Lecciones de abstinencia

En Estados Unidos, distintas universidades impulsan proyectos para que los jóvenes no tengan sexo. Destinan mucho dinero pero no logran imponer sus métodos. Por qué lo hacen y qué consiguen a cambio.

Por Anna Quindlen
Nueve de cada diez estadounidenses, según las encuestas, apoyan los planes de educación sexual en las escuelas. Pero, en lo que representa otro ejemplo de lo mal que pueden funcionar las cosas en Washington, el Congreso aprobó el gasto de US$ 1.500 millones para programas que predican solamente la abstinencia y se oponen a la instrucción escolar. Y todo a pesar de los siguientes hechos:

1) No funcionan. Un estudio conducido por el Departamento de Salud durante la última Administración de Bush mostró que los adolescentes que tomaron clases de abstinencia no resultaron ser menos propensos a tener relaciones sexuales.

2) Son contraproducentes. Otros estudios mostraron que los adolescentes que toman clases de abstinencia son menos proclives a usar métodos anticonceptivos, en parte quizás porque esos programas sólo enfatizan sus tasas de fracaso.


3) Todos comprenden esto. Un número creciente de estados está rechazando fondos federales para implementar programas que eduquen sobre la abstinencia. Texas es el que más gasta en esos programas, y tiene una de las tasas de maternidad adolescente más altas del país.

El presupuesto del presidente Barack Obama parece reflejar el sentimiento de la mayor parte de los estadounidenses, y promete “enfatizar la importancia de la abstinencia mientras suministra información médicamente correcta y adecuada a la edad a los jóvenes que ya son sexualmente activos”. En otras palabras: se puede caminar y mascar chicle al mismo tiempo. Pero no en el tipo de educación que se basa de manera exclusiva en promover la abstinencia, donde lo único que se enseña es que el sexo entre casados es bueno y es malo entre quienes no lo son.

¿Homosexualidad? Ni siquiera se toca el tema. Las guías en Utah, por ejemplo, prohíben a los docentes discutir “los aspectos intrincados del coito, la estimulación sexual o el comportamiento erótico”. No estoy seguro de qué significa eso: ¿los docentes no tienen que enseñar el Kama Sutra, o tampoco el Cirque du Soleil? Por supuesto, los programas de educación sexual no son la panacea. Hasta algunos de los más abarcadores son incompletos. Con el acento puesto en el HPV (virus del papiloma humano), las enfermedades de transmisión sexual y el embarazo adolescente, parecen ignorar un punto crítico: el placer. Son el equivalente a hablar sobre Salmonella sin mencionar que la comida es rica.

Pero el sentido común dicta que las escuelas deberían ofrecer una perspectiva amplia del comportamiento sexual. La misma perspectiva amplia que deberían tener los nuevos funcionarios de Obama, evitando usar los escasos recursos solamente en aquellos programas que no ofrecen la inconveniencia de la complejidad.                                                                   

* Quindlen es periodista y escritora, ganadora de un Premio Pulitzer.
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