Miles de estadounidenses han ignorado durante las últimas noches las amenazas del presidente y los toques de queda para protestar pacíficamente y en masa en todo el país y expresar su rabia por la muerte bajo custodia policial de George Floyd y el racismo que impregna a las estructuras del estado. La violencia que había acabado dominando el final de algunas jornadas de protesta previas remitió gracias al ejercicio de autocontrol impuesto por los propios manifestantes y, probablemente, también como consecuencia del fuerte despliegue de fuerzas del orden en todo el país.
Anteanoche los choques entre unos y otros fueron mucho más escasos que en los días anteriores. Los episodios de violencia policial, vandalismo y saqueos, mucho más limitados. Varios agentes en diferentes ciudades del país marcharon con los manifestantes o se arrodillaron ante ellos en señal de respeto. La mayor parte de las detenciones de anteanoche responden a actos de desobediencia civil de personas que se saltaron el toque de queda.
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Marchas en 50 estados
Las protestas, que se suceden ya en los 50 estados del país, cuentan con el apoyo mayoritario de la opinión pública: un 67% de los estadounidenses simpatiza con los manifestantes, frente a un 27% que no los apoya y un 9% que no está seguro, según una encuesta de Ipsos/Reuters publicada ayer. Solamente en Minnesota, el estado donde murió Floyd, se han recaudado más de 20 millones de dólares para pagar fianzas y liberar a los detenidos.
La demostración de fuerza realizada el lunes por las fuerzas del orden, manu militari, a petición del presidente en el parque de Lafayette -epicentro de las protestas en Washington, a las puertas de la Casa Blanca- para dispersar cientos de manifestantes pacíficos y permitirle cruzarlo para hacerse una foto frente a una iglesia, Biblia en mano, no solo no ha desanimado a los manifestantes, que han vuelto por miles, sino que ha motivado a cientos de personas para sumarse por primera vez a las marchas.
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En todo el país, se ve a cada vez más blancos y más gente mayor -un colectivo que hasta ahora se había quedado en casa preocupado porque, aunque el país parezca haberlo olvidado, sigue habiendo una pandemia ahí afuera-, también familias con niños y por supuesto jóvenes de todas las razas. "No podíamos quedarnos en casa", comentaban unas adolescentes mientras repartían agua, fruta y botellas con soluciones caseras para contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos cerca de una Casa Blanca fortificada, en medio de una ciudad vigilada desde cada esquina por policías y efectivos de la Guardia Nacional, una fuerza de reservistas que coopera con las fuerzas locales.