Por Angeles Lopez
¿Qué sucedería si un día entro al banco y (sin usar revólver ni máscaras ni violencia de ningún tipo) tomo de un cajero $2500 y me retiro? ¿Qué consecuencias traería si, sin mediar palabra, decido que el dinero que está allí pase a ser de mi propiedad, sin permitir ningún cuestionamiento?
Claramente, la justicia, el sentido común, la opinión pública y cualquiera que aplicara razonabilidad al planteo lo condenaría. Pero el criterio no aplica si es al revés.
Un cajero (no humano, pero para el caso es irrelevante) se "traga" el dinero de un depositante. En sus narices, sin titubear.
Un ahorrista (que no puede elegir qué medios usar para guardar su dinero) deposita su dinero y el banco se lo queda. Y después le dice que no hizo nada. Y con sorna -y cierto desdén- le dice al cliente que el reclamo es ilegítimo y que si no le gusta cierre la cuenta.
No importa cuánto dinero se "tragó" (puede ser poco para algunos y mucho para otros), el cajero engulle los ahorros y al que no le gusta, que se joda.
Eso sucedió en el Banco Galicia, sucursal Nordelta: el día 12 de abril la terminal de autoservicio 500 dejó de funcionar en mitad del proceso de depósito de un usuario. No había ningún empleado "de carne y hueso" (ya eran más de las 15, por la interminable cola de los rehenes que esperamos mas de una hora que nos tocara el turno en dos de las 3 terminales de esa sucursal) que pudiera dar una respuesta. El reclamo (que se hizo inmediatamente por los canales habilitados) cayó en saco roto: Galicia desconoció la falla, negó la restitución del dinero y le dijo a su cliente (de doce años de pago puntual y debido de todas las comisiones, cargos, impuestos y todos los kilométricos y abusivos ítem que cobran los bancos por cada cliente) que si no le gusta el resultado, que cierre la cuenta. Click, caja. O sea, como en la película el robo del banco, pero al revés.
No es una cuestión aleatoria ni individual: centenares de reclamos -para el Galicia y a otros bancos, no hay mucha diferencia entre uno y otro- se multiplican en las redes; aunque caen en saco roto. Los "fallos de sistema" quedan anulados por cierres de reclamo parciales, amenazas de cierres de cuenta (que en la práctica no se concretan porque uno está atado a los bancos como el barco al ancla).
Los empresarios piden al Estado que haya reglas de juego menos abusivas y atropellen menos los derechos de los usuarios. Pero del otro lado del mostrador también habría que revisar ciertas prácticas desleales. Los privados son, también, abusivos e invasivos.
En el medio de uno y otro está el ciudadano-usuario-cliente. El único que termina mordiéndose la lengua de bronca pero sigue pagando, perdiendo, sintiéndose ultrajado en sus derechos. Los impuestos no son la única forma de estafar a los ciudadanos. También existe una forma privada, como por ejemplo, la de cajeros hambrientos que se tragan parte del dinero ajeno y, sin inmutarse, hace "provecho" en la cara de quien les paga.