Internacionales

Un cuento griego

Sin dudas, Grecia está en bancarrota económica. Pero muchas de las películas y los libros del momento tienen que ver con sus héroes de la Antigüedad.

Por Jeremy  McCarter
Si los antiguos griegos hubieran inventado un sistema de derechos de autor duradero, además de la torta de queso, el teatro y la democracia, quizás los griegos modernos no tendrían tantos problemas. Mientras tanto, las editoriales y los estudios cinematográficos de todo Occidente se enriquecen con las historias y los personajes extraídos del mundo griego antiguo: un auge de novelas y películas helenistas que llegó a su punto cúlmine con el estreno de la nueva versión en 3D con un presupuesto altísimo de “Furia de Titanes”. Diría que toda esta usurpación es irónica, pero sería meter el dedo en la llaga: los griegos también inventaron la ironía.

La deuda que la cultura occidental tiene con la antigua Grecia es tan grande que casi no hace falta calcularla. En la era del romanticismo, Shelley reescribió una de las obras de Esquilo para poner la atención en la guerra de la independencia griega; “La Odisea” le dio a Joyce la base para una obra de arte del modernismo del siglo XX. Más cercano a nuestros tiempos, los productores de la versión de Hollywood de  “Furia de Titanes” (1981) se concentraron en el mito de Perseo para… bueno, no queda claro lo que intentaban hacer, más allá de exhibir los divinos mechones de Harry Hamlin (dio resultado).

En los últimos años, los artistas hurgaron en ese baúl más frecuentemente que lo habitual. Los artistas modernos necesitan identificar el espíritu que inspiró las historias todos esos siglos atrás y traducirlo a las diferentes circunstancias actuales. El controvertido historial de intentos por hacerlo sugiere que necesitan más ayuda que la que obtuvieron hasta ahora.

La literatura imaginativa, en particular los poemas y las obras de teatro, es el monumento más legítimo y duradero a la gloria que fue Grecia. Las epopeyas de Homero, “La Ilíada” y “La Odisea”, describen un mundo en el que los dioses se mezclan con los mortales: conspirando, luchando, teniendo sexo. La fusión del espectáculo sobrenatural y el gran drama humano es muy fotogénico, lo cual lo hace muy atractivo para Hollywood. Sin embargo, esto no significa que hacerlo bien sea fácil.

Piensen en una película de hace unos pocos años: “Troya”. En su nuevo libro “La guerra que mató a Aquiles”, Caroline Alexander observa que “no hay acción en la Ilíada que no tenga una impronta divina”. Pero la película suprimió a los dioses, dejando que la psicología individual explicara la Guerra Troyana lo mejor que pudo, lo que terminó haciendo muy mal.  Aquiles (Brad Pitt), no era una máquina asesina mitad dios mitad persona, cuya increíble furia guerrera hacía que sus remordimientos por la guerra fueran dolorosamente conmovedores: era más parecido a un surfista quisquilloso.

Mantenerse fiel al espíritu de los griegos —sacando de los mitos lo que Homero y los demás pusieron en ellos— significa darles un rol más libre a la sensación de asombro que ellos llevaban consigo cuando exploraban su mundo misterioso.  “Percy Jackson y los dioses del Olimpo: El ladrón del rayo” logra un resultado un poco mejor. Basada en la serie de novelas de Rick Riordan, la película imagina que los dioses griegos siguen estando muy involucrados con los seres humanos. De hecho, tanto, que siguen fecundándolos. El protagonista descubre que aunque parece un estudiante indiferente con dislexia y placer por la natación, en realidad es hijo de Poseidón, el dios del mar.


Mientras Percy se embarca en una aventura para rescatar a su madre, que es sólo una mortal, atraviesa un espectro de mitos griegos todos mezclados. De ese modo, el Monte Olimpia se levanta muy por encima del Empire State, y la encantadora isla de los lotófagos de “La Odisea” se convierte en el Lotus Casino de Las Vegas. En las manos del director Chris Columbus, parte de esto sale bien. Percy se enfrenta a un enorme minotauro capaz de sacudir un Buick que hubiera espantado al mismo viejo Teseo. Incluso con más inteligencia, Percy usa la parte posterior brillante de su iPod para evitar convertirse en piedra cuando se enfrenta con Medusa.

Sin embargo, los momentos encantadores de la película no logran superar del todo una trampa: cómo ubicar el espectáculo del Olimpo en el mundo moderno. Uma Thurman merece mejor destino que el rol que desempeña aquí, haciendo de Medusa como una pantera de cabello serpenteado que seduce al dulce Percy; y Pierce Brosnan parece tan desconcertado como yo al ver a un centauro gruñón representado por ese actor.


Extraños impactos de mitos distantes y realidad familiar sugieren que Homero y los grandes escritores de tragedias de Atenas sabían lo que estaban haciendo cuando ubicaban casi todas sus historias en el pasado remoto. En “Tragedia griega”, el nuevo estudio exhaustivo sobre Esquilo, Sófocles y Eurípides, Edith Hall sostiene que ese cambio de época era fundamental para los dramaturgos, ya que les brindaba una forma de cristalizar “las ansiedades, aspiraciones, tensiones y contradicciones que son la base de la sociedad y el pensamiento atenienses”. Más allá de su brillantez para contar historias, es esta insistencia en que la literatura trate de responder las preguntas difíciles lo que permite que la cultura griega perdure. Si los productores de cine y otros artistas desean hacer las cosas bien de acuerdo con los mitos en la actualidad, no es suficiente con tomar prestadas las jugosas historias con los rayos del Olimpo, sino que deben respetar el impulso de investigación que motivó las historias.

