Internacionales
El terrorismo individual
EE. UU. combate a los líderes de Al Qaeda en Afganistán, pero no puede controlar a los grupos más pequeños ni a los "lobos solitarios".
Por Christopher Dickey
Las batallas contra los terroristas se pelean principalmente en las sombras y en lugares lejanos. Pero no siempre se quedan allí. Y cuando los malos atacan, o tratan de atacar, más cerca del país, la gente se asusta, y luego se enfurece: ¿Qué ocurre? ¿Por qué? Es posible que un día se publique una noticia menor: un informe proveniente de Yemen sobre varios ataques con misiles que mataron a docenas de hombres leales a una filial local de Al Qaeda. Al parecer, participaron fuerzas estadounidenses, o al menos, armas estadounidenses. Algunos de los líderes extremistas podrían estar muertos, o quizás no. Todo es distante y oscuro. Entonces, en Navidad, un chico nigeriano que pasó algún tiempo en Yemen, viaja a Detroit y trata de denonarse a bordo.
Sólo enciende sus calzoncillos llenos de químicos. Pero el intento desencadena una tormenta de fuego en los medios de comunicación estadounidenses. La historia no es que el aspirante a terrorista haya fallado, sino que casi tuvo éxito y, a pesar de todo, nunca se le debió haber dejado abordar un avión. Bajo una intensa presión política para abordar la cólera pública, Barack Obama admitió que hubo una “falla sistémica” en el proceso de revisión de Estados Unidos.
Sin embargo, la oleada de esfuerzos por atacar a EE. UU. en los últimos meses, incluido el vuelo 253 a Detroit es, en muchos sentidos, una medida del éxito estadounidense en campos de batalla distantes de los que se supone que nadie oyó hablar. La capacidad de EE. UU. para reunir información, aprovechar el poder de la ejecución, y de poner en marcha misiones de operaciones especiales en todo el mundo nunca fue mayor. Se puden dirigir ataques a control remoto para golpear a los líderes de Al Qaeda y a sus seguidores como la ira de un dios vengativo. Y eso es lo que el país hece en forma más agresiva que nunca durante el año pasado, disparando sin parar a los líderes de Al Qaeda en Afganistán y Pakistán. Una incursión de comandos en helicópteros hizo salir a un notorio organizador de Al Qaeda en Somalia en septiembre, y los funcionarios antiterroristas de Estados Unidos reconocieron su participación en un amplio y prolongado programa encubierto en Yemen.
Estos ataques pusieron a los grupos extremistas bajo una presión cada vez mayor. Algunos podrían ser arrasados. Todos se encuentran cada vez más aislados en un mundo musulmán en el que la corriente principal está harta de su retórica destructora y donde incluso sus antiguos simpatizantes dudan de la capacidad de los terroristas de montar otro ataque como el del 11/9.
Sin embargo, todo eso significa que se está entrando en una fase especialmente peligrosa en la que surgirán cada vez más terroristas individuales, aficionados y aspirantes como el nigeriano Umar Farouk Abdulmutallab, de 23 años. En la respetada División de Inteligencia del Departamento de Policía de Nueva York, el analista Mitchell Silber divide la amenaza de Al Qaeda en tres categorías: la organización básica de Osama bin Laden y Ayman al-Zawahiri que llevó a cabo los ataques del 11/9; las filiales en Irak, el Norte de África, Yemen y otras regiones que desean obtener el prestigio de la conexión con Al Qaeda, pero que tienen capacidades menos sofisticadas; y los terroristas “locales” inspirados por la ideología de Al Qaeda, pero que no tienen mucho acceso al entrenamiento o a redes de apoyo. Estados Unidos avanzó mucho en la destrucción del primer grupo: los funcionarios estadounidenses afirman que los ataques con aviones Predator a lo largo de la frontera afgano-paquistaní mató a casi una docena de los 20 líderes de Al Qaeda en los últimos dos años. Pero eso hizo que los miembros de los otros dos grupos, que tienen mayores probabilidades de realizar ataques en pequeña escala, asuman un perfil más alto.
Las filiales de Al Qaeda solían concentrarse en programas locales. Pero a medida que los grupos de Somalia y Yemen se convertieron en blancos de un número creciente de ataques realizados por los aliados regionales de Estados Unidos y, en ocasiones, llevados a cabo con armas y soldados estadounidenses, empieza a atraer y a cultivar a aspirantes a yihadistas en el mismo EE. UU. Jóvenes somalíes-estadounidenses que dejaron un mundo de pobreza y pandillerismo en Minnesota para dedicarse a la yihad en la tierra de sus padres se unieron a grupos como Al-Shabab, relacionado con Al Qaeda, que convirtió a algunos de ellos en suicidas.
