Piruetas naturales en las costas patagónicas

La playa El Doradillo, cerca de Puerto Madryn, es uno de los pocos sitios donde se pueden ver ballenas desde la costa.

En el camino hacia Península Valdés, 19 km al norte de Puerto Madryn, el viento silbador de la Patagonia y el mar, que arrastra el canto rodado en cada embestida sobre las playas, son parte de una orquesta de sonidos que domina el paisaje de la Reserva Natural El Doradillo, junto al Golfo Nuevo, en Chubut.Pero un fuerte soplido, parecido al de un artefacto que libera vapor a presión, se convierte en verdadera música: precede al inesperado salto de una ballena franca austral, que se sumerge de cabeza y deja la cola sobre la superficie durante algunos segundos, anunciando que llegó la hora de las piruetas.

Este bello paraje, agreste y carente de infraestructura, tiene el mérito de ser uno de los pocos lugares de la Patagonia –y hasta del resto del mundo– que permite observar ballenas desde la costa y a corta distancia, gracias a un declive abrupto de la playa hacia el fondo del mar. Esa característica se da en todas las playas del golfo, aunque la mayoría de ellas son inaccesibles.

A la vera de la ruta 42, se observan restos de antiguos médanos, mezcla de arena y canto rodado, que descienden hacia las playas, 12 metros más abajo. Unos 30 km de costa, que se extienden entre Punta Arco y más allá de Punta Prismático, conforman este santuario, declarado Zona Protegida en 2001. Apenas a 15 metros de los curiosos, varios ejemplares de uno de los mamíferos más grandes del mundo –llegan a medir hasta 17 metros de largo–, se entregan a juegos y ritos que son parte de su ciclo vital: entre junio y diciembre, las ballenas eligen estas playas para aparearse y dar a luz a sus crías.

No hace falta acudir a un mirador o usar prismáticos para verlas en detalle, porque estos cetáceos no temen a la cercanía humana, lo que permite apreciar, entre otras cosas, las callosidades que desarrollan a modo de protección alrededor de los ojos, las comisuras de la boca y las fosas nasales, en la parte superior de la cabeza.

El biólogo estadounidense Roger Payne desarrolló en los años 70 un sistema de identificación de ejemplares: después de fotografiar a más de 600 ballenas, descubrió que esas costras blancas responden a un único patrón. En base a ese hallazgo, anualmente el Whale Conservation Institute, conducido por Payne, realiza relevamientos aéreos a lo largo de los 500 km de costa de la Península Valdés, para fotografiar el patrón de callosidades de cada ejemplar observado. Los biólogos aseguran que están en condiciones de identificar a padres, hijos y abuelos.

También es común ver ballenas frente a las costas de Puerto Madryn, donde merodean seguido, a pesar de que no se trata de costas profundas. De noche, durante una caminata por la costanera, el sonido de su respiración indica que siguen allí.

El Doradillo posee paisajes sobrecogedores, caracterizados por la belleza árida y desolada de la Patagonia. Sus gigantescos acantilados son miradores naturales, desde donde puede contemplarse el paisaje litoral con sus inmensas restingas. La erosión hídrica sobre la meseta permite apreciar el perfil geológico, donde la acción del hombre es mínima. Las características geográficas de la estepa se prestan aquí para practicar actividades de aventura, como trekking, mountain bike, kayak, buceo y avistaje de aves.

Pero no existe experiencia comparable en El Doradillo a la de ubicarse cerca de la orilla del mar para disfrutar de las ballenas. La mejor época para apreciar la coreografía de piruetas que diseñan en conjunto se inicia en junio. El sistema de identificación de Payne sería útil para confirmar las teorías que indican que las ballenas –si bien se desprenden de sus crías una vez que les “enseñan” la ruta alimenticia– tienen muy buena memoria y vuelven a encontrarse, una y otra vez, durante toda su vida, que se estima en unos 70 años.

 

30 de agosto de 2010

Fuente: Clarín

 

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