Caso Belsunce

El regreso del culebrón

La interna judicial tras la detención de Carrascosa. La cuestionada relación entre el fiscal Molina Pico y el camarista que redactó el falló sorpresa que condenó a perpetua al esposo de la víctima. Herencia millonaria y debacle económica del clan. Además: el libro que permite entender la psicología del viudo.

Por Lucas Cremades y Jorge Repiso

Carlos Carrascosa fuma y espera.Consume tabaco negro mientras escribe cartas para familiares y amigos. Escucha radio, toma mate y lee diarios y un libro: Zapatos italianos.

Le sobra tiempo a Carrascosa. Las horas se estiran al infinito cuando, noche y día, se tiene por horizonte una pared o el techo a sólo tres metros de la nariz, en una celda. Como le pasó hasta el miércoles 24 en la Dirección de Investigaciones (DDI) de la Policía Bonaerense en San Isidro. Ahí regresó, la tarde del viernes 19 de junio, el viudo de la socióloga María Marta García Belsunce, asesinada de cinco balazos, el 27 de octubre de 2002, en su casa del country El Carmel de Pilar. El mismo calabozo en el que había morado en un par de oportunidades cuando era investigado por la Justicia como presunto asesino de su mujer. Entonces hubo juicio oral y hubo sentencia: encubrimiento agravado para Carrascosa. Pero recuperó la libertad hasta que la Sala I de la Cámara de Casación Penal lo condenó en un duro falló a cadena perpetua por homicidio.

Ahora reposa en una celda en el penal de Campana. Y fuma. Y lee.

La noticia de su condena lo tomó por sorpresa. Pero el viudo, como siempre, se mostró impertérrito. Así lo cuentan sus familiares. Los mismos que creen en su inocencia. Los mismos, por cierto, a los que la Justicia investiga por cómplices o encubridores.

A finales del 2002, el caso García Belsunce irrumpió en los medios como folletín policial que en cada entrega sumaba un poco de intriga o morbo a su trama: el cadáver de una hija dilecta de la alta sociedad aparecía acribillado en el recoleto barrio privado. Su entorno familiar surgía como principal sospechoso. Un hermano –Horacio García Belsunce–, periodista reaccionario e histrión, ofició de vocero del clan, y en cada intervención mediática no hacía más que hundir a los suyos en el fango. Imposible olvidar su célebre expresión “pituto” para definir los plomos que mataron a la hermana. Además, un vecino del country –Nicolás Pachelo–, joven e irascible ladrón al que la familia apuntó de entrada como responsable del asesinato. Más un par de inverosímiles vigiladores privados del Carmel que estuvieron en el momento del crimen en el lugar equivocado. Un fiscal joven –Diego Molina Pico– que tuvo ante sus ojos un cuerpo perforado por cinco disparos y no vio nada. Y una puja judicial feroz entre Julio Novo, fiscal general del departamento judicial de San Isidro, contra su novato fiscal y el fallecido procurador bonaerense Eduardo De la Cruz.
Mucho ruido.

Hasta que el silencio se impuso por años.

Pero Casación metió la firma y el folletín regresó.

Ya sin los brillos de entonces.

El hermano Horacio cayó en desgracia. Perdió su espacio de tevé por cable, el mismo programa –De frente, se llamaba– en el que María Marta era su columnista. Cuando el escándalo Belsunce creció hasta el límite de lo soportable, los anunciantes fueron abandonando a este abogado-periodista, con afán de fama y fama de intolerante. Ya fuera de los medios cayó en bancarrota: vendió su casa de La Horqueta por no poder pagar un crédito de 30 mil dólares. Debió achicarse en gastos y rebuscársela con el trabajo. Fue vendedor en un local de la cadena de zapatos de Botticelli, donde Leila Keller Sarmiento, su simpática mujer, es encargada. También vendió vinos y ahora se dedica a comercializar terrenos. La noticia de la detención de su cuñado volvió a golpearlo: está al borde de la depresión. En estos años, más allá de sus propias torpezas al ejercer la vocería del clan, soportó que se dijera que su hijo Ignacio, un adolescente cuando mataron a su tía, habría sido quien pulsó el gatillo contra María Marta. Un disparate.

Con voz pausada, abatido, dice Horacio García Belsunce a Veintitrés: “El periodismo me traicionó muchas veces, me trataron despiadadamente. Han sido injustos en todo momento y bajo cualquier circunstancia. Todo lo que tengo para decir se lo diré a la Justicia”.

–¿Sigue creyendo en Carrascosa?