Al Qaeda en la Península Arábica, un grupo ubicado en Yemen, trató de dar el siguiente paso en los cielos de Michigan. “Cuando existe una filial proyectándose en el entorno estadounidense, se trata de un gran problema”, afirma un veterano estadounidense de las guerras de inteligencia contra extremistas islámicos, que prefiere que su identidad y la de su organismo permanezcan anónimas. El grupo había centrado la mayor parte de sus energías en atacar a la familia real y los intereses sauditas. “Tenía un programa local claro, pero también decidió avanzar mundialmente”, señala el oficial de inteligencia.
En el departamento de Policía de Nueva York, 2009 se considera ahora como el período más peligroso desde 2001-2002, cuando Khalid sheikh Mohammed, la mente maestra de Al Qaeda, tramaba su “segunda ola” de ataques contra Estados Unidos. Existen varios factores desestabilizadores que llegan simultáneamente a un punto crítico. Mientras el régimen iraní es sacudido por el desacuerdo interno y la presión externa, sus Guardias Revolucionarios tienen cada vez más motivos para buscar formas de lastimar a Estados Unidos. La oleada de 30.000 soldados a Afganistán dio a los extremistas material de propaganda para afirmar que EE. UU. está empeñado en mantener una ocupación interminable en ese país. Y se culpa del persistente punto muerto en Oriente Medio al irresponsable apoyo de EE. UU. a Israel.
Estos últimos dos factores en particular incrementan las oportunidades de radicalización entre los musulmanes que se encuentran en Occidente o que tienen acceso a él. Los “lobos solitarios” como el mayor del Ejército estadounidense Nidal Hasan de Ft. Hood, Texas, que mató a 13 personas en noviembre, o el musulmán converso Abdulhakim Mujahid Muhammad, que presuntamente mató en junio a un soldado en una oficina de reclutamiento en Arkansas, afirman haber sido llevados a la violencia por las acciones del ejército estadounidense en el extranjero. Una ira similar alentó a cinco jóvenes musulmanes de Virginia del Norte a ir a Pakistán hace un mes y buscar entrenamiento en la frontera con Afganistán.
Los funcionarios estadounidenses piensen que parte de la razón por la que no hubo ningún otro ataque de Al Qaeda en el territorio estadounidense desde el 11/9 es que Zawahiri podría haber rechazado más de una trama por no ser lo suficientemente espectacular. Las filiales de Al Qaeda y personas como Hasan no son tan exigentes: Nasser al-Wuhayshi, el líder de la facción de Al Qaeda en Yemen, llamó a sus seguidores a sembrar el terror en “complejos residenciales y líneas del metro” de EE. UU. Y a algunos analistas de inteligencia de Estados Unidos les preocupa que incluso el grupo fundamental de Al Qaeda pueda bajar sus estándares. Si Khalid Sheikh Mohammed y sus compinches son llevados a juicio en Nueva York, cualquier bomba o tiroteo en un lugar público —por ejemplo, un centro comercial o un vagón del metro— llamaría mucho la atención. A la Policía de Nueva York le preocupa que David Headley, que fue arrestado en Chicago y acusado de vigilar antes de los ataques terroristas de 2008 en Mumbai, también pudiera haber identificado blancos potenciales en Manhattan.
Resulta revelador que los organizadores de la trama de Detroit decidieran tomar el crédito incluso por una operación fallida. Querían ser vistos haciendo algo —lo que fuera— para tomar represalias contra Estados Unidos. Así que el área de comunicación de Al Qaeda en la Península Arábica afirmó que “el hermano mujahid Umar Farouk, que buscaba el martirio” trató de hacer estallar el vuelo 253 en venganza por los ataques apoyados por EE. UU. en Yemen: “Como maten, así serán muertos.”
Por supuesto, eso no fue lo que ocurrió. Sus combatientes fueron diezmados sobre el terreno en Yemen, mientras que su aspirante a ángel de la muerte en los cielos de Michigan sólo logró quemar su entrepierna. Pero dadas las circunstancias, una operación fallida que atraiga tanta atención de los medios es tan buena como una victoria para un grupo extremista aspirante. La publicidad beneficia el reclutamiento. “Si usted está sentando en una cueva en Afganistán o Yemen, puede decir: ‘No está mal, les dimos un gran susto’”, señala el oficial de inteligencia.
