Taringa!

Millones y polémica online

Es el sitio argentino que más crece, pero su corta historia está signada por el dinero que vendrá y las disputas societarias.

Por Sebastián Catalano
Pasa casi siempre. Ocurrió en Microsoft, en Apple y hasta en el muy de moda Facebook. ¿Por qué no iba a pasar con Taringa.net, por estos días el sitio de Internet más exitoso del universo virtual argentino, el mismo que, según cálculos muy optimistas de sus dueños, podría valer US$ 20 millones? Así, como buena parte de las empresas emblemáticas del mundo tecno —salvando las distancias y los tamaños—, Taringa también tiene un comienzo signado por el vértigo de un negocio que explotó y sube como un ascensor sin frenos ni techo y por peleas entre sus socios. Bill Gates se “deshizo” de Paul Allen; Steve Wozniak se bajó de Apple en los ‘80 y le dejó el trono a Steve Jobs, y Mark Zuckerberg, el caprichoso fundador de Facebook, se sacó de encima a casi todos los que lo acompañaron en los primeros días de la red social más exitosa del momento. En Taringa pasó más o menos lo mismo: un ciberculebrón bien argento, una trama rodeada de éxito, algo de dinero, amores, odios y traiciones.

La historia está protagonizado por tres jóvenes, dos hermanos y un socio de origen japonés (que dicen que no pero no deben poder dejar de pensar en cuánto van a ganar cuando vendan el site); por un fundador desconocido e idolatrado, por “Cypher”, una figura casi mítica para los taringueros que abandonó el proyecto cuando todavía no había despegado (que dice que no, pero algo se debe arrepentir por su renuncia precoz); por un ex socio, abogado y profesor universitario, que salió del negocio en pocos meses peleado con los sub30 y que ahora destapa la olla contando las intimidades de la sociedad (que dice que no, pero que debe sentir que estuvo ahí, cerca, y que la oportunidad se le escabulló de las manos) y por 2,1 millones de usuarios (que dicen que sí a diario) y muchos de los cuales, por no decir todos, se sienten los verdaderos dueños del site.
En Taringa aman los caramelos Sugus verdes. Es raro: los amarillos, los rojos, y sobre todo, los azules son, sin dudas, los favoritos de la gran mayoría. Pero no. Acá, en este tres ambientes pegado al Alto Palermo, se matan por los caramelos de manzana verde y de menta. Gran noticia para los visitantes. El clima es relajado. En total son 12 personas, entre jefes y empleados. En todo momento todos están sentados frente a una PC moderando el site, haciendo actualizaciones o vendiendo publicidad. A Matías Botbol, Hernán Botbol y Alberto Nakayama, los Taringa Boys, se les nota el entusiasmo a flor de piel cada vez que hablan de su exitosa criatura.

Con 2,9 millones de visitas únicas diarias y más de 80 millones por mes, Taringa es el sitio argentino de mayor crecimiento en los últimos años. Según Alexa (un sitio que se dedica a medir rankings de sitios web en todo el mundo), ocupa el puesto 152 a nivel mundial, es octavo en tráfico en la Argentina (por sobre MercadoLibre y Clarin.com) y Google dice que “Taringa” es la palabra buscada que más creció en 2009 en toda la región. “Hoy tenemos unos 2,1 millones de usuarios registrados y 6.000 nuevos por día. Pero lo que pasa es que no hace mucho eran 4.000 por día... por eso ya esperamos que sean 10.000 diarios dentro de seis meses. Yo me pongo a pensar de dónde sale la gente y no entiendo nada”, se sorprende Hernán, 26, a punto de terminar la carrera de Administración de Empresas en la UADE. La facturación de la empresa, según quienes están cerca de sus dueños, es de unos US$ 40.000 por mes.

