Nota de Tiempo Argentino
Aquellas personas que, por trabajo o placer, solían pasar las tardes en el balneario Áfrika, de la ciudad bonaerense de Villa Gesell, saben que ahí nada será lo mismo. En ese lugar, donde el jueves un rayo mató a tres jóvenes y dejó heridas a otros 22 turistas, una de las cuales murió el viernes, hoy se vive un duelo al cual nadie escapa. Turistas, dueños y empleados decidieron volver a sus puestos, a transitar juntos ese dolor, sumado a la permanente sensación de que "
le podría haber tocado a cualquiera" de ellos.
"Volvimos a nacer" es la frase que más se escucha entre quienes vivieron de cerca esta tragedia. Así lo dice María Laura Ábalos, que está de vacaciones con su familia en un departamento del único edificio que queda frente al balneario, en la calle 123. El jueves estaban en la playa, en la carpa de siempre, cuando se acercaba una nube negra. "
En el mar, el cielo estaba limpio. Se veía que iba a ser una tormenta pasajera, pero nadie imaginaba la magnitud", recuerda María Laura ante Tiempo Argentino.
Esa nube negra, que cubría sólo una parte del cielo, fue suficiente para que Benicio, su hijo de apenas cuatro años, se asustara y pidiera a sus padres que lo llevaran de vuelta al departamento. "Nos salvó el ángel protector Benicio", resume Pablo, su papá.
Igual que el niño, Patricia Mauro (49) se quiso ir, pero más lejos: de vuelta a la Capital. "Quedate unos días más", le habían rogado sus vecinas de carpa, y accedió.
El jueves a la tarde, cuando cayeron las primeras gotas, agarró su bolso para salir de la playa, pero vio que esas vecinas se estaban mojando, y las invitó a protegerse en su sector. "
Menos mal que esperamos ahí", dicen todas, casi al unísono. "De repente, escuchamos un ruido de explosión, como una bomba. Primero se vio un rayo muy lejos y después, al rato, se vio en el mar", recuerda María Alejandra Del Percio (51), sin poder precisar cuánto tiempo transcurrió entre una imagen y la otra. "Antes bromeaba con la edad, pero hoy agradezco que en mayo voy a poder cumplir los 50 años", reflexiona Patricia.
"Abajo del tamarisco estaba lleno de chapitas metálicas de gaseosa. Eso pudo haber atraído el rayo". La cancha de vóley, que distingue al balneario, ahora se usa poco. En la carpa 5, donde se produjo el fenómeno, todavía hay algunas de las flores que el viernes alguien dejó para homenajear a las víctimas. Esa carpa se diferencia de las otras sólo porque es la única con su techo levantado. Hay menos gente de lo habitual, pero quizás sea por el viento frío que, a pesar de haber sol, no alcanza para andar con poca vestimenta. Las banderas de Áfrika siguen a media asta pero el bar reabrió, después un día de luto.
"Nos va a llevar años superar esto", reflexiona Emilce Gioia, una de las dueñas del parador, con los ojos a punto de lagrimear, después de haber pasado dos días en el Hospital Municipal, acompañando a los heridos y las familias de las víctimas fatales. Enseguida agrega: "
Hay mucha gente que nos quiere, nos apoya, y necesita que sigamos adelante. Y hay que seguir, más que nada por ellos".
Paula Principato (42) vio todo desde su departamento. "No me tenía que tocar", dice, pensando que todos los días está en la carpa ubicada justo atrás de la 5. Como el jueves estaba nublado, llevó a los chicos a dormir la siesta y pasó un rato por la pileta. Ahora aclara: "Lo que pasó no fue por negligencia. Fue una fatalidad y, gracias a Dios, nosotros no estábamos".
María Victoria Pietropaolo (37) sintió el rayo en el cuerpo. "Es una electricidad. Me dio como un fogonazo en la mano. Y en la pierna me agarró entumecimiento", cuenta. "Yo sentí algo en la cabeza. Después vimos los cuerpos tirados. Fue horrible", suma Alejandra. "Salíamos dos segunditos más y...", se queda pensando Noemí Rocca (57).
Todas llevan varios veranos de vacaciones en Gesell y siempre en el mismo parador. En ese dato se basan para explicar por qué decidieron volver después de la tragedia: “"o queríamos venir a tomar sol, porque nos parecía de morbo, pero sí queríamos pasar a ver qué había pasado con los carperos", dice Del Percio.
Los tres colaboradores que tiene el balneario en la zona de carpas estaban haciendo su tarea habitual durante la lluvia: sacaban las lonas por si se levantaba viento, y les sugerían a los turistas que volvieran a sus hogares de verano. "Les estaba diciendo que se fueran", cuenta Pedro Díaz, que es el único de los tres que está trabajando en estos días porque a Ramón y a Walter el rayo los tiró al piso y sufrieron algunas lesiones.
Lo mismo que Pedro hizo Marcela Bovina (52) con su familia, cuando se acercaba la nube. "Sacamos del agua a mis hijos y sus amigos, todos de entre 14 y 18 años, y nos fuimos al parador", recuerda. Marcela se reconoce miedosa, sobre todo en lo que respecta a las tormentas y el mar: "Me da pánico que todo eso esté junto. Si estoy en la playa, en cuanto se larga a llover, me voy", resume.
Pero las primeras gotas no hacían pensar que se acercaba una tormenta fuerte y por eso Bovina se animó a salir del parador a fumar un cigarrillo. "De repente, lo veo venir a Federico, el guardavidas. Se escucha un ruido fuerte y detrás de Fede veo una bola de fuego", repasa, todavía impresionada, y aún lleva colgado el rosario de madera que en ese momento agarró fuerte para rezar. "Esto es una desgracia que no había pasado nunca.
Vinimos a acompañar a los dueños porque los conocemos desde hace años", detalla Marcela, se queda pensando, y acota: "Estás de vacaciones y te cae un rayo de la nada. ¡Una locura! Me acuerdo de Priscila (Ochoa, de 16 años, que murió el viernes, después de un día en terapia intensiva) porque jugaba al vóley todo el tiempo. Es una tristeza muy grande y un hecho que le pudo haber tocado a cualquiera de nosotros".
12 de enero de 2013