Científicos revivirán al Mamut
Año 2000. Un paleontólogo contempla una cría recién nacida de un tilacino, un marsupial carnívoro extinguido, que flota petrificada dentro de un frasco de alcohol desde hace 123 años en los bajos de un museo en Australia. El científico alberga un sueño: devolver la vida a su especie, el tigre de Tasmania, mediante la clonación de su ADN.
Esta escena no ocurre en una noche espesa con rayos y truenos y la lluvia golpeando los cristales de un viejo museo. El paleontólogo Mike Archer estaba fascinado desde niño con los fósiles, y cuando se hizo con las riendas del Museo Australiano, la idea de clonar el tigre de Tasmania tomó forma.
El tigre era parecido a un perro de cabeza grande, afilados colmillos y un lomo rayado de una piel marrón y luminosa. Se decía que tenía un prodigioso sentido del olfato con el que perseguía incansablemente a sus presas durante largas cacerías, haciendo gala de una fabulosa resistencia.
Ya habitaba probablemente la isla desde hacía 3.000 años, pero encontró su sentencia de muerte cuando empezó a matar las ovejas que trajeron los primeros colonizadores europeos a principios del siglo XX. El Parlamento le puso precio –a libra por cabeza– y en 1910 ya era un animal raro. En 1936, el tilacino ladró por última vez antes de morir: el último ejemplar, apodado Benjamin, murió en el zoo australiano de Hobart.
Circulan relatos locales –como los que aseguran haber visto vivo a Elvis Presley en los bares de carretera de EE UU– sobre fugaces avistamientos del tilacino. En 1982, por ejemplo, un guarda forestal llamado Hans Naarding se despertó a las dos de la mañana, encendió su linterna, y deslumbró a un tilacino cuyos ojos brillaron como el diablo durante tres largos minutos. Sin pruebas, huellas o excrementos, su versión sigue siendo una leyenda urbana.
En 1992, Michael Crichton y Steven Spielberg resucitaron a los dinosaurios para el cine gracias al ADN rescatado de los mosquitos atrapados en el ámbar. En esa década se logró la clonación real de un mamífero adulto, la oveja Dolly, algo impensable. Con el cambio de siglo, ¿por qué no escribir una película real titulada Salvar al tigre?
Pero la propuesta de Archer se encontraría en 2004 con el primer chasco. Los científicos del museo australiano proclamaron que el ADN del tilacino extraído de los ejemplares preservados en los frascos era demasiado malo como para construir una librería genética.
Tan sencillo y contundente como eso. La idea se abandonó. Archer dejó el museo y se convirtió en decano de la Universidad de Nueva Gales del Sur. Pero hace un año, en mayo de 2008, científicos australianos lograron escribir un primer capítulo de esta resurrección imposible.
El doctor Andrew Pask y su equipo del departamento de zoología de la Universidad de Melbourne insertaron genes del tilacino que tenían un siglo de edad en un embrión de ratón, y demostraron que funcionaban, al colorear de azul algunas partes del cuerpo mediante una técnica de visualización. El trabajo, publicado en una revista de prestigio, PloS ONE, circuló con titulares irresistibles: El ADN de una especie extinguida vuelve a la vida.
Archer no podía imaginar que un grupo de científicos españoles daría el primer golpe este mismo año. El primer animal resucitado oficialmente de la extinción, aunque por breves minutos, es el bucardo. El milagro se debe al trabajo del equipo del doctor José Folch, del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria (CITA) en Zaragoza.
El bucardo era una subespecie de cabra montés de los Pirineos cuyo último ejemplar, una hembra llamada Celia, murió en enero de 2000 aplastada paradójicamente por la caída de un árbol, aunque la presión humana había reducido el número de bucardos –muy apreciados por sus largas cornamentas, las más grandes de las especies de cabras monteses, y su precioso pelo– hasta la extinción.
“Se usaron células extraídas de la piel de la última bucarda, que vivía en el Parque Nacional de Ordesa”, explica Folch. “Capturamos este último ejemplar para extraerle unas pequeñas muestras de piel de la oreja. Después volvimos a dejarla en libertad; murió unos meses después”. Su equipo multiplicó esas valiosas células en el laboratorio y ahora se conservan congeladas en nitrógeno líquido.
Estas células aportaron los núcleos con el ADN, que fueron transferidos a los óvulos de cabras monteses. Los embriones así reconstituidos fueron implantados en 57 madres receptoras, cabras monteses capturadas en el parque de Tortosa y Beceite, o hembras de padre cabra montés y madre cabra doméstica.
“Transferimos embriones reconstituidos (clonados) de bucardo a 57 receptoras”, explica Folch. Se logró que ocho hembras quedaran embarazadas, pero la mayoría “fueron abortando durante el periodo de gestación”. Y solamente una de ellas llegó a concebir un animal vivo, un bucardo, a principios de este año. Por desgracia, el primer animal rescatado de la extinción respiró apenas entre cinco y diez minutos en su retorno al mundo que le vio desaparecer.
“Nació con una alteración pulmonar que le producía severas alteraciones respiratorias. Este tipo de fallos no son especialmente raros. Se han visto también en los animales clonados recién nacidos de otras especies como la oveja”, asegura este experto español.
Es un triunfo efímero, pero histórico. La eficiencia para clonar especies vivas en la actualidad es extraordinariamente baja. Tanto en ovejas, como en vacas o en conejos, los experimentos rondan porcentajes de éxito de entre el 1% y 3% de las tentativas. No era de extrañar que el primer bucardo rescatado por el ADN muriera nada más nacer.
De forma paralela, la tecnología para secuenciar ADN fósil ha evolucionado de una forma tan espectacular en estos últimos tres años, que, sin temor a caer en el sensacionalismo, podemos afirmar que el escenario de Parque Jurásico –la clonación de animales prehistóricos– se acerca poco a poco al mundo real: el mamut lanudo.
A finales del año pasado, el biólogo Stephan Schuster, de la Universidad de Pensilvania (EE UU), asombró al mundo al presentar la secuencia casi completa de este popular paquidermo, tomada literalmente por los pelos del largo abrigo del animal. “Se pensó que era imposible secuenciar su genoma, pero ha habido un cambio en el paradigma. Entre 2005 y 2006 la gente empezó a pensar que era posible, y el pasado invierno mostramos que podría lograrse a la escala de un genoma completo. Ahora, mientras hablamos, estamos acabando la secuencia con un nivel de fiabilidad como el de cualquier genoma moderno”, explica Schuster a El País Semanal al otro lado del teléfono.
Los ejemplares de mamuts lanudos han estado congelados en el permafrost de Siberia, por lo que su ADN tiene una calidad excelente. Pero el equipo de Schuster también se ha fijado en el tigre de Tasmania, y ha aplicado su tecnología para secuenciar el material genético de las mitocondrias de las células de este marsupial –unos orgánulos que tienen todas las células y que funcionan como diminutos pulmones para la respiración celular–.
FUENTE: elpais.com