Pero ¿qué es Taringa? Para sus dueños es un sitio web que funciona en base a una comunidad online organizada, una minisociedad que genera y comparte sus propios contenidos o cosas que encuentra en la Red. “En vez de hacer un mail con una página copada que encuentran, lo suben a Taringa. Es como una evolución de los foros virtuales. Taringa no es un espacio para debatir, sí para compartir, más allá de que un mensaje genere muchos comentarios (y discusiones dentro de ese mismo post). La idea es compartir”, dice Matías, 30, casado, dos hijos, diseñador gráfico. De eso se trata, parece: compartir y sentirse protagonista. Estar, pertenecer. “Compartir está bueno, hace bien. Y acá se comparte sin costo. El que postea quiere destacarse: todos queremos figurar y ser alguien dentro de la comunidad, que siempre mantiene un poco ese tono under”, dice el más chico de los Botbol.

Su eslogan es “Inteligencia colectiva” y se trata de uno de los emergentes de la tan mentada web 2.0, el nuevo escenario en el que los usuarios se cansaron de mirar y se pusieron a crear contenidos virtuales. Muchos de ellos llevan adelante este proceso en Taringa y ahí comparten de todo: desde un sitio web gracioso y noticias, hasta pornografía y archivos ilegales, como software y música pirateada. Estas dos últimas categorías “non sanctas” hicieron que a) el sitio tuviera que abrir un hermanito porno, Poringa.net, y b) que todo el proyecto navegue siempre en las grises aguas en que se mezclan la falta de legislación y las denuncias por violación de copyright.

Desde Taringa juran que no hacen nada ilegal: sólo publican links y no tienen ningún archivo trucho alojado en sus servidores. Por lo tanto, dicen, cero delito. Muchos abogados no opinan lo mismo y, a pesar del vacío legal, creen que ese inocente link facilita la comisión de un delito. Pero nada está claro.

Mucho de lo que pasa en Taringa traspasa las fronteras de los bits y llega a los medios tradicionales. El último ejemplo quizá es un papelón del diario Olé, que este martes 12 publicó en su tapa una foto de una supuesta bandera de River protestando contra los dirigentes del club. La bandera estuvo en la cancha, pero no decía lo que la tapa de Olé dijo. ¿Qué pasó? Un taringuero —“Mandrake_007”, 23— abrió el Photoshop y cambió la foto original: en lugar de protestar contra la “defensa”, la bandera terminó protestando contra los “dirigentes”. Luego la subió a un foro riverplatense, alguien en Olé la vio y la puso en la tapa del diario deportivo. Pocas horas después —en Taringa, obvio— Mandrake contó la historia en el post “Olé me hizo famoso con una photoshopeada”. Él y los más de 200 taringueros que lo comentaron se rieron bastante del affaire. 
La historia de taringa también tiene su prehistoria. Una que nació en 2004. Por entonces, “Cypher” —Fernando Sanz, en realidad— estaba en el secundario y lanzó el sitio para practicar programación. La idea creció y dos años después tenía 35.000 usuarios, un registro cerrado (no se admitían nuevos miembros) y un fundador harto que tiró la toalla y se fue a Costa Rica a trabajar. Él mismo lo explicó en su blog: “Estaba un poco asqueado y decidí venderlo porque estaba fuera de mi control y no tenía tiempo para dedicarle. No pensaba atiborrar el sitio de publicidad para mantenerlo, y tampoco poner un peso más de mi bolsillo para algo que ya no me causaba tanto placer”. También habló allí del origen del nombre del sitio: ninguno. “Fue una palabra totalmente improvisada que luego resultó existir. Nunca le hubiese puesto ese nombre de haber sabido que en Taringa.com hay un centro de enemas”.

Los hermanos Botbol, que desde su empresa Wiroos le habían dado el servicio de hosting a Taringa, se ofrecieron como compradores. Se asociaron con Esteban Mancuso, profesor de Hernán en la UADE, pagaron US$ 5.000 y se quedaron con el site. La sociedad duró algunos meses e hicieron varias mejoras, pero se pelearon. No hubo muchas más novedades de la sociedad frustrada hasta hace unas semanas, cuando Mancuso contó en un programa de radio en Internet sus desventuras con la cúpula taringuera. Y les dio con todo.

