Internacionales

Jefe, no va a poder irse

En medio de la crisis, empleados franceses secuestran a sus directivos.

Por Tracy McNicoll
Hay muchas razones para odiar al jefe, pero pocos expresan su frustración como los franceses. En los últimos meses,  obreros de grandes empresas amenazados con recortes salariales y despidos encerraron a ejecutivos en sus oficinas, dejándolos cautivos hasta 36 horas. En la fábrica de Sony, empleados iracundos bloquearon la entrada de la planta con ramas y troncos, y retuvieron  a sus jefes durante toda la noche. En otro “secuestro ejecutivo”, cuatro docenas de trabajadores de una planta de Caterpillar detuvieron a cuatro ejecutivos durante 24 horas.

La táctica funcionó. La pena por mantener al jefe como rehén es de cinco años de prisión, pero la mayor parte de las compañías no presentó cargos, sino que otorgó concesiones, como paquetes más generosos para los despedidos.

La opinión popular también apoya a los secuestradores. En una encuesta, el 55 por ciento de los participantes respondió que “la acción social radical, incluso violenta, como bloqueo de fábricas y caminos, y hasta el secuestro de ejecutivos y jefes” está “justificada”.

Este fenómeno francés es producto en buena parte de la inusitada estructura de los gremios del país. Hace décadas, el Gobierno otorgó lucrativos poderes a un puñado de sindicatos, entre otros la autoridad para administrar programas de pensión y el derecho de negociar en nombre de los obreros franceses de los sectores público y privado. Pero, pese a la creencia popular, Francia es hoy el país menos sindicalizado del mundo desarrollado, dado que sólo un 8 por ciento de los trabajadores paga cuotas (la cifra es de 11,6 por ciento en EE. UU. y 28 por ciento en el Reino Unido). Por supuesto, los obreros franceses se suman a la disputa de muy buen grado y, a diferencia de los dirigentes de otros países, los políticos franceses no hacen oídos sordos a sus demandas. “En algún rincón de sus mentes persiste la imagen de la guillotina y el poder del pueblo”, explica John Monks, secretario general de la Confederación Europea de Sindicatos (CES).

Los secuestros a ejecutivos se hicieron populares en la década de 1970, pero  cuando llegó la crisis económica, el año pasado, no sorprendió que volvieran a registrarse. Por eso, ahora están redactando nuevas reformas. En agosto pasado, el Parlamento aprobó una ley que pretende ceñir el poder de negociación de los sindicatos a los resultados de las elecciones corporativas, lo que va a favorecer a los moderados y podría convertirse en un hito cuando entre en vigor, dentro de cinco años. Entre tanto, los revolucionarios seguirán controlando las murallas. Y sus jefes harían bien en llevarse un cepillo de dientes a la oficina. 


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