Veintitrés
José Cibelli: “Las terapias con células madre no están aprobadas”
Es pionero y especialista en clonación celular. El investigador analiza los avances científicos que podrán curar enfermedades hoy intratables. Los riesgos y la necesidad de regulación. Por qué ya no cree en Dios.
Habla haciendo pausas, como si le costara encontrar las palabras adecuadas y el raro acento en su pronunciación delata el problema: José Cibelli, nacido y criado en Venado Tuerto, Santa Fe, se radicó en Estados Unidos hace más de quince años para doctorarse en fisiología reproductiva en la Universidad de Massachusetts. Desde entonces investigó en el área de clonación y células madre, y logró descubrimientos que conmocionaron el mundo científico. Hoy dirige el Laboratorio de Reprogramación Celular en la Universidad de Michigan y viajó al país como organizador y participante del Simposio Internacional sobre Investigación en Células Madre, que organizó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva nacional. Las células madre son aquellas que tienen la potencialidad de convertirse, mediante estimulación química, en células específicas, por ejemplo, neuronas. Y la clonación es el método por el cual se logra una copia idéntica de la célula original. En las dos áreas la estrella del momento es la reprogramación celular (convertir una célula adulta en una embrionaria) mediante la incorporación de cuatro genes, un método cuyo efecto colateral es la formación de tumores. En el simposio, las mesas trataron desde edad biológica de las células, la posibilidad de cooperar con Brasil, hasta regulación de las investigaciones.
–¿Por qué los científicos necesitan una regulación?
–Los comités de ética siempre estuvieron presentes después de la Segunda Guerra para aprobar y unificar los protocolos de experimentación en humanos. El temor actual es que las terapias no están listas para ser aplicadas en un ser humano y no hay datos suficientes que indiquen que sean seguras o efectivas. Pero hay mucha gente con deseos de tener una alternativa de tratamiento a la enfermedad que padece. En Internet hay gente que vende terapias con células madre y lo más probable es que no haya ninguna prueba científica de que sea eficaz. En general esos resultados se determinan con métodos subjetivos, se alarga la vida del paciente uno o dos meses y no se sabe si es por la terapia o por la supervivencia natural. Se necesita una regulación, que quien quiera hacer una prueba clínica lo haga con los agentes reguladores, la ANMAT en la Argentina. Las pruebas son costosas, es verdad, y el dinero es una traba, pero a la larga es lo único que les dará validez a las terapias.
–Acá se habló de terapias para afecciones cardíacas y diabetes, ¿no están aprobadas?
–No, las pruebas clínicas tienen resultados diversos. En insuficiencia cardíaca, un grupo de Boston hizo una prueba larguísima con muchos pacientes y el resultado no es favorable. Otro grupo, en Brasil, tuvo resultados favorables. Hay que ver la validez de los estudios. Si funcionan, son muy sencillas y seguras, son células que no van a producir tumores ni se van a diferenciar en tejidos que uno no desea.
–¿En qué áreas se investiga en la actualidad?
–En todas, diabetes, enfermedades raras, síndromes metabólicos que suelen tener los bebés recién nacidos… Están entrando todos los laboratorios en el tema. No sé cuál va a llegar primero de las investigaciones más avanzadas, que se relacionan con el sistema nervioso porque el protocolo de diferenciación es el más descripto. Para diabetes es más difícil, las células islote no se diferencian tan fácilmente. Si tuviéramos una fuente de sangre confiable, es muy fácil de tratar.
–En el país se promocionan los bancos de células de cordón umbilical, ¿se trabaja en ese tema?
–Siempre digo ojalá que lo hubiera hecho con mis hijas. Es algo que la gente debe aprovechar. Lo único que sabemos seguro es que se pueden usar para enfermedades de la sangre, pero han demostrado plasticidad y potencial. De ahí a que puedan curar una enfermedad, falta. Hoy se investiga en relación a lesiones de médula espinal, sin transformarlas en neuronas sino como factores de crecimiento que ayudarían a reparar la médula. Es todo experimental, la gente debe tenerlo en claro. Aun así, supongamos que no sirvan como células de cordón en sí mismas, van a ser una fuente ideal de células para reprogramar porque se sacaron cuando el bebé nació, son nuevas y más fáciles de reprogramar, no están diferenciadas y tampoco son multipotenciales.
–¿Qué está investigando ahora?
–En el laboratorio tenemos dos áreas, investigación básica y aplicada. En teoría, el uso de los cuatro genes reemplaza a la clonación en la reprogramación celular, en el área básica queremos ver si las células son equivalentes. Una de las preguntas es cuál es la edad biológica de esas células. En clonación sabemos que se resetea el reloj, ahora debemos averiguar qué pasa con los genes. En el área aplicada, colaboramos con el gobierno de España, en células reprogramadas con genes para intentar un tratamiento de lesiones de médula espinal a nivel cervical, es decir, tetraplejia. Estamos en una etapa preclínica con animales, en colaboración con la universidad de Washington, en Seattle. Estamos usando 400 animales, el 80 por ciento está dedicado a estudiar la seguridad de las células, el 20 restante para ver si funciona o no en la reparación de la lesión. Si demostramos que son eficaces, el gobierno español se encargará de las pruebas en humanos.
–La reprogramación con genes tenía graves efectos colaterales, ¿ya se descartaron?