Si bien Mancuso reconoce que se va a “amargar un poquito” si venden Taringa en una cifra millonaria, dice que se fue en parte advertido de que la empresa podría tener problemas legales por piratería. También asegura que si bien no se sintió estafado por sus ex socios, sí defraudado. “Puse una suma de US$ 3.000 y en siete meses me llevé US$ 5.000, un retorno de la inversión que no está mal. Los chicos manejan bien el concepto del sitio, lo hicieron crecer. Pero yo apostaba más por una red social”, explica este abogado de 34 años, que no ejerce y trabaja en publicidad. “A los tres les molesta muchos que la gente idolatre tanto a ‘Cypher’. Compraron un sitio y lo continuaron pero nunca podrán decir que son los creadores de la comunidad”, dice. Es cierto, el “que vuelva Cypher” y “qué épocas aquellas”, son clásicos entre la comunidad taringuera.

Pero “Cypher”, que hoy tiene 23, no vuelve “ni ahí”. “Para mí nunca fue un negocio. ¿Viste las ojeras que tienen los Botbol? Yo me quedo tranquilo acá, en Luján, con mi negocio de informática. Ni pienso en la plata”, le dice a Newsweek, y avisa que está negociando para vender un 10 por ciento de la empresa que tiene desde siempre.

En las oficinas de Taringa prefieren no mencionar mucho todas estas cuestiones y dicen que los tres socios ya son dueños de la totalidad de la empresa. Hernán parece el más enojado con su ex profesor y socio. “Nosotros no somos expertos emprendedores y nos asociamos porque necesitábamos ayuda. Él creía que seguíamos en clase y que nos podía decir lo que teníamos que hacer.  Ni siquiera se le ocurrió armar una sociedad. Empezó a dar órdenes y lecciones y chau, se pudrió todo”, sintetiza. Matías pela un Sugus verde y, serio, asiente con la cabeza. “Nos equivocamos con él y nos equivocamos todo el tiempo. No somos empresarios, estamos aprendiendo. Pero nos trató de mentirosos y estafadores. Se ocuparán los abogados...”, asegura.

Parece que los chicos crecen y aprenden rápido a hacer negocios y a contratar asesores legales.
Alberto Nakayama —28, casado, sin hijos— mira desconfiado y sonríe, pero muy poco. Es el más críptico de la cúpula taringuera, el “techie” del team. Autodidacta en sistemas y programación, trabajó con Matías a fines de los ‘90 y después se fue tres años a China. Llega tarde a la charla con Newsweek y no queda claro si su evidente fastidio es por la entrevista misma o porque sus socios no le avisaron que había empezado. Es él, según Mancuso, el que hizo lo imposible para darle salida de la sociedad. Después, por mail, se lo nota de mejor humor.

Los tres socios coinciden: siempre le tuvieron fe al proyecto. Pero un día algo hace click y la posibilidad de éxito se convierte en éxito real, papable. Algo que bulle en la pantalla y que huele a dinero. Para Matías ese momento fue cuando el sitio llegó a 60.000 usuarios. “Era como tener la cancha de River llena. Ahí me cayó la ficha”, recuerda. Ahora, el que asiente es Hernán: “Trato de ver números porque pensar en personas me pega muy fuerte. Ahora —mira la pantalla— hay 90.000 conectadas al sitio”, comenta el “sales manager” de la puntocom. Los Botbol juran que no quieren fama y que adoran el perfil bajo. Hernán recuerda la vez que alguien lo reconoció en la puerta de un banco. “Creí que el flaco mi iba a robar, pero me pidió una foto. Me puse recolorado”, recuerda. “No soy ni estoy agrandado pero, en cuanto a mí mismo, no estoy sorprendido. Me considero alguien no conformista que sufre si no mejora y veo a Taringa como una consecuencia y no al revés. Mis socios tienen la misma cualidad, no se duermen en los laureles”, agrega Alberto.

