otro lado. Yo no me resigné y convencí a un capitán, que me subió a un barquito a través del río con los Garimpeiros, los buscadores de oro y diamantes. Están armados hasta los dientes y muchos son asesinos escapados de la ley. Entonces, antes de partir, los lugareños me advirtieron que nunca se me ocurra jugar a las cartas con ellos, porque cuando juegan se enojan, se tiran tiros y se cortan el cogote, no por el dinero sino por el orgullo.

En el séptimo día de viaje, se abrió una partida de cartas y me obligaron a sentarme a jugar. Gané nueve o diez partidas seguidas y se armó una situación terrible. Conocí todos los insultos en portugués que existen. Cuando quise devolver el dinero, se enojaron más y ya me querían cortar la cabeza. Uno decía que me iba a poner el revólver ‘por atrás’ y me iba a vaciar el cargador. Yo estaba convencido que de esa noche no pasaba.

Pero, cuando llegamos a Manaos, todos se bajaron y se fueron. Uno de ellos, un viejo, se acercó, me dio una carta y me pidió que la lea esa noche. Al abrirla, decía: ‘Te dejamos ganar para darte dinero para tu vuelta al mundo, pero queríamos hacerlo divirtiéndonos a  costa tuya. Nosotros, que no podemos salir de este infierno, sentimos que, si terminás el viaje, vamos a estar sentados en la moto con vos’”.

Balas perdidas

“En todo el viaje me dispararon dos veces, por suerte sin éxito. En Nicaragua, que en ese momento estaba en plena guerra, me accidenté al agarrar dos lomos de burro, y al levantarme del asfalto, sentí los tiros. Creían que me estaba escapando, que era de la CIA. Después vieron que era Argentino y, como nuestro país ayudaba Nicaragua, me dejaron ir. No podían creer que estuviera de turista en un país en guerra. La segunda vez fue en Somalia, que nos dispararon desde la altura a un grupo de seis vehículos que íbamos juntos. Nos podían haber matado a todos.

Además, estuve cerca de morir en Sierra Leona, África del Oeste, donde se practica canibalismo. No por hambre: es un rito de poder. Quizás zafé porque estaba muy flaco. Fue una situación muy fea. Por lo que supe después, se enojaron porque había entrado donde no debía”.

Un extraño invitado

“En Papúa Nueva Guinea, cada diez años sacan a sus muertos de la tierra y los llevan durante 30 días a sus casas para que vuelvan a convivir con ellos, hasta volverlos a enterrar. Yo estaba en una casa de familia donde tenían el cadáver del padre: tuve que contarle al muerto de mi viaje, le ponían la comida adelante y los hijos me decían ‘¿viste qué bien comió papá?’. La comida seguía ahí, pero ellos creen firmemente que cada diez años los muertos vuelven de la muerte”.

La sirvienta poderosa

“Fui el turista número 69 en la historia de Tubalú, una isla del Pacífico que tiene 150 metros de Este a Oeste y 25 minutos de viaje de Norte a Sur. No practican deportes porque no hay espacio: sólo el fútbol, en el aeropuerto internacional, que es de césped. Cuando viene un avión sacan los arcos, y después los vuelven a poner. Como tampoco hay hoteles, me alojé en la casa de una señora, Filomena. Una noche estaba cocinando con una amiga, y esa mujer me dio mi plato. Era muy hospitalaria, ‘si necesita algo me llama’, decía. Yo le pedía la sal, el agua, todo. Hasta que un japonés, que también estaba de viaje y comía con nosotros, me dijo: ‘¿Sabés quién es esa mujer que te trajo el plato? La primera dama, la esposa del presidente’”.

Santa Maradona

“Maradona fue el aire por el cual el mundo respiró triunfo. En Nápoles me llevaron hasta su casa, toqué el timbre y Claudia me miró por la ventana. Diego bajó, me abrió y me dijo “yo te vi en una entrevista” (en El Gráfico). Le conté que necesitaba un lugar donde quedarme y me contestó que, cuando él saliera para el aeropuerto – ese día le entregaban el  Balón de Oro –, me iba a mandar a su chofer.

