Anibal Pachano

"Mi hija sabe que soy un macho con glamour femenino"

El creador de los Botton Tap, hoy “el malo” del jurado de lujo de ShowMatch, cuenta su infancia pobre, sus amores, habla de homofobia, del personaje andrógino que lo llevó a la fama, de su duro choque con Flavia Palmiero y de la profunda relación que mantiene con Sofía, su primogénita.

En 2001 me agarró la crisis y me quedé sin casa. Tuve que venirme a este departamento, que es cómodo, pero a empezar de nuevo. El tipo al que le debía me empezó a apretar con una hipoteca, hasta que le di vuelta el escritorio de una patada. Me pudrió. Casi lo mato”. La anécdota describe de cuerpo entero a Aníbal Pachano (54), que no tiene medias tintas: es “tómelo o déjelo”. Provoca amores y odios. Nunca anda con titubeos. Parece un tipo temible cuando se larga a hablar, pero termina quebrándose como un chico casi hasta el llanto cuando habla de su infancia, de su pasado humilde, de su ex mujer, Ana Sanz, y principalmente de su amada hija, Sofía (20). Ahora está sentado en una silla tapizada en animal print de su bunker del barrio de Almagro, un cómodo tres ambientes al que le puso su sello: está su primer dibujo serio y casi profesional, que trazó a los siete años. “Tenía talento para eso. Dibujaba caras, y lo hacía muy bien. Finalmente, terminé como arquitecto”, explica. También se puede observar una biblioteca repleta de libros de arte. Y, más arriba, una fotografía dedicada de Valeria Lynch, “una gran amiga de toda la vida”, relata Pachano. “Admiro a mucha gente del espectáculo: el Negro Olmedo –me decía ‘cuidá siempre a tus nenas’, por mi mujer y mis socias–, Eduardo Bergara Leumann, Juan Alberto Badía –que presentó a los Botton Tap en tevé–, Moria Casán, Enrique Pinti, Jorge Luz, Gogó Andreu, Mario Clavell, Mirtha Legrand... Con Susana no tengo onda; nunca me invitó a su programa, y ahora tampoco iría. Si en más de 20 años nunca me convocó, está todo dicho. Igual, no creo que tenga nada personal conmigo”, describe, mientras Sofi lo acompaña de cerca y sonríe con lo que escucha. “Mi papá es un payaso muy querible”, bromea.

–Pachano, ¿qué significa Sofía para usted?
–Lo más grande que tengo. Por Sofía haría cosas grossas. Que nadie la toque ni la ofenda (se emociona), porque soy capaz de todo. Por eso salté cuando Flavia Palmiero dijo lo que dijo en ShowMatch. Hay personas que no miden: se les sale la cadena, te faltan el respeto y encima no se arrepienten.

–¿Ese episodio que vivió con Flavia lo marcó?
–El comentario en el que deslizó “lástima que en ese jurado no hay hombres” fue represor y homofóbico, una falta de respeto. Lo triste es que todavía no puede admitir que se equivocó, que lo dijo, y desencadenó otras situaciones. Algunos hacen chistes hoy con algo de lo que yo vengo hablando hace años. El masculino-femenino-singular lo impuse hace tiempo. Muchos quieren descubrir qué soy en este bicho raro que presento. Les digo que nunca lo van a saber... Si quieren decir que soy tal cosa o la otra, que traigan fotos, videos, o que estén dentro de mi cama. Como eso no va a suceder, lo lamento: el que se vaya de boca se va a comer un juicio. Nadie tiene derecho a meterse en la vida de una persona, si quiere ser gay, swinger o lo que desee.

–¿En serio tanto le dolió el comentario de Palmiero?
–Mucho. Creo que no va más eso de “soy famoso y digo lo que quiero”. Si me decía “Pachano, te ofendí, te traté de gay, disculpame”, iba a estar todo bien. A cualquiera le puede pasar... Pero eso no ocurrió. Lo lamento, porque tenía buena relación, de saludo, de que haya venido a ver mis espectáculos, comimos en Señor Tango... Pero tuvo una agresión muy fuerte, desubicada.

–¿Usted sabe a lo que se expone con ese personaje andrógino con el que juega todo el tiempo?
–A mí me divierte mucho. Pero porque yo juegue no pueden faltarme el respeto.