Lo legal y lo no legal es un tema ineludible en esta empresa. Pero los tres socios dicen estar tranquilos, a pesar de que algunos de los que los conocen aseguran que les llueven cartas documentos a diario. Los tres hacen la mueca internacional de “qué me importa” —hombros para arriba, comisuras para abajo— y cuentan que tienen abogados y un sistema online de denuncias de contenidos prohibidos que funciona muy bien. “Cuando se sube algo que no corresponde lo sacamos del aire enseguida”, promete Matías. “El último problema lo tuvimos en Poringa! con el supuesto video porno de Marixa Bali. Ella fue al programa de la colorada de Canal 9 (Viviana Canosa), nos nombró al aire y nos dijo que iban a hacernos juicio. Me escribieron las amigas de mi vieja…”, dice entre risas.

El modelo de negocios es 100 por ciento publicitario. “Ahora tenemos campañas de Axe, Rexona, Nike, Globant y trabajamos con los sistemas de publicidad de Google y Yahoo! Es difícil que nuestro modelo se base en otra cosa. Nuestros usuarios son los que generan los contenidos y obvio que no podemos cobrarles. Tenemos tráfico, volumen y eso es publicidad”, dice Matías.

O sea: Taringa gana dinero haciendo lo mismo que llevó a otros, hace casi diez años y antes de que estallara la burbuja puntocom, a la quiebra. Los tiempos cambiaron, Internet es otra. Todos somos otros. “No había tanta gente, las conexiones eran malas, las computadoras también y generar contenidos era muy costoso. Fue como un intento a destiempo y se rompió eso de que todos ponían plata a lo loco. Se terminó la plata y el glamour”, describe Matías. En ese momento nació Google, tan simple y despojado, con un sistema de publicidad novedoso. Y comenzó a asomar la era del blog. “Es cuando nacen proyectos como Taringa, con una estructura súper chica y niveles muy altos de tráfico y actualización de contenidos. La plata y los esfuerzos están dedicados a sostener la estructura y no a generar los contenidos, porque los genera la gente”, afirma Hernán. Y funciona. Tanto, que ahora hasta los políticos tiene en cuenta a estos nuevos medios para publicitar durante sus campañas electorales. Carlos Heller, candidato oficialista en Capital Federal, empezó a poner banners en Taringa hace una semana. “Es el primero. Paga por un espacio y obvio que puede escribir posts, pero si lo hace va a tener que bancarse que la gente le diga lo que piensa”, dice Hernán. “Esto es Taringa: acá no vamos a bajar un comentario que no le guste a un político. Está en el site porque paga la publicidad… ¿Si está Nike por qué no va a estar Heller? Además, estuvo toda la historia de Obama y ahora todos quieren ser como él”.

Y no sólo eso. Emulando los sistemas de Google, en Taringa trabajan en SocialAd, una nueva forma de segmentar los avisos que, aseguran sus dueños, permitirá colocar publicidad en base a los intereses de los usuarios. “Pero conocemos a los usuarios y si no están de acuerdo pueden no participar”, se atajan casi a coro los tres socios y avisan, por las dudas, que el sistema no guardará datos de los usuarios de Taringa, que son muy sensibles y, como son los que “trabajan”, es mejor no alterarlos demasiado. 
Cuánto vale y cuándo se vende son otras de las preguntas cantadas en las oficinas de Taringa. Y sus dueños están entrenados para contestar sin contestar. Calculan, como al pasar, lo que ocurrió con la venta del sitio Fotolog.com, que cobró US$ 10 por usuario. Pero US$ 20 millones es una cifra suficiente para volar más de una cabeza, y ellos prefieren mantener las suyas sobre sus hombros, al menos por ahora. “Hubo sondeos”, confiesa Hernán. “No descartamos nada, pero ahora no nos vamos a deshacer de la empresa. Sí por ahí podríamos recibir una inversión para crecer y en lugar de estar acá, por ejemplo, tener una oficina en Puerto Madero, con 10 LCD y 30 empleados más. En seis meses Taringa va a ser todavía más realidad y menos promesa. Y eso es más dinero haciendo lo que nos gusta”. Hernán termina la frase y en el mini-headquarters del último gran negocio de la Internet argentina, en medio de papelitos de caramelos de colores, los tres socios de Taringa se miran entre ellos. Les brillan los ojos.
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