–Por supuesto que le sigo creyendo y lo voy a seguir defendiendo. Desde lo racional esta sorpresiva decisión de Casación no tiene ninguna explicación. Es una patraña más.

Que Horacio banca al viudo lo confirmó, en la práctica, su mujer cuando cada noche pasó por la DDI a dejarle a Carrascosa la vianda de su cena. Y además, la buena relación entre ambos estaba a la vista antes de que apresaran al viudo: Leila maneja una de las camionetas que era de María Marta (ver recuadro “La sucesión”). La familia es incondicional con Carrascosa.

Irene Hurtig –hermana de la víctima– y su esposo Guillermo Bártoli –ambos imputados por encubrimiento agravado– lo defienden. La pareja sigue viviendo en El Carmel, en la misma casa en que dice haber estado el viudo de García Belsunce cuando la socióloga era asesinada a pocos metros de ahí. Hurtig-Bártoli bajaron su perfil. Se alejaron de los medios y mantienen a Alejandro Novak como su abogado defensor. Bártoli trabaja con un amigo en operaciones extrabursátiles. En 2003 dejó ING Bank y se asoció a un emprendimiento rural en La Pata Agropecuaria S.A. Irene, siempre verosímil ante la prensa, sólo cambió su rutina: vende seguros de vida y cursa el tercer año de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, con buenas notas, y buena relación con docentes y compañeros. Dice que quiere ser abogada “para cambiar las injusticias en este país”.

Y dice, al igual que su familia, que injusto es el fiscal que le tocó “en desgracia”. El clan Belsunce jura tener motivos contra Molina Pico. A saber: el padre del fiscal que inició la investigación por el crimen en diciembre de 2002 es el ex mandamás de la Armada durante el menemismo, el almirante Enrique Molina Pico, quien sería amigo del camarista de Casación Carlos Ángel Natiello, redactor del fallo de Cámara que condenó a Carrascosa. Un fallo que a decir de la defensa del “Gordo” tendría bastantes coincidencias con el alegato del fiscal Molina Pico durante el juicio oral.
El folletín policial ha regresado.

Esta versión ya no contiene los brillos de una high family. Poco o nada queda de aquellos días de gloria social: se los llevó el escándalo, el “pituto” y un sinnúmero de sospechas sobre el clan.
Pero ellos insisten: “No se olviden de Pachelo”.

Carrascosa fuma y espera encerrado.



Lectura tras las rejas
Por D.R.

De todos los libros del mundo que podía llevar consigo para que le hicieran compañía tras las rejas, Carlos Carrascosa eligió Zapatos italianos, del sueco Henning Mankell. No es casualidad. En la novela, Fredrik Welin es un hombre mayor que vive solo en una de las islas del archipiélago del Mar del Norte. La sosegada vida ermitaña de Welin, un antiguo médico, es interrumpida por un acontecimiento que lo confronta con el pasado, con hechos oscuros de su pasado. Una situación similar a la que vive en estos momentos el viudo de María Marta Belsunce: es sabido que todo criminal regresa a la escena del crimen y que todo delincuente encarcelado rememora el momento fatal en que la vida lo transformó en un presidiario. La soledad de la celda, tal como los páramos árticos en los que vive aislado el personaje de Mankell, son propicios para la reflexión. Sin embargo, esta novela es una excepción a su obra ya que el escritor es conocido en todo el mundo por sus incursiones en el policial negro de la mano del detective Kurt Wallander.

Inspector de policía en una pequeña localidad del sur de Suecia, amante de la ópera, enamorado eterno de su ex esposa, abrumado por las contradicciones de un mundo complejo y por la culpa, Wallander se enfrenta a delitos que terminan revelando el lado sombrío de la sociedad. Porque, pese a la apariencia de paraíso terrenal que ostenta Suecia, sus cimientos se yerguen sobre el fango de la etapa actual del capitalismo: los nacionalismos extremos, el fanatismo religioso, las desigualdades sociales, el racismo y la xenofobia y la permanente amenaza de cercenamiento de las libertades, todo en un marco de violencia exacerbada, reflejo sórdido de la alienación a la que se ven sometidos los habitantes de la nación nórdica.

Mankell inscribe así a su personaje en la tradición del género: el investigador del policial negro se sumerge en los bajos fondos para comprobar que el crimen es el síntoma de una sociedad enferma. Es notable que Carrascosa haya elegido a Mankell. Suecia es, en el mapa del mundo, un “country”: un espacio alejado de las amenazas de la realidad. Al menos, así cuentan. Wallander y Carrascosa demuestran, en cambio, que el crimen, acto fundante de la sociedad contemporánea, no tiene fronteras.
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