Entre este ambiente tan difícil, el desafío para Obama es —y uso esta frase deliberadamente— seguir el curso. Evidentemente, algunas de las defensas de Estados Unidos son imperfectas. De nueva cuenta, es necesario hacer mayores esfuerzos para coordinar los distintos organismos y encontrar formas más eficaces para lograr que los aspirantes a terroristas nunca logren subir a aviones con destino a Estados Unidos. Los funcionarios de antiterrorismo necesitarán hacer un mejor trabajo para atraer y desviar la atención de los jóvenes musulmanes en línea, donde la mayoría se radicaliza ahora. Pero la mejor defensa sigue siendo un ataque inteligente, discreto y devastador, y ese esfuerzo debe ser despiadado.
Al mismo tiempo, es indispensable desacreditar la ideología de Al Qaeda. Obama no debe sucumbir a la vieja retórica de la confrontación mundial y el choque de civilizaciones. Debe centrarse en esos pequeños grupos y personas que representan una amenaza verdadera. El contagio de las ideas de Al Qaeda se alimenta de la idea de que los musulmanes de todo el mundo están oprimidos y se encuentran bajo un ataque continuo. Y siempre que EE. UU. se involucre en una situación que parezca demostrar esas opiniones, cualquier victoria táctica será superada por el revés estratégico en la guerra por los corazones y las mentes de los musulmanes.
Así que, mientras EE. UU. sigue realizando operaciones agresivas en las sombras, Obama debe mantener el perfil estadounidense tan bajo como sea posible. Y eso será difícil si su gobierno se encuentra bajo un ataque partidario por mostrarse demasiado débil en lo que respecta a la seguridad nacional. Debe resistir la tentación de pregonar una victoria encubierta, como lo hizo el gobierno de Bush antes de las elecciones intermedias en 2002. Ningún aliado en el mundo musulmán quiere ser visto trabajando con EE. UU. para matar a otros musulmanes. Obama debe continuar sacando a los soldados de las ocupaciones que heredó. Y, lo más difícil de todo, debe hallar una forma de calmar los nervios en tiempos en que los que la retórica histérica es el pan de cada día.
* Dickey escribió “Asegurando la ciudad: Dentro de la mejor fuerza antiterrorista de EE. UU., la Policía de Nueva York’”
Las batallas contra los terroristas se pelean principalmente en las sombras y en lugares lejanos. Pero no siempre se quedan allí. Y cuando los malos atacan, o tratan de atacar, más cerca del país, la gente se asusta, y luego se enfurece: ¿Qué ocurre? ¿Por qué? Es posible que un día se publique una noticia menor: un informe proveniente de Yemen sobre varios ataques con misiles que mataron a docenas de hombres leales a una filial local de Al Qaeda. Al parecer, participaron fuerzas estadounidenses, o al menos, armas estadounidenses. Algunos de los líderes extremistas podrían estar muertos, o quizás no. Todo es distante y oscuro. Entonces, en Navidad, un chico nigeriano que pasó algún tiempo en Yemen, viaja a Detroit y trata de denonarse a bordo.
Sólo enciende sus calzoncillos llenos de químicos. Pero el intento desencadena una tormenta de fuego en los medios de comunicación estadounidenses. La historia no es que el aspirante a terrorista haya fallado, sino que casi tuvo éxito y, a pesar de todo, nunca se le debió haber dejado abordar un avión. Bajo una intensa presión política para abordar la cólera pública, Barack Obama admitió que hubo una “falla sistémica” en el proceso de revisión de Estados Unidos.
Sin embargo, la oleada de esfuerzos por atacar a EE. UU. en los últimos meses, incluido el vuelo 253 a Detroit es, en muchos sentidos, una medida del éxito estadounidense en campos de batalla distantes de los que se supone que nadie oyó hablar. La capacidad de EE. UU. para reunir información, aprovechar el poder de la ejecución, y de poner en marcha misiones de operaciones especiales en todo el mundo nunca fue mayor. Se puden dirigir ataques a control remoto para golpear a los líderes de Al Qaeda y a sus seguidores como la ira de un dios vengativo. Y eso es lo que el país hece en forma más agresiva que nunca durante el año pasado, disparando sin parar a los líderes de Al Qaeda en Afganistán y Pakistán. Una incursión de comandos en helicópteros hizo salir a un notorio organizador de Al Qaeda en Somalia en septiembre, y los funcionarios antiterroristas de Estados Unidos reconocieron su participación en un amplio y prolongado programa encubierto en Yemen.