–¿Tiene enemigos?
–No: tengo envidiosos que se preguntan por qué le va bien a ese tipo que se pone un plumero en la cabeza.

–¿Es cierto que tuvo una infancia dura?
–Más pobre que dura. En un momento, mis viejos tocaron fondo. Recuerdo a mi mamá peleando para que no nos desalojaran. Para ayudar, a los trece años trabajaba de cadete por la tarde, y a la mañana iba al colegio. No teníamos un mango. Después entré a la Universidad. Mi vida era la arquitectura, hasta que un amigo me dijo: “Vos sos flaco. ¿Por qué no vas a bailar tap?”. Y entonces fui a ver un espectáculo que se llamaba El circo de Alberto Agüero, y da la casualidad que la imagen y el vestuario los hacía Ana Sanz, luego mi mujer y mamá de mi hija Sofía. Me enamoré. Primero desde la platea... A la semana la conocí, a los quince días estábamos saliendo, al mes vivíamos juntos, y al año nos casamos. Ella vestida de dama del año ’20, y yo de traje blanco, con luna de miel brutal en Brasil. Los dos armamos los Botton Tap. Nos separamos en el momento cumbre, cuando se hizo Evita para Alan Parker.

–¿Por qué se separaron?
–Porque la pareja se terminó: fueron casi 14 años de casados. Hacíamos todo juntos, trabajar, la relación, la casa, la nena... Y algo se cortó. Al principio fue muy duro, porque nos quisimos mucho. Sofía tenía 6 años. Hoy compartimos una muy buena relación, somos como hermanos. Si hasta pasamos Navidad o Año Nuevo juntos...

–¿Se considera un buen padre de Sofía?
–Sí, soy muy buen papá. Siempre la súper atendí, la cuidé lo más que pude, con errores, claro. La llevaba a pasear, le hacía la comida, le preparaba el cuarto, me iba de viaje con ella, la cambiaba, la bañaba, la peinaba. Siempre la llevaba colgada sobre mi espalda; me encantaba. Ana manejaba y yo no; por eso la llevaba a upa siempre.

–¿Tuvo otros amores además del que vivió con su esposa?
–Antes, pocos. Soy de escasos amores. No sé si hoy armaría una pareja como la que hice con Ana. No tengo ganas.

–¿Está enamorado?
–No, no... Hoy sólo pienso en divertirme. Salgo con amigos, de boliche en boliche.

–¿Cómo es un día en la vida de La Reina?
–¡Cómo pegó mi apodo, ¿no?! Me levanto –y vivo– en pijama, me pongo las chancletas, ordeno la casa... o trato. Voy al súper para que haya comida para mi hija, invito amigos... Una vida común: miro mucha tele, de aire, Discovery, Canal à, el Gourmet... Soy cocinero.

–¿Mira fútbol?
–No. Me gusta el rugby.

–¿Lo practicó?
–¿Vos viste mi físico? Siempre fui como anti-deporte, porque tenía un cuerpo anti. Enano, flaquito, antihéroe. Y hoy también: lucho contra los molinos de viento. Soy el muñequito de torta que llama la atención. Pero toda la polémica conmigo creo que se originó porque soy muy exigente, y a veces alguna gente cree que tengo mala onda. Y nada que ver: soy el tipo más alegre y divertido que se pueda imaginar.

–¿Por qué le gusta jugar tanto con eso del masculino-femenino?
–Yo digo que a veces el masculino está como mal utilizado. Porque el que se proclama muy macho, macho, macho... termina siendo “macho menos”. Mi hija sabe que yo soy un macho concreto, con glamour femenino. El tipo que en su matrimonio dice todo el día “sí querida, sí querida”, es absolutamente femenino. ¿Y nadie dice nada?

–¿En qué un hombre tiene que ser femenino?
–Está bueno que un tipo se cuide en el aspecto, que sea coqueto, que tenga su perfume, que se lustre los zapatos, que se depile: eso no es un acto exclusivo de las mujeres.

–¿Usted cómo se definiría?
–Soy un loco muy cuerdo, un trasgresor equilibrista. Cuando me agreden salta lo peor de mí. Soy cabrón, petiso, con cuerpo de rana, patas de tero, antihéroe, andrógino, muñeco de torta. Pero le encanto a la gente. Y a los que no les gusta, que vayan a llorar al campito, como decía mi vieja.
 
 
Por Miguel Braillard. Fotos: Javier Moreno. 
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