Así fue, y el chofer me llevó a un hotel cinco estrellas, donde me dijo que Diego lo había autorizado a pagarme tres noches. Pero yo le dije: ‘En vez de tres noches acá, ¿por qué no me llevás a uno sin ninguna estrella donde me pueda quedar más tiempo’. Entonces, gracias a Diego, me quedé un hotel de estudiantes durante un mes.

Después estuve preso en Chad, que justo había terminado la guerra con Libia. Me habían recibido bien pero, cuando estaban revisando mis cosas en la frontera, dos soldados me encerraron en una habitación totalmente oscura. Me habían encontrado la visa de Libia y me acusaban de ser espía. Hasta que abrió la puerta un tipo vestido de negro, con sillas, comida y riéndose. Trajo una foto que yo tenía con Maradona, no del día que lo conocí en Nápoles, sino de una cena que había dado Raúl Alfonsín en Roma, donde me habían invitado y, de casualidad, me saqué la foto con él.


Entonces el tipo de Chad me pregunta: ‘¿Cómo no nos dijo que era amigo de Maradona? Acá los amigos de Maradona pueden hacer lo que quieran’. Pasé de ser el enemigo número uno a ser el rey”.

Kalib Scotto

“Para entrar a Qatar, tuve que aceptar la religión musulmana, ir a ver a un imán (un ministro de religión) y cambiarme el nombre. Yo puse una sola condición: no hacer ningún renunciamiento. Que aceptaran que me hiciera ‘también’ musulmán, porque en Israel iba a ser judío; en India, budista y en el Vaticano, católico. El imán se sorprendió, porque era una petición muy rara, pero me tomaron un examen de religión y yo venía de atravesar África, que es tres cuartas partes musulmán, así que lo pasé. Me pusieron de nombre ‘Kalib Sagai Shunami', que significa ‘el hombre que viaja durante la primera luz del día y la última de la noche en un camello’. Gracias a ese documento y al juramento, en el que acepté que ‘hay un solo Dios y Mohamed es su profeta’, pude entrar a todo el Golfo Pérsico”.   

El hilito de agua

“A fines de los ‘50, mi madre no nos podía llevar de vacaciones a mi hermanita  y a mí, así que dejaba que mi abuela nos llevara por tres meses a Alta Gracia, Córdoba, donde hay un lugar que se llama El Primer Paredón. Es una pared con un hilo de agua que cae a un agujero, un caminito de tierra y otra casa de piedra enfrente. Yo iba por el caminito y me sentaba en una roca, mirando el hilito que caía desde la pared a la fosa, y luego seguía su curso. Y me preguntaba adónde iba ese hilito de agua, hasta dónde podía llegar. Qué había más allá de donde yo no veía.

Este año participé del ‘Desafío Ruta 40’ – un viaje por tierra de Río Gallegos a La Quiaca – en una camioneta, y después fui a Córdoba invitado por un compañero de la carrera. Cuando llegamos a Alta Gracia, fui al Primer Paredón. Volví al camino de tierra, la casa de piedra (ya destruida) y la pared con el hilito de agua, que seguía allí. Me senté en la misma roca y me vi a mí mismo de chico, preguntándome: ‘¿Me trajiste algo?’. Cincuenta años después, le pude mostrar a ese niño dónde iba el hilito de agua: le llevé mis pasaportes, con los sellos de todos los países del mundo”. 

 

 

Notas relacionadas:

 

"Maradona me pagó un hotel y Khadafi me dio U$S 500 para la nafta"
Lo comparan con Marco Polo y Colón por dar dos vueltas al mundo en 10 años a bordo de su moto. Antes de contar su odisea en Ezeiza, habló con 24CON sobre su encuentro con Juan Pablo II, su boda en India y su experiencia cercana a la muerte.

¿Quiere recibir notificaciones?
Suscribite a nuestras notificaciones y recibí las noticias al instante