Estos ataques pusieron a los grupos extremistas bajo una presión cada vez mayor. Algunos podrían ser arrasados. Todos se encuentran cada vez más aislados en un mundo musulmán en el que la corriente principal está harta de su retórica destructora y donde incluso sus antiguos simpatizantes dudan de la capacidad de los terroristas de montar otro ataque como el del 11/9.
Sin embargo, todo eso significa que se está entrando en una fase especialmente peligrosa en la que surgirán cada vez más terroristas individuales, aficionados y aspirantes como el nigeriano Umar Farouk Abdulmutallab, de 23 años. En la respetada División de Inteligencia del Departamento de Policía de Nueva York, el analista Mitchell Silber divide la amenaza de Al Qaeda en tres categorías: la organización básica de Osama bin Laden y Ayman al-Zawahiri que llevó a cabo los ataques del 11/9; las filiales en Irak, el Norte de África, Yemen y otras regiones que desean obtener el prestigio de la conexión con Al Qaeda, pero que tienen capacidades menos sofisticadas; y los terroristas “locales” inspirados por la ideología de Al Qaeda, pero que no tienen mucho acceso al entrenamiento o a redes de apoyo. Estados Unidos avanzó mucho en la destrucción del primer grupo: los funcionarios estadounidenses afirman que los ataques con aviones Predator a lo largo de la frontera afgano-paquistaní mató a casi una docena de los 20 líderes de Al Qaeda en los últimos dos años. Pero eso hizo que los miembros de los otros dos grupos, que tienen mayores probabilidades de realizar ataques en pequeña escala, asuman un perfil más alto.
Las filiales de Al Qaeda solían concentrarse en programas locales. Pero a medida que los grupos de Somalia y Yemen se convertieron en blancos de un número creciente de ataques realizados por los aliados regionales de Estados Unidos y, en ocasiones, llevados a cabo con armas y soldados estadounidenses, empieza a atraer y a cultivar a aspirantes a yihadistas en el mismo EE. UU. Jóvenes somalíes-estadounidenses que dejaron un mundo de pobreza y pandillerismo en Minnesota para dedicarse a la yihad en la tierra de sus padres se unieron a grupos como Al-Shabab, relacionado con Al Qaeda, que convirtió a algunos de ellos en suicidas.
Al Qaeda en la Península Arábica, un grupo ubicado en Yemen, trató de dar el siguiente paso en los cielos de Michigan. “Cuando existe una filial proyectándose en el entorno estadounidense, se trata de un gran problema”, afirma un veterano estadounidense de las guerras de inteligencia contra extremistas islámicos, que prefiere que su identidad y la de su organismo permanezcan anónimas. El grupo había centrado la mayor parte de sus energías en atacar a la familia real y los intereses sauditas. “Tenía un programa local claro, pero también decidió avanzar mundialmente”, señala el oficial de inteligencia.
En el departamento de Policía de Nueva York, 2009 se considera ahora como el período más peligroso desde 2001-2002, cuando Khalid sheikh Mohammed, la mente maestra de Al Qaeda, tramaba su “segunda ola” de ataques contra Estados Unidos. Existen varios factores desestabilizadores que llegan simultáneamente a un punto crítico. Mientras el régimen iraní es sacudido por el desacuerdo interno y la presión externa, sus Guardias Revolucionarios tienen cada vez más motivos para buscar formas de lastimar a Estados Unidos. La oleada de 30.000 soldados a Afganistán dio a los extremistas material de propaganda para afirmar que EE. UU. está empeñado en mantener una ocupación interminable en ese país. Y se culpa del persistente punto muerto en Oriente Medio al irresponsable apoyo de EE. UU. a Israel.
Estos últimos dos factores en particular incrementan las oportunidades de radicalización entre los musulmanes que se encuentran en Occidente o que tienen acceso a él. Los “lobos solitarios” como el mayor del Ejército estadounidense Nidal Hasan de Ft. Hood, Texas, que mató a 13 personas en noviembre, o el musulmán converso Abdulhakim Mujahid Muhammad, que presuntamente mató en junio a un soldado en una oficina de reclutamiento en Arkansas, afirman haber sido llevados a la violencia por las acciones del ejército estadounidense en el extranjero. Una ira similar alentó a cinco jóvenes musulmanes de Virginia del Norte a ir a Pakistán hace un mes y buscar entrenamiento en la frontera con Afganistán.
