Cómo funciona el primer depósito de cadáveres NN

Fue creado por el Poder Judicial por la acumulación de cuerpos sin identificación que llegaban a la morgue.

Imagen ilustrativa.

Ese cadáver anónimo fue alguna vez alguien. Tuvo un nombre y, quizás, también un apodo. Fue hijo, aunque no se sabe si además padre o hermano. Tal vez su firma era cuidada y no un garabato apurado y haya registros de aquella rúbrica en contratos, órdenes de pagos o cheques perdidos. Pero ahora, apoyado sobre una de las cinco mesas de la sala de autopsia del Instituto de Medicina Forense de Córdoba, es sólo un trámite más. Como médico legista, Guillermo Fontaine –55 años y burócrata de la muerte desde el ,83– se limitará a cumplir con el protocolo: apertura del cráneo y fractura del tórax, abdomen y cuello. Luego, la toma de muestras de sangre, orina y tejido y el examen microscópico posterior. Por último, la trascripción de los resultados del laboratorio en un informe final.

Como titular del primer Banco de Datos de Cadáveres y Restos Cadavéricos No Identificados del país, en cambio, Fontaine tiene un trabajo mucho más trascendental por delante.

RESPETO Y DIGNIDAD

A los 20 días del mes de julio de 2010, y en el acuerdo reglamentario 1013, se aprobó la propuesta del Área de Servicios Judiciales del Poder Judicial de Córdoba relativa a la creación de un Banco de Datos de Cadáveres y Restos Cadavéricos No Identificados, título oficial de una apuesta que no tenía ningún antecedente en el país.

“Hubo un caso disparador. Era un hombre que apareció muerto en un camión y su cuerpo estaba en un avanzado estado de putrefacción. En la autopsia surgió que se trató de una muerte natural, pero el conflicto apareció cuando se analizaron sus huellas dactilares y se probó que no aparecían en ningún fichero de la policía o el Registro Civil. Si no hay huellas ni documentos el cuerpo no se puede enterrar. Esa situación nos hizo pensar en la necesidad de un banco de datos de cadáveres NN para facilitar su posterior identificación”, recuerda el licenciado Ricardo Rosemberg, director del Área de Servicios Judiciales y hacedor de la novedad.

Pero el proyecto de Rosemberg y su equipo también se apoyaba en fundamentos más prosaicos. La morgue de Córdoba cuenta con un total de 50 heladeras nichos destinadas a la conservación de los cuerpos que esperan sepultura. Sin embargo, por ley, al menos las dos terceras partes de esa capacidad deben estar disponibles por una eventual catástrofe. Enterrar los cadáveres NN, entonces, se convirtió en una urgencia.

“Cuando nosotros –continúa Rosemberg– pensamos esta idea coincidió con el caso del hijo del actor Antonio Grimau, al que se lo estaba buscando en Buenos Aires hacía unos días y que estaba en la morgue sin que se supiera su identidad. Un banco de datos a nivel nacional evitaría que sucedan estas cosas y si no existe todavía es porque nadie hizo el click que hicimos nosotros.”
En el frío texto de aquel acuerdo que reglamentaba al banco (pese a que se creó en 2010 recién a principio de este año comenzó a funcionar) se lee que su objetivo será recolectar, sistematizar y custodiar toda la información sobre cadáveres y restos humanos que no hayan podido ser reconocidos.

Pero el hombre que está al frente dice que la misión es otra. Muy lejos de lo que se pueda conseguir en un laboratorio.
“Una parte del espíritu de este trabajo es el respeto por el derecho a la identidad de las personas. La otra, tiene que ver con la dignidad, con la posibilidad de que estos cuerpos que no fueron retirados de la morgue reciban al fin sepultura”, remarca Fontaine, y el tono grave que utiliza es propio de alguien comprometido con su oficio.

De los 2000 cadáveres que ingresan al Instituto de Medicina Forense de Córdoba por año (se trata de personas que sufrieron una muerte sospechosa de criminalidad o violenta como un homicidio, accidente o suicidio) entre el 1 y 2% no son reclamados por nadie.
De estos ignorados, se ocupará el banco.

EL PROCESO.

“Lo primero que hacemos es registrar de forma sistematizada, en soporte papel e informático, todos los datos del cadáver para una eventual identificación cuando existan elementos para el cotejo”, detalla el especialista.

Este proceso incluye algo tan simple como tomarle una fotografía al cuerpo cuando ingresa. Si la data de muerte es reciente los rasgos se mantienen, favoreciendo la identificación de parte de los familiares. También se guardan imágenes de sus señas particulares, como tatuajes o cicatrices. Los objetos personales de poco valor (un cinturón, una pulsera de hilo) se desechan porque pueden contaminar el ambiente de trabajo. Una medalla o un reloj, en cambio, se conservan.

“El cuerpo –continúa Fontaine– será sepultado dentro de los 60 días en el cementerio San Vicente de la ciudad de Córdoba gracias a un convenio que existe con la municipalidad. El mismo poder judicial compra los cajones que serán enterrados en fosas individuales. Si después algún familiar aparece, sabe exactamente dónde buscar los restos de esa persona.”

Hoy el banco cuenta con 30 cadáveres que esperan recuperar su identidad; diez son de data de muerte reciente y 20 de antigua. Para este último grupo se pidió la colaboración de los que más saben sobre el asunto.

“En los casos de huesos interviene el Equipo Argentino de Antropología Forense. Aquí los datos, más que de identificación, son de aproximación y orientación. A través de restos óseos, se puede descubrir un rango de edad, la talla, la lateralidad o el grupo étnico de una persona”, resalta Rosemberg.

Por último, los resultados formarán un expediente que irá a un sobre sellado para resguardar su confidencialidad.

LOS HOMBRES QUE CREEN EN DIOS.

 Hace 23 años que Luis Mercado se gana la vida tajeando cuerpos rígidos. Pero el hombre, que también integra el banco de cadáveres NN, avisa que todavía la muerte es algo que lo perturba.

“El que pierde la sensibilidad está enfermo. Trabajar con cadáveres es nocivo, insalubre. Y el que no piensa así que se dedique a otra cosa porque sin dudas el trabajo lo afectó”, sentencia.
Mercado se define como católico pero aclara que no es muy bueno en eso de ofrendar su fe a la manera que impone la Iglesia. Sin embargo, se aferra a la promesa de un cielo. O por lo menos de algo parecido.

“Existe una cosa que nos trasciende y que el ser humano no está en condiciones de comprenderla”, asegura.
Fontaine, en cambio, se muestra impermeable y habla del feto que puso a descongelar para abrirlo con la misma naturalidad con que pregunta la hora. Recién se descubre una mueca en su rostro cuando recuerda el trauma del primer día.
“El cuerpo muerto huele a cloaca. A material putrefacto. Y eso me impresionó tanto que al principio llegaba a mi casa y no podía quitarme de encima ese olor.”

Pero Fontaine vio por primera vez un cadáver mucho antes, cuando tenía 16 años. Era el cuerpo maltratado de su madre por culpa de un accidente de tránsito. La experiencia, lejos de alejarlo de Dios, lo convenció de creer.
“Tengo mis dudas –confiesa– como todas las personas religiosas. Pero me guío por lo que dicen los evangelios y ellos hablan de una vida posterior a la muerte. Y  eso es lo que yo también pienso.”

 

Fuente: Tiempo Argentino

26 de junoi de 2011

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