De vez en cuando, los artistas de teatro tratan de hacerlo yendo directo a la fuente, montando reestrenos de “Agamenón”, “Las bacantes” o algún otro clásico ateniense. Por lo menos en Nueva York los resultados últimamente tendieron a ser malos o aburridos, demasiado burdos o extravagantes para capturar la belleza y la ferocidad de los originales. El trabajo interesante proviene de escritores como Charles Mee, que mezcla obras griegas con textos modernos para crear un híbrido. En “Iphigenia 2.0”, utilizó la historia de Agamenón que sacrifica a su hija por la Guerra de Troya para plantear cuestiones sobre la sociedad individualista de EE. UU. mientras invadía Irak.


Un intento más reciente de explorar lo misterios modernos surge de John Banville. Su nuevo libro, “The Infinities”, como la película Percy Jackson, supone que los dioses siguen rondando por el mundo. La novela transcurre en un solo día en la casa de Adam Godley, un matemático brillante que yace en coma en lo que parece ser su lecho de muerte. Mientras su familia y amigos atienden sus necesidades y se pelean entre sí, sólo el perro nota que el dios mensajero, Hermes, está flotando por la casa. Y sólo Hermes observa que el propio Zeus se dio una vuelta para poder dormir con uno de los bellos mortales.

La interacción entre dioses y seres humanos clarifica uno de los temas del libro: la disolución de fronteras, de las limitaciones en sí. “En una infinidad de mundos están cubiertas todas las posibilidades” es una de las lecciones de la investigación de Adam, que sucumbió a la fusión en frío y redefinió nuestra visión del cosmos. Incluso hoy las personas están atrapadas luchando con conflictos aún más antiguos que los griegos. Uno de los más complejos es la relación entre padres e hijos. Hermes permanece subordinado a su padre, Zeus, y medita sobre lo que sucedería si Zeus muriera (lo cual Hermes dice que desea); el joven Adam lucha con el legado de su propio padre poderoso. Sus preocupaciones giran en espiral cuando irrumpe la voz narrativa: al final no queda claro si la historia es narrada por Adam, Hermes, ninguno o ambos.

De todos los últimos esfuerzos por traer a los griegos clásicos al siglo XXI, el que salió mejor es  “Los libros perdidos de la Odisea”, de Zachary Mason. Da a entender que es una traducción de 44 episodios sustitutos recientemente descubiertos de la historia de Homero. En realidad, son cuentos cortos con resultados inteligentes y giros sorpresivos en el viaje de Ulises. La ficción de aficionados nunca fue tan ingeniosa ni divertida.


En algunos de los cuentos de Mason, un Ulises oportunista termina siendo el autor de su propia epopeya. En otros, un episodio familiar se repite desde un nuevo ángulo, como la visión del ojo de los cíclopes del encuentro del monstruo con Ulises, o una nueva versión en tono menor de la pelea con el monstruo del océano, Escila.

Además de capturar la alegría y la rareza de estas antiguas historias, Mason permite reflexionar sobre cuestiones complejas. A diferencia del original de Homero, sus personajes a veces son débiles, cobardes o marginados sociales, lo que nos aporta una manera diferente de pensar el tema homérico de la injusticia del destino. Una y otra vez, la gente pregunta: ¿cómo encontramos satisfacción en un Universo que parece empeñado en atormentarnos? Mason incluso descubre el modo de explorar los misterios del corazón. Lo más cautivante del libro es la relación de Ulises con Atenea. Ella es astuta, insondable y tirana, pero apegada a él. Aunque ella aparece esporádicamente, la trama más clara del libro es una suerte de mirada de una historia de amor entre el héroe y la diosa, que lo cuida hasta el final.

Cuando un libro hace un uso tan encantador del mito griego aunque pertenece en su totalidad a su propio tiempo —lo cual significa no realizar un acto servil de duplicación— nuestra visión de la civilización helénica comienza a parecer deficiente. Tendemos a pensar que la cultura griega está formada por obras, poemas y artesanías de barro que determinados artistas crearon en determinados lugares en un momento en particular. ¿Pero no sumó Mason otra cuenta encantadora a ese cordel? La tradición de los antiguos griegos, de Homero y los grandes poetas, no parece haberse terminado después de todo. Quizás sea menos un corpus geográfica y cronológicamente distinto que un impulso por utilizar determinadas historias y personajes para explorar el mundo de manera rigurosa e imaginativa.

Sin duda es pedir demasiado que “Furia de Titanes” sea tan gratificante e inteligente. Las epopeyas en 3D con alto presupuesto no se prestan a encuentros homéricos forjados a mano. Pero la película podría beneficiar la tradición griega de otro modo.  El auge de la tecnología 3D ofrece una manera nueva y potente de que los mitos hagan lo que llevan haciendo desde hace 3.000 años: probar los límites de la imaginación, que es el primer paso para despertar nuestro sentido moral. Liam Neeson es parecido a Zeus, las batallas son extremadamente sangrientas y las cabezas de Medusa son escalofriantes.
Es posible que los productores de cine no hayan capturado bien el espíritu de los mitos griegos en 3D esta vez, pero alguien lo hará tarde o temprano.

Quién sabe… quizás sean los mismos griegos. No aprovechar al máximo estas excelentes historias antiguas es, entre otros pecados, desperdiciar el dinero. 

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