–En el caso nuestro, las células tienen los genes adentro, pero están apagados. Nunca usaríamos esas células para terapia. El plan de trabajo con la agencia europea es hacerlo con un método de reprogramación que no utilice genes. De los cuatro, ya se demostró que tres se pueden reemplazar con moléculas pequeñas.
–¿Si se reemplaza el cuarto no hay objeción?
–La objeción es que siguen siendo demasiado plásticas, potentes, y a pesar de que no formen tumores malignos, como podrían por los genes que se les incorpora, sí pueden tener un crecimiento desordenado y producir lo que se llama teratomas, tumores benignos, que si están en una cavidad ósea, como la médula o el cerebro, produciría el mismo daño. Todos los experimentos que estamos haciendo con respecto a seguridad son para ver la formación de tumores. Y la otra cuestión es saber si migran, las ponemos en la médula y ¿dónde las encontramos después? Vamos a tardar en encontrar la respuesta. Hasta ahora sabemos que lo ideal es usar células jóvenes, por eso las del cordón serían ideales.
–Células adultas que vuelven a ser embrionarias, ¿cómo es el proceso?
–Sigue siendo una caja negra, lo único que sabemos es qué ocurre durante las primeras 48 horas luego de incorporar los genes. Pero una en cien mil se reconvierte totalmente. A los siete días se ven las colonias de esas células que se han transformado, y a las tres semanas se pueden ver sin microscopio. Por eso es tan fascinante el trabajo del investigador japonés que lo describió por primera vez: empezaron a elegir genes, los tiraron adentro de vectores y los pusieron en las células. Y salió como un tiro de escopeta.
–En ese momento estaba trabajando en la misma línea…
–Y sigo. Pensamos que puede haber genes de reprogramación más efectivos que esos cuatro, o un master gen. Pero como dicen en Estados Unidos, la primicia ya fue. Ahora hay que trabajar en lo que viene.
–¿Qué viene?
–Lo que más puede impactar o ayudar a la gente es encontrar formas de reprogramar células que no involucren volverlas al estado embrionario, poder saltar de un lineaje a otro, de fibroblasto a hepatocito. Volverlas a embrionarias es un trabajo tremendo, que se haya demostrado que es posible significa que puede ser posible saltar de una a otra, es cuestión de encontrar los factores. Eso sería ideal porque convierte a las terapias en más seguras. Cuando mucho se terminará con fibroblastos en el hígado en lugar de hepatocitos pero, bueno, no sería tanto problema porque los tenemos allí naturalmente. Por eso digo que la gente debe tener cuidado cuando le ofrecen terapias milagrosas, nadie llega a ese nivel de un día para otro.
–Sin esperanza, es fácil agarrarse a cualquier promesa…
–No conozco un solo investigador serio que no responda a las preguntas de los pacientes. El que está a punto de dar un salto así que mande correo electrónico a diez de los investigadores, uno le va a contestar al día siguiente, el otro al mes, pero le van a contestar. Es lo único que tengo para darles a los pacientes: que busquen información en gente seria que está trabajando en el tema y no está vendiendo nada.
–Dice venta y pienso en propiedad intelectual…
–Está muy bien organizado en Estados Unidos y creo que aquí el ministerio lo va a tratar de la misma forma. Uno trabaja para una institución, el dinero viene del gobierno o de fundaciones, pero la propiedad intelectual queda en la institución, que tiene derecho a la patente siempre y cuando lo que se ha logrado sea único y reproducible. El sistema, a lo sumo, puede encarecer un producto un tres o cuatro por ciento, pero se va a diseminar. El día que se quieran quitar las patentes, no va a haber dinero para investigación. Muchas empresas financian las investigaciones porque saben que están protegidas por las patentes. Hay que mantenerlo y lo digo yo, que no hice ningún dinero con ninguna patente.
–¿Cómo invierten esas empresas?
–Se acerca una a nuestro grupo y dice qué busca, en general los proyectos son muy acotados a lo que quieren. Por ejemplo, un producto para encontrar marcadores de cáncer de próstata. Ok, desarrollamos un plan de trabajo, nos dan el dinero y la universidad promete que, si hay una patente, van a ser los primeros a los que se les ofrecerá la fabricación del producto. En Estados Unidos hay 17 años de gracia antes de que se puedan fabricar genéricos, pero las patentes en América latina tienen sus complicaciones, porque no todos están dispuestos a pagar royalties.
–Vino a fines de los ’90, ¿qué diferencia encontró en el país?
–Guau, pasó por tantas cosas el país… Hay grupos serios, gente tan comprometida, que pase lo que pase en el país en economía o política, seguirán estando. A esos grupos hay que levantarlos. Inclusive me saco el sombrero ante los chicos que volvieron, que dejaron oportunidades en otros países, vinieron sabiendo que tenían otros presupuestos y están publicando muy bien, como Diego Golombek. La productividad del científico argentino, con el dinero que maneja es cien veces más alta que la de uno de un país desarrollado.
–Hace un tiempo dijo que cuanto más investigaba más creía en Dios, ¿lo sostiene?
–No, no sigo pensando de esa forma. Uno tiene derecho a cambiar de idea, ¿no? A lo mejor me estaba refiriendo a que hay preguntas que nos va a costar tanto responderlas, que a veces es preferible decir: tiene que existir algo superior que haya creado tal cosa. Pero la evidencia de que existe un ser superior hasta ahora es muy chiquita, o nada. Uno se puede convencer, pero siempre hay que poner un elemento de fe en el medio, es creer o no, sin explicación, y en mi vida no es así.