Los funcionarios estadounidenses piensen que parte de la razón por la que no hubo ningún otro ataque de Al Qaeda en el territorio estadounidense desde el 11/9 es que Zawahiri podría haber rechazado más de una trama por no ser lo suficientemente espectacular. Las filiales de Al Qaeda y personas como Hasan no son tan exigentes: Nasser al-Wuhayshi, el líder de la facción de Al Qaeda en Yemen, llamó a sus seguidores a sembrar el terror en “complejos residenciales y líneas del metro” de EE. UU. Y a algunos analistas de inteligencia de Estados Unidos les preocupa que incluso el grupo fundamental de Al Qaeda pueda bajar sus estándares. Si Khalid Sheikh Mohammed y sus compinches son llevados a juicio en Nueva York, cualquier bomba o tiroteo en un lugar público —por ejemplo, un centro comercial o un vagón del metro— llamaría mucho la atención. A la Policía de Nueva York le preocupa que David Headley, que fue arrestado en Chicago y acusado de vigilar antes de los ataques terroristas de 2008 en Mumbai, también pudiera haber identificado blancos potenciales en Manhattan.
Resulta revelador que los organizadores de la trama de Detroit decidieran tomar el crédito incluso por una operación fallida. Querían ser vistos haciendo algo —lo que fuera— para tomar represalias contra Estados Unidos. Así que el área de comunicación de Al Qaeda en la Península Arábica afirmó que “el hermano mujahid Umar Farouk, que buscaba el martirio” trató de hacer estallar el vuelo 253 en venganza por los ataques apoyados por EE. UU. en Yemen: “Como maten, así serán muertos.”
Por supuesto, eso no fue lo que ocurrió. Sus combatientes fueron diezmados sobre el terreno en Yemen, mientras que su aspirante a ángel de la muerte en los cielos de Michigan sólo logró quemar su entrepierna. Pero dadas las circunstancias, una operación fallida que atraiga tanta atención de los medios es tan buena como una victoria para un grupo extremista aspirante. La publicidad beneficia el reclutamiento. “Si usted está sentando en una cueva en Afganistán o Yemen, puede decir: ‘No está mal, les dimos un gran susto’”, señala el oficial de inteligencia.
Entre este ambiente tan difícil, el desafío para Obama es —y uso esta frase deliberadamente— seguir el curso. Evidentemente, algunas de las defensas de Estados Unidos son imperfectas. De nueva cuenta, es necesario hacer mayores esfuerzos para coordinar los distintos organismos y encontrar formas más eficaces para lograr que los aspirantes a terroristas nunca logren subir a aviones con destino a Estados Unidos. Los funcionarios de antiterrorismo necesitarán hacer un mejor trabajo para atraer y desviar la atención de los jóvenes musulmanes en línea, donde la mayoría se radicaliza ahora. Pero la mejor defensa sigue siendo un ataque inteligente, discreto y devastador, y ese esfuerzo debe ser despiadado.
Al mismo tiempo, es indispensable desacreditar la ideología de Al Qaeda. Obama no debe sucumbir a la vieja retórica de la confrontación mundial y el choque de civilizaciones. Debe centrarse en esos pequeños grupos y personas que representan una amenaza verdadera. El contagio de las ideas de Al Qaeda se alimenta de la idea de que los musulmanes de todo el mundo están oprimidos y se encuentran bajo un ataque continuo. Y siempre que EE. UU. se involucre en una situación que parezca demostrar esas opiniones, cualquier victoria táctica será superada por el revés estratégico en la guerra por los corazones y las mentes de los musulmanes.
Así que, mientras EE. UU. sigue realizando operaciones agresivas en las sombras, Obama debe mantener el perfil estadounidense tan bajo como sea posible. Y eso será difícil si su gobierno se encuentra bajo un ataque partidario por mostrarse demasiado débil en lo que respecta a la seguridad nacional. Debe resistir la tentación de pregonar una victoria encubierta, como lo hizo el gobierno de Bush antes de las elecciones intermedias en 2002. Ningún aliado en el mundo musulmán quiere ser visto trabajando con EE. UU. para matar a otros musulmanes. Obama debe continuar sacando a los soldados de las ocupaciones que heredó. Y, lo más difícil de todo, debe hallar una forma de calmar los nervios en tiempos en que los que la retórica histérica es el pan de cada día.
* Dickey escribió “Asegurando la ciudad: Dentro de la mejor fuerza antiterrorista de EE. UU., la Policía